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Alba

La taza de las plumas

De chica usé los 12 colores obligatorios, con el gris del lápiz y como gran paso a la pubertad con las plumas azul, roja y si eras muy atrevida, una negra. Sin embargo, recuerdo con mayor satisfacción la caja de 24 marcadores de mi papá, y en particular el amarillo, todo manchado, porque ilusa yo, no sabía que, si lo usaba para colorear sobre algo cercano al granito del lápiz, ya quedaba manchado por siempre, y lo peor: la prueba que los había usado, probablemente sin su permiso.

Pero hubo un momento donde podías usar todos los colores que querías, incluso dorados y plateados, con brillos, con aroma y una textura –según la marca– de gel, que seguramente la manuscrita la hacían ilegible, pero también coincidió con el acto disruptivo de escribir en imprenta y fue cuando volví a dejar los colores y me centré en los establecidos azul y rojo.

Hasta hace muchos años usé una azul, la más cercana, la que aparecía en mi bolsa, en mi buró, en el escritorio de la oficina o enredada en mi cabello.

Pero hace unos días, tuve el placer de escribir mi nombre Alba, Albita, Mercedes, A (mi rúbrica, porque una llega a ser adulta y tiene que aprender en menos de cinco segundos cómo rubricar), y unos corazones y estrellas, con 21 colores que me causaron muchas sonrisas y obvio acerqué mi nariz a la hoja por si aún olían a eso: escribir con colores.

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Constanza

Otro tipo de persona

Tener inflamado el pecho. Todo empieza con una leve incomodidad que llega con el aire ligeramente más frío, puede ser desde una ventana mal cerrada durante una lluviosa noche, el aire acondicionado que “no se le puede bajar” o la bebida que está un poco más fría y a la que el camarero no puede hacerle ya nada porque de lo contrario la bebida espumosa que ordenaste tendrías que cambiarla por un té.

Lo que hay que evitar a toda costa son los cambios bruscos del clima en un lugar específico del cuerpo: el pecho. Eso incluye escote, pies, y espalda cubiertos porque el frío entra por muchas partes del plexo solar e inflama todo. El frío puede empezar por los pies, pasa por los bronquios y garganta hasta dejarte en cama mínimo una semana entera. El asma te hace adquirir un tipo de personalidad especial y una pasa a ser la que usa calcetines gruesos con botas cerradas, playera térmica debajo de la blusa que culmina en una bufanda.

El asma es caprichosa, una combinación entre emociones mal calibradas que se convierten en ansiedad, o un alimento, mucha contaminación, y un leve resfriado es el desbalance perfecto para recomenzar un tratamiento en el que invertiste muchas inhalaciones de corticoides. ¿Cuándo y cómo desaparece el asma? 

Como todo está en el pecho, desaparece cuando el pecho deja de oprimir y eso puede tardar el tiempo en que deshilvanas emociones, tensiones y el frio que acumulaste dentro de los bronquios va cediendo. Pero a este temido mal hay un remedio infalible. En mi caso el asma desaparece frente al mar e incluso ahí tolera bebidas con hielos, cocos, cervezas y sueros a tal grado que nadie en un restaurante sospecharía que soy la que cambia el coctel por un té. Los lugares calurosos y húmedos son un escenario donde el inhalador se queda dentro de la bolsa durante días y como magia se abren paso las telas suaves, algodones, lino, sandalias abiertas dejando que uno se convierta en otro tipo de persona.

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Victoria

Una noche en el desierto

Entre las dunas del desierto se levanta una carpa. Rojo, azul, negro y esmeralda. Es un harem de piel canela, cabellos negros, castaños y rojizos, ojos azules, grises, verdes, marrones. Manos delicadas y piernas largas. Siluetas, curvas, vestidos rosas, morados, turquesa, naranja. Labios de diversos contornos y aromas. El viajero llegó una tarde de otoño, al crepúsculo, cuando la ventisca había pasado, traía especias, zafiros y diamantes, algunos eran cristales. Era alto, ojos negros, nariz afilada, labios delgados, barba larga, piel curtida por el sol, el tono de su voz era como el trueno. Se entrevistó con Alí el marajá. Intercambiaron palabras, comieron, bebieron, eruptaron, fumaron. Entrada la tarde cuando las dunas se tiñen de plata y la voz del desierto brota, la carpa se viste de música, las mujeres de gala bailan, los tambores retumban y las flautas suenan. La mirada del viajero se desvío hacia unos ojos grises que lo miraban fijamente. ¿Quién era? Se sabe poco del tráfico de mujeres en esta parte del desierto. La mujer danzó para él, se acercó, sus caderas retumbaron en sus pensamientos. El viajero no la tocó, se limitó a jugar con la imaginación. ¿Cómo raptarla? Lo matarían en cuanto cruzara el primer oasis, quizá ni siquiera podría caminar ni dos kilómetros cuando los encontrarían, ¿regresar cada año? ¿De qué serviría? La mujer balanceaba sus caderas, alzaba los brazos, sus movimientos, cobra opalescente que ondea en el noctámbulo yermo. La mujer no apartaba la mirada. ¿Lo retaba o lo deseaba?  La danza y la música extasiaba al comerciante. Pasaría la noche con ella, su cuerpo en el suyo, ¿quién dominaría a quién? 

