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Constanza

Casas

Por causas médicas debo hacer dos cosas, respirar y caminar; apenas las ha pronunciado el doctor y entreveo en ambas palabras mi gran oportunidad para escabullirme a hacer lo que más me gusta. Pasear. Pero, sobre todo, ver fachadas de casas, edificios y departamentos, a veces incluso se cuela uno que otro minijardín. 

A la menor provocación de que se asomen por las ventanas ajenas alguna esquina de un sofá, algún detalle de un cuadro, o un destello de luz comienza mi nueva vida.

Al instante cambio de trabajo, frecuento otro supermercado, considero tener o prescindir de un auto (grande o chico dependiendo del inmueble) e incluso, elijo en dónde he de vacacionar. Todo aderezado por la sorpresa y el qué dirán mis amistades por el nuevo cambio de dirección.

Lo difícil de mi nueva vida es que cambia cada veinte metros que doy por la colonia. De pronto me sorprende un gran árbol que asoma una de sus ramas por una ventana.

-Seguro vive aquí un artista. Pienso mientras se dibujan en mi cabeza miles de escenarios.

Entonces mis problemas se convierten de manera súbita en elegir qué galería me representa, en si me dedico a pintar, a hacer grabados o si mejor soy una gran novelista y por ser tan famosa ni siquiera habito ahí, sino que me encuentro viajando por un frío Londres.

Fantasear con remodelar los espacios abandonados o intactos es parte también de mi propio reto de cambiar cada metro de estilo de vida.

Al otro lado de la banqueta veo una particular ventana y decido acercarme. De ella se asoma por un gran ventanal una escalera que da la apariencia de estar suspendida en el aire.

– ¿Cómo así sin cortina? Me pregunto extrañada y decido que esta misma tarde llamo para que instalen persianas. No cualquier persiana sino unas de madera para que con el sol desprendan un poco de aroma y ese paso a desnivel sea recordado cuando se esté afuera.

Minutos más adelante, cuando las cortinas ya no hacen falta me topo con una entrada conocida. Es la casa de mi amiga que hace un par de años se mudó a la misma colonia. Decido ir primero por algo de pan y café para las dos. La sorprendo con un desayuno tardío mientras esperamos a que lleguen las demás. Mi amiga nos quiso reunir a todas para contarnos la nueva noticia: ¡se muda de departamento!

– ¡A remodelar! fantaseo y apresuro el paso por la banqueta ya entre rejas y puertas más que conocidas, la mía.