Abrir un cajón, revolver varios papeles, escribir a los amigos para ver si entre los WhatsApp aparece, pero nada de eso funciona.
En cambio, hacer un café justo antes de que amanezca, poner la mente en blanco y ahí está. Una caja tirada hace tres meses por pensar en que era basura te avisa desde la última imagen que mantienes de ella siendo empacada en una bolsa negra, que era ahí, o al menos, eso es lo que las falsas memorias hacen creer y es, hasta ese momento que se empieza a sufrir.
Los de espíritu combativo comenzarán todo y al instante desde el inicio, todos los documentos, trámites y recuerdos que se guardaban en esa caja se reconstruirán, buscando formas de recolección entre amistades que te regalen una imagen parecida a la fotografía, se pagará por los documentos que deban de emitir las oficinas, se buscará ayuda profesional para recuperar las claves de SAT.
Los de espíritu dócil dejarán ese mismo café, cerrarán nuevamente los ojos, apagarán las alarmas y volverán a dormir anestesiados