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Constanza

Manada

Abro mis ojos un viernes por la mañana y te miro sobre mi pecho, no pesas casi nada así que pasas desapercibida la mayor parte de las horas. Despierto una, dos o hasta tres veces en la madrugada, pareces bebé porque además comes y te espero a que acabes con la luz encendida mientras yo dormito de pie. Los ruidos ya los conozco, cuando tienes demasiada hambre llegas incluso a tener gastritis y el peligro es que vuelvas el estómago, me levanto consciente de tu malestar y te sirvo de comer antes de que los síntomas empeoren, es raro que llegues a eso, pero sé que sucede. Son las seis de la mañana y el día para ti empezó desde dos horas antes. Me muevo por el cuarto buscando a tientas mis zapatos apresurada, pero en vez de los zapatos me espantan las patitas negras que toco sin ver. Ramona a esas horas es de color obscuridad que se mimetiza con la manada y se siente poco a poco más cercana a nosotros, un torbellino invisible que surca mis pies me guía hacia las afueras de la habitación hasta hacerme abrir el refri y servirles de comer a veces pienso que incluso los que ya no están me apresuran para su desayuno. Estos gatos son mi manada.

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Alba

Gatitos

Recuerdo la primera vez que tuve un gato sobre mi regazo, fue Charlotte, cuyas finas y delgadas garritas cruzaban por primera vez mis jeans. Me quedé fría, estática, y sin saber a ciencia cierta qué hacer. Y desde entonces, ella manda, yo solo rindo pleitesía y la saludo como la Majestad que es.

En una ocasión me dejaron sola con dos gatitos, entre ellos Charly, y ahora, el animal enjaulado fui yo, me sentí más observada que al salir en vestido cerca de muchos hombres. Me quedé callada, por suerte estaba en una silla alta, pero eso no limitaba que volaran y se sentaran. No pasó, pero lo pensé. Tampoco me quise parar, por no molestar la relativa tranquilidad del momento.

Cada vez que llego al reinado de Su Majestad, la saludo primero a ella, la busco, para que sepa que estoy a sus órdenes. Más que miedo es respeto. Ella realiza su entrada triunfal, claramente no me ve, no soy de su interés, pero me hace saber que ella está ahí. Pasea cerca de mí y de pronto toma posesión de su reina madre, señal que ella es la que importa. Jamás pelearía su amor por ella. El nuestro es diferente, es de hermanas de vidas pasadas.

Sentada sobre el regazo de la reina madre, me mira con desaprobación porque le quito tiempo con ella, pero con los años me acepta, mas no me quiere como el más pequeño: Bebeto, quien ha comenzado por olerme hasta los dedos de los pies y seguro pensó: ella me gusta. Es más, ya le dijeron que soy su madrina, y él aceptó, al mismo tiempo que yo me tomaba otra loratadina.