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Alba Miranda

Magenta affair*

En mi colección de pintalabios, que no es tan amplia como la de mi hermana Ale o mi prima Tere, tengo tres que son rosados, uno que dura las horas y las horas, otro que es brilloso y otro que el color es más bonito en la barra que en mis labios.

Siempre he admirado a las mujeres que tienen la seguridad de cualquier supermodelo de los noventa para salir a la calle con los labios pintados y verse divinas. Yo en cambio, la pienso ocho veces y termino quitándome el color y salgo con el ligero brillo de un chapstick.

Llegó la pandemia y con ella una próxima mudanza, y en mi afán por tener menos cosas y realmente usar lo que tengo, me propuse pintarme los labios, aunque sea para estar dentro del depa y luego acostarme a ver tele.

Comencé a usarlos los fines de semana cuando veía a mi familia y luego a mis amigas, de pronto me di cuenta de que cuando veía a alguien no lo usaba, me ganaba la vergüenza o que no le fuera a gustar (red flag).

De cierto modo me ayudó el cubrebocas, acostumbrarme de poco a poco y hacerme de la idea que debajo de la tela o de tres capas, estaba una Alba con un color y no tan blanca como soy.

Alguien nuevo se estaba gestando.

Ahora trato de no salir de la casa sin al menos tres pintalabios, o bueno 1, porque los otros dos son chapsticks, uno sin color y el otro con el color similar al que decidí usar.

Y claro, siempre fui y seré la Power Ranger Rosa.

*Así se llama el pintalabios con el que se escribieron estas palabras.