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Victoria

Crónica de un gato entre burbujas de cristal

Era noche, la víspera de Pentecostés. Un gato merodeaba en los alrededores de Nôtre Dame. El Sena resplandecía a la luz de la luna casi llena. Las estrellas brillaban y emitían su dulce canto nocturno. La fortaleza del Louvre y una pirámide de cristal se erguían imponentes en la oscuridad. El canto de los cuervos iluminaba la foresta y la estatua de un fauno surgió de entre los matorrales.

El gatito corría veloz como si quisiera alcanzar las estrellas. De pronto, un ángel se presentó en su túnica blanca resplandeciente, un arpa dorada entre sus manos, su voz emitía suaves palabras que el gatito apenas comprendía. ¿Qué es este hombre resplandeciente ante mí? Pensaba. El ángel, con sus ojos de zafiro contemplaba al gatito gris de ojos aceitunados. El ángel cantaba. El sonido de su música dejaba al gatito en suave estupor. Se veía corriendo en un campo verde rodeado de otros gatos que jugueteaban alegremente entre flores de colores. El gatito permanecía atónito. La música y las palabras del ángel comenzaban a dibujar luces de colores que centelleaban en un campo lleno de lirios, lotos, violetas, rosas, en donde aves del paraíso danzaban entre las nubes. Las notas del arpa poco a poco lo envolvían en una reluciente ensoñación. El ángel cantaba y sus ojos celestes resplandecían en los pequeños ojos aceitunados. Las notas fueron brotando al compás del arpa dorada. La melodía formaba iridiscentes esferas y el gatito se multiplicaba en los espejos. Poco a poco se fue elevando a las estrellas, corretea entre cisnes y Andrómeda lo arrulla.

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Una noche en el desierto

Entre las dunas del desierto se levanta una carpa. Rojo, azul, negro y esmeralda. Es un harem de piel canela, cabellos negros, castaños y rojizos, ojos azules, grises, verdes, marrones. Manos delicadas y piernas largas. Siluetas, curvas, vestidos rosas, morados, turquesa, naranja. Labios de diversos contornos y aromas. El viajero llegó una tarde de otoño, al crepúsculo, cuando la ventisca había pasado, traía especias, zafiros y diamantes, algunos eran cristales. Era alto, ojos negros, nariz afilada, labios delgados, barba larga, piel curtida por el sol, el tono de su voz era como el trueno. Se entrevistó con Alí el marajá. Intercambiaron palabras, comieron, bebieron, eruptaron, fumaron. Entrada la tarde cuando las dunas se tiñen de plata y la voz del desierto brota, la carpa se viste de música, las mujeres de gala bailan, los tambores retumban y las flautas suenan. La mirada del viajero se desvío hacia unos ojos grises que lo miraban fijamente. ¿Quién era? Se sabe poco del tráfico de mujeres en esta parte del desierto. La mujer danzó para él, se acercó, sus caderas retumbaron en sus pensamientos. El viajero no la tocó, se limitó a jugar con la imaginación. ¿Cómo raptarla? Lo matarían en cuanto cruzara el primer oasis, quizá ni siquiera podría caminar ni dos kilómetros cuando los encontrarían, ¿regresar cada año? ¿De qué serviría? La mujer balanceaba sus caderas, alzaba los brazos, sus movimientos, cobra opalescente que ondea en el noctámbulo yermo. La mujer no apartaba la mirada. ¿Lo retaba o lo deseaba?  La danza y la música extasiaba al comerciante. Pasaría la noche con ella, su cuerpo en el suyo, ¿quién dominaría a quién? 

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El encanto barroco de Puebla

Era verano, el calor de la tarde sofocaba el ambiente, recorría con mi madre las empedradas calles de Puebla. Visitamos iglesias, cafés y museos. Nos asombramos en la Biblioteca Palafoxiana, percibimos el aroma del cedro, la mirada de la Virgen, el susurro de los libros, sus objetos, reminiscencias de un saber apresado en las líneas del tiempo. Nos regocijamos con las distintas variedades de mole, sus sabores extasiaban mis sentidos, sus alegres colores se perdían en la concavidad de mi paladar, rojo, rosa, verde, amarillo, cada matiz sabía distinto. En los recovecos del convento de Cholula me encontré con la filosofía medieval, me recitó unos versos de la Divina Comedia, la dama renacentista llevaba un vestido de flores, sus ojos resplandecían y me recitó unos versos de Petrarca, me susurraron al oído el secreto de los libros antiguos, paseamos por los jardines, nos sentamos en la fuente y conversamos. Me hablaron del universo barroco, de ángeles y catedrales, sus columnas y cúpulas. Me llevaron a la antigua Universidad de Puebla y recorrimos sus floridos jardines, sus patios y biblioteca. 

Me dejé encantar por la belleza de la talavera, me cubrí de Barroco, conchas y perlas. En la Casa del Deán tropecé con la carreta de Petrarca, vi sus Triunfos, un conejo escribano y un jaguar charlando, un coyote tocaba una flauta, mientras el león bebía su pulque.

Entre cantera, objetos y talavera, disfruté la nostalgia del tiempo custodiado en la Casa de Alfeñique. Me maravillé entre historias, y leyendas, viví la Historia, bebí café, y probé las delicias de La casa de los Muñecos. Me dejé cautivar por las voces de los Ángeles, sus cantos se perdían entre la noche estrellada, sus alas níveas y suaves surcaban los callejones barrocos a la luz de la luna nueva.