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Alba Miranda

Salir de la cama

En las mañanas, a veces, antes de que suene el despertador, y si aún sigue oscuro, al menos en mi recámara, recorro con mis pies sin calcetines, porque así lo dicta el clima, el ancho de mi cama y disfruto ese frío de la sábana aún sin tocar.

Trato de recuperar algún retazo de sueño o incluso de regresar y volver a estar ahí. Si no tengo puesto el antifaz, lo busco con la mano izquierda en el buró y es como si me vistiera de nuevo, pero no con la pijama, sino con el sueño en standby.

Si es un buen sueño, me sigo, al contrario que, si es producto de mi ansiedad o de un asunto sin resolver y solo ocasiona un despertar rápido y sin estiramiento, y olvídate de las tres gracias de la mañana.

Sigo buscando las partes frías, sigo soñando, pero una parte desea con muchas ganas que haya alguien en la cocina, poniendo agua para hervir, sacando el filtro, el café, el azúcar, preparando el ritual, el plato cuadrado de cerámica con orillas de ladrillo, la cucharilla que está a punto de perderse (solo me quedan dos), y, si estoy de suerte, un pan con dulce de leche.

No está.

Estoy yo, salgo y veo a mi sol entrar por el balcón, lo saludo cuando abro la ventana, respiro de esa luz, me doy media vuelta y me preparo mi café.

Bonito día.

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Alba Miranda

Lámpara de noche

Preparar la maleta en invierno para una carry on es un reto y más sin saber que las próximas semanas (indefinidas) serán pasados en lugares distintos. Afortunadamente tengo sangre nómada y hacer la maleta no es un suplicio, es pasar un buen rato, a veces horas, probando combinaciones hasta de los aretes, pensando qué sacar e incluso qué llevar en el bolso de mano y por qué no, en la bolsa de tela. ¿Qué llevo? Ropa, mucha ropa, algunos zapatos, accesorios, neceser con cosas del baño, algo de maquillaje, el iPad, a veces la laptop, muchos cables, medicinas, libros, la agenda, mi cuaderno y el diario.

Después de esas casi cuatro semanas lejos de mi balcón, aprendí que tengo dos momentos claves que definen mi día y mi noche: antes de prender el celular y cuando la alarma de “no molestar” aparece y sonrío maléficamente. Para que eso suceda de forma armónica necesito una lámpara de preferencia con luz cálida, que sea una buena compañera, que no me lastime los ojos cuando la recámara sigue guardando oscuridad y que la iluminación se pueda acomodar de acuerdo a mi postura y al tamaño del libro e incluso si es de pasta dura o blanda.

En cuanto me enteré que iba a pasar fuera de mi casa más de lo que pensaba, busqué una lámpara portátil, pero ahora con luz cálida, ya tenía una de luz blanca y jamás logré que me acompañara en la lectura, todo lo contrario: me incomodó. 

Después de una búsqueda sencilla, encontré una lámpara que llegó en una pequeña cajita y que tiene tres tipos de luces diferentes. Y así las semanas fueron más llevaderas y no hubo que renegar por salir de la cama y apagar la luz cuando el sueño me vencía. 

Si me vuelven a preguntar que tanto llevo cuando salgo de viaje lo primero que diré: mi lámpara de noche.