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Victoria

Crónica de un gato entre burbujas de cristal

Era noche, la víspera de Pentecostés. Un gato merodeaba en los alrededores de Nôtre Dame. El Sena resplandecía a la luz de la luna casi llena. Las estrellas brillaban y emitían su dulce canto nocturno. La fortaleza del Louvre y una pirámide de cristal se erguían imponentes en la oscuridad. El canto de los cuervos iluminaba la foresta y la estatua de un fauno surgió de entre los matorrales.

El gatito corría veloz como si quisiera alcanzar las estrellas. De pronto, un ángel se presentó en su túnica blanca resplandeciente, un arpa dorada entre sus manos, su voz emitía suaves palabras que el gatito apenas comprendía. ¿Qué es este hombre resplandeciente ante mí? Pensaba. El ángel, con sus ojos de zafiro contemplaba al gatito gris de ojos aceitunados. El ángel cantaba. El sonido de su música dejaba al gatito en suave estupor. Se veía corriendo en un campo verde rodeado de otros gatos que jugueteaban alegremente entre flores de colores. El gatito permanecía atónito. La música y las palabras del ángel comenzaban a dibujar luces de colores que centelleaban en un campo lleno de lirios, lotos, violetas, rosas, en donde aves del paraíso danzaban entre las nubes. Las notas del arpa poco a poco lo envolvían en una reluciente ensoñación. El ángel cantaba y sus ojos celestes resplandecían en los pequeños ojos aceitunados. Las notas fueron brotando al compás del arpa dorada. La melodía formaba iridiscentes esferas y el gatito se multiplicaba en los espejos. Poco a poco se fue elevando a las estrellas, corretea entre cisnes y Andrómeda lo arrulla.