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Alba

Flores

Son casi las seis de la tarde y llego al depa después de ir al trabajo, vengo cargando la bolsa, el abrigo, el paraguas que no se usó y como todas las mujeres, hago malabares para encontrar las llaves, porque no quiero soltar las flores.

Abro la puerta y lo primero que veo son las flores de hace una semana, y sonrío porque traigo otras más. Dejo mis cosas y comienzo un ritual no tan reciente, pero que disfruto, de quitarle las hojas y ponerlas en un florero y escoger algunas para la ventana de la cocina y alegrarles la vista a las vecinas.

Mi abuela decía que las amarillas dan suerte, porque así lo escribió Gabriel García Márquez; mi mamá es lo primero que ve que falta en un lugar, y yo puedo contar con los dedos de una mano las veces que un chico me ha regalado flores, sin embargo, me faltan manos, para enumerar las veces que mis amigas, mi mamá y mis hermanas, me han regalado flores.

Y ya con el florero en mano, viendo cómo se pone la tarde, me paro en seco por un segundo y me llena de orgullo saber que yo me compro mis propias flores.

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Nuevos comienzos

Perdí mis pocos esmaltes de uñas que me acompañaron durante la pandemia sin un manicure decente, tiré un cepillo de dientes como si así pudiera dar borrón y cuenta nueva a una persona, escondí en lo más profundo de las bolsas de la mudanza un par zapatos, como para que se perdieran casualmente, encontré varios lápices cumpliendo una función de separador de libros, con historias y ensayos que debo retomar, abracé mucha ropa a lo Marie Kondo, agradecí lo hermosa que me hicieron sentir y ver, y deseo que hagan lo mismo con las personas que ahora la usan.

Fui por flores, porque he aprendido que las flores no llegan, hay que ir por ellas, y mejor si son amarillas. Estoy conociendo los pequeños triángulos de las Bermudas que hay en mi nuevo espacio donde la señal de wifi falla un poco y las horas en la que la luz es una gran compañera para leer o no tan amigable para escribir en la laptop. Escuché una pelea gatuna, maullaban tan fuerte, que me dio envidia, por unos segundos quise gritar y sacar las malas vibras.

Debajo de las sábanas, siento poco a poco cómo sale el sol y me quejo internamente porque no me deja seguir soñando, pero, hace unas mañanas me ayudó a salir de un sueño donde había fuego, pero todo bajo control, según yo.

Los nuevos comienzos inician con vasos de jugo de naranja que se tiran porque no sé medir el espacio, darme cuenta que no puedo usar el microondas para preparar palomitas, al mismo tiempo que prendo la tetera eléctrica; pero tienen un balcón y un sillón donde puedo escribir y leer, con gafas de sol.