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Sac-Nicté

El caos es mi casa

Veo un post en instagram de @amandina.catrala: «para conocer algo hay que habitarlo, y yo siempre me estoy yendo». Es una ilustración de una mujer en una montaña. No vemos su rostro, pero sabemos que está caminando.

Yo he sabido que me voy cada 8 de julio de los últimos siete años. En las efemérides personales, julio representa para mí retos, movimiento, y llega siempre acompañado de los terribles «¿y si…?»

¿Y si tomé la decisión equivocada? ¿Y si me arrepiento? ¿Y si no me voy?

Constantemente pienso en Alejandra Pizarnik con su «¿por qué no me ubico en un lugarcito tranquilo y me caso y tengo hijos y voy al cine, a una confitería, al teatro?», pero me persigue mucho más la distancia que Leonora Carrington tuvo que recorrer «para llevar la vida que llevaba dentro», según Joanna Moorhead.

Y yo, como ellas, veo un espacio inmenso.

Siempre he huido de algunos lugares y elegido otros pensando que todo es temporal. Que ya vendrá otra calle, otro balcón, otra cafetería. Que si me acostumbro demasiado inevitablemente se me va a romper el corazón. Ahí donde la pandemia me obligó a quedarme en el primer lugar que habité y nunca terminé de conocer, ahora me lleva de vuelta a otro que es «sorpresa todo el tiempo», de acuerdo a Martín Caparrós, y que tal vez, en su caos y sus promesas, sea mi casa. 

«Elegir» un lugar es algo que hice mal a los 22, peor a los casi 23 y, espero, de forma más inteligente, a los casi 30.

Ojalá la tercera sea la vencida.

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Constanza

Buscar

Abrir un cajón, revolver varios papeles, escribir a los amigos para ver si entre los WhatsApp aparece, pero nada de eso funciona. 

En cambio, hacer un café justo antes de que amanezca, poner la mente en blanco y ahí está. Una caja tirada hace tres meses por pensar en que era basura te avisa desde la última imagen que mantienes de ella siendo empacada en una bolsa negra, que era ahí, o al menos, eso es lo que las falsas memorias hacen creer y es, hasta ese momento que se empieza a sufrir.

Los de espíritu combativo comenzarán todo y al instante desde el inicio, todos los documentos, trámites y recuerdos que se guardaban en esa caja se reconstruirán, buscando formas de recolección entre amistades que te regalen una imagen parecida a la fotografía, se pagará por los documentos que deban de emitir las oficinas, se buscará ayuda profesional para recuperar las claves de SAT.

Los de espíritu dócil dejarán ese mismo café, cerrarán nuevamente los ojos, apagarán las alarmas y volverán a dormir anestesiados en un “que todo fluya”. Enfrentarán la búsqueda al tiempo en que se presente la necesidad de cada documento no sin antes maldecir la ligereza con la que le dijeron “adiós” a esa “pila de “basura”.

Los papeles del SAT lo resolverán los contadores, a la falta de otros documentos se les agregará un ligero “pues creo que ahí tenía una copia” y las fotografías se recuperarán cuando “ya que nos volvamos a ver”.

Pero la vergüenza de haber tirado una caja con los papeles más importantes a la basura porque se les creía una “pila de papeles sin importancia” permanece en ambas formas de buscar.

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Paulina

Love is love

Las tardes de primavera son placenteras. ¿Cuántos azules ves en el mar? No todo es azul en El Caribe, hay algo de verde turquesa aunque también es un mar de postal con sus arenas blancas. El Caribe te hipnotiza. El viento tiene algo alborotado las aguas, pero no tanto como para no meterse a bañar.

Todo sucedía en una sintonía perfecta, única. Los hermanos a mi lado disfrutaban del sol, ella al teléfono, él leía a Proust. A mi derecha estaba una madre y su hijo. Bebían margaritas. Él parecía algo ausente, ella fumaba un cigarrillo recargada en una palmera. Su piel tostada dejaba ver largos años de sol transcurridos, que se asomaban a través de su bikini, contrastando con el rubio cenizo de su melena. 

A unos ocho o quizá 10 metros justo frente a nosotros había cuatro hombres sentados en la arena sobre toallas a rayas blanca y azul idénticas. Sus cuerpos delgados dejaban ver largas horas de arduo trabajo en el gimnasio. No sabría reconocer su nacionalidad. ¿Importa acaso? Sus colores no me regalaron esa señal o esa marca. 

Cuando el sol llegó a su punto más alto y todos estábamos como embriagados por el oleaje, la música que se alcanzaba a escuchar de fondo, los cuerpos casi desnudos; llegaron dos hombres cubiertos de pies a cabeza y usaban pasamontañas. ¿Por qué habría de llegar la policía a discutir con aquellos cuatro hombres? ¿Qué estaba sucediendo?  De un momento a otro, llegó una camioneta con otros dos policías a la escena ¿del crimen?

Los policías, no sólo discutían, ahora jaloneaban a los cuatro hombres sentados. 

Nosotros, los otros, expectantes, nos acercamos hacia donde la policía había casi dislocado los hombros de aquellos hombres. Ahora los sometían contra la camioneta, forzandolos a subir. 

Un beso. 

Un beso había desatado toda esta violencia. Alguna persona había llamado a la policía, porque dos de esos hombres se habían dado un BESO. Y la policía obtusa como aquella llamada había respondido de inmediato dejando en segundo plano cualquier otra situación.

Hombres, mujeres y niños, ahí estábamos todos rodeando la camioneta. ¡Homofobia! ¡Homofobia! Se comenzó a escuchar, acentos y lenguas diferentes, cómo un canto de guerra. La policía enmascarada golpeaba a los culpables de aquel beso criminal. Y el canto se hacía cada vez más unísono. No sé cuánto tiempo habrá pasado de esta escena macabra. Gritos, humillación. Cuando el sol estaba bajando la policía cedió, no ante el reconocimiento de su insensatez, sino ante la presión; y los cuatro policías salieron huyendo, como si los cantos hubieran sido piedras. 

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Alba

Nuevos comienzos

Perdí mis pocos esmaltes de uñas que me acompañaron durante la pandemia sin un manicure decente, tiré un cepillo de dientes como si así pudiera dar borrón y cuenta nueva a una persona, escondí en lo más profundo de las bolsas de la mudanza un par zapatos, como para que se perdieran casualmente, encontré varios lápices cumpliendo una función de separador de libros, con historias y ensayos que debo retomar, abracé mucha ropa a lo Marie Kondo, agradecí lo hermosa que me hicieron sentir y ver, y deseo que hagan lo mismo con las personas que ahora la usan.

Fui por flores, porque he aprendido que las flores no llegan, hay que ir por ellas, y mejor si son amarillas. Estoy conociendo los pequeños triángulos de las Bermudas que hay en mi nuevo espacio donde la señal de wifi falla un poco y las horas en la que la luz es una gran compañera para leer o no tan amigable para escribir en la laptop. Escuché una pelea gatuna, maullaban tan fuerte, que me dio envidia, por unos segundos quise gritar y sacar las malas vibras.

Debajo de las sábanas, siento poco a poco cómo sale el sol y me quejo internamente porque no me deja seguir soñando, pero, hace unas mañanas me ayudó a salir de un sueño donde había fuego, pero todo bajo control, según yo.

Los nuevos comienzos inician con vasos de jugo de naranja que se tiran porque no sé medir el espacio, darme cuenta que no puedo usar el microondas para preparar palomitas, al mismo tiempo que prendo la tetera eléctrica; pero tienen un balcón y un sillón donde puedo escribir y leer, con gafas de sol.

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Constanza

Despertar

Me ve extender las piernas, me ve mover los pies, no he abierto los ojos que sé que está ahí. No entiende mi lenguaje así que sube a la cama y jala mi cabello.

Me arrulla y dejo que siga hasta que se cansa y yo vuelvo a dormir.

Una punzada en mi estómago me anuncia que se ha posado ahí y sus ojos que cazan los míos me delatan que no comprende del todo la situación.

Me duele el vientre, pasó una hora desde que jalaba mi pelo. Todavía no me voy a levantar, le digo.

Sé que está enojada porque se movió para acostarse al revés. Restriega suavemente su rostro contra mi mano que alcanza su cabeza hasta casi mis rodillas. Sé que en cualquier momento atacará mi piel y los músculos de mis dedos como amenaza mortal.

Todas las mañanas ataca mi mano como falta de atención en una postura ya irreverente y en la que imagino, desearía que mis dedos en realidad fueran mi cara. Sus movimientos se vuelven cada vez más bruscos, agradezco que al menos está atacando mis dedos y no mi nariz. El ataque cesa, pero ella ya está fuera de mi cuerpo atacando las cobijas que antes eran su batalla. Un segundo después se las arregla para regresar, pero ahora lo que encuentra es al fin una cama vacía.

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Germán

JRZ Frontera Paraíso

Estas son las calles que camino, donde mi corazón y mis pies han echado raíces… si bien no nací aquí, este es el lugar que me ha visto crecer desde que era un niño, de alguna forma soy parte de la migración que ha caracterizado a esta peculiar frontera –tan lejos de dios y tan cerca de E.U.-  así es como este lugar se convirtió en parte de mi historia de vida.

Hace unos años cuando me encontraba en la Ciudad de México, durante una conversación, alguien me preguntó “qué tan al norte estaba mi casa” y viendo un mapa señale “ahí, como a ochocientos metros del Río Bravo, literal”- contesté.

Pensar en ello, me hace rememorar mucho sobre este lugar, me hace reflexionar mucho sobre mí… porque tal como escribí hace un tiempo, “mi mayor inspiración al salir y tomar fotos  reside en la cotidianidad de mi entorno cercano, en mi infancia chilanga/fronteriza como referente principal”; caminar y observar la ciudad ha sido para mi la mejor forma de conocer sus entrañas, su historia, -y no la que aparece en los libros de texto- sino la cotidiana, la que se escribe día con día…

Muchas ciudades de México son como “Jekyll y Hyde” y esta frontera no es la excepción, un lugar que ha vivido momentos de abundancia y por contraparte visto crecer la decadencia, no podría ser otra cosa que una dicotomía… una corteza áspera y gris, pero con un corazón palpitante y vivo.

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Victoria

El encanto barroco de Puebla

Era verano, el calor de la tarde sofocaba el ambiente, recorría con mi madre las empedradas calles de Puebla. Visitamos iglesias, cafés y museos. Nos asombramos en la Biblioteca Palafoxiana, percibimos el aroma del cedro, la mirada de la Virgen, el susurro de los libros, sus objetos, reminiscencias de un saber apresado en las líneas del tiempo. Nos regocijamos con las distintas variedades de mole, sus sabores extasiaban mis sentidos, sus alegres colores se perdían en la concavidad de mi paladar, rojo, rosa, verde, amarillo, cada matiz sabía distinto. En los recovecos del convento de Cholula me encontré con la filosofía medieval, me recitó unos versos de la Divina Comedia, la dama renacentista llevaba un vestido de flores, sus ojos resplandecían y me recitó unos versos de Petrarca, me susurraron al oído el secreto de los libros antiguos, paseamos por los jardines, nos sentamos en la fuente y conversamos. Me hablaron del universo barroco, de ángeles y catedrales, sus columnas y cúpulas. Me llevaron a la antigua Universidad de Puebla y recorrimos sus floridos jardines, sus patios y biblioteca. 

Me dejé encantar por la belleza de la talavera, me cubrí de Barroco, conchas y perlas. En la Casa del Deán tropecé con la carreta de Petrarca, vi sus Triunfos, un conejo escribano y un jaguar charlando, un coyote tocaba una flauta, mientras el león bebía su pulque.

Entre cantera, objetos y talavera, disfruté la nostalgia del tiempo custodiado en la Casa de Alfeñique. Me maravillé entre historias, y leyendas, viví la Historia, bebí café, y probé las delicias de La casa de los Muñecos. Me dejé cautivar por las voces de los Ángeles, sus cantos se perdían entre la noche estrellada, sus alas níveas y suaves surcaban los callejones barrocos a la luz de la luna nueva.