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Alba Miranda

Lámpara de noche

Preparar la maleta en invierno para una carry on es un reto y más sin saber que las próximas semanas (indefinidas) serán pasados en lugares distintos. Afortunadamente tengo sangre nómada y hacer la maleta no es un suplicio, es pasar un buen rato, a veces horas, probando combinaciones hasta de los aretes, pensando qué sacar e incluso qué llevar en el bolso de mano y por qué no, en la bolsa de tela. ¿Qué llevo? Ropa, mucha ropa, algunos zapatos, accesorios, neceser con cosas del baño, algo de maquillaje, el iPad, a veces la laptop, muchos cables, medicinas, libros, la agenda, mi cuaderno y el diario.

Después de esas casi cuatro semanas lejos de mi balcón, aprendí que tengo dos momentos claves que definen mi día y mi noche: antes de prender el celular y cuando la alarma de “no molestar” aparece y sonrío maléficamente. Para que eso suceda de forma armónica necesito una lámpara de preferencia con luz cálida, que sea una buena compañera, que no me lastime los ojos cuando la recámara sigue guardando oscuridad y que la iluminación se pueda acomodar de acuerdo a mi postura y al tamaño del libro e incluso si es de pasta dura o blanda.

En cuanto me enteré que iba a pasar fuera de mi casa más de lo que pensaba, busqué una lámpara portátil, pero ahora con luz cálida, ya tenía una de luz blanca y jamás logré que me acompañara en la lectura, todo lo contrario: me incomodó. 

Después de una búsqueda sencilla, encontré una lámpara que llegó en una pequeña cajita y que tiene tres tipos de luces diferentes. Y así las semanas fueron más llevaderas y no hubo que renegar por salir de la cama y apagar la luz cuando el sueño me vencía. 

Si me vuelven a preguntar que tanto llevo cuando salgo de viaje lo primero que diré: mi lámpara de noche.

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Constanza

Buscando a Beatriz

Hace poco tuve que releer la vida de Beatriz o más bien lo que alguien escribió sobre Beatriz. Una niña beata o al menos así lo fue en la mente de alguien. ¿Quién sería Beatriz en estos días? Si seguimos la narración original la niña ahora mujer seguiría siendo un ser inalcanzable, angelical, capaz de otorgar o quitarle la vida a quien sea que fuera tocado con su mirada. 

Si abordamos la misma pregunta fuera de la narración original, pero apegados a lo que dice la historia, en realidad no sabemos casi nada de ella. Sabemos que fue una mujer que llegó a casarse y que también una de ellas llevaba el nombre de la hija del escritor medieval.

¿Cómo sería ella en nuestros días? Me pregunto al salir a comprar. Quizás se habría presentado con su propio nombre: Beatrice, con ch, por favor. Quizás le estorbaría el corpiño y las faldas largas con las que el escritor una vez la presentó. El tono de su vestido que una vez fuera rojizo sería ahora un blanco que llevaría ya muy manchado y sería una asidua al líquido quita manchas, quizás habría optado por un tono marfil, aunque se alejara un poco de la idea original de pureza. Una idea por cierto algo ya inalcanzable ¿quién podría mantener en la mente la idea de permanecer puro? 

Apuro el paso porque se ve que va a llover, entro al súper y sigo imaginando. Ahora es una Beatriz de pelo negro que busca esconder un poco sus canas así que busca entre los tintes un tono que no se aleje tanto de lo que alguna vez en aquellas páginas fue color oro. Imposible alcanzarlo en estos días. Camino un poco más y veo de nuevo a otra Beatriz, ahora lleva unos pantalones rotos a propósito y unas sandalias que dejan ver sus pies un poco maltratados, pero con las uñas de color naranja. Pareciera que los clichés angelicales no están ya por ningún lado más que en lo que alguien imaginó alguna vez sobre cómo debería ser su Beatriz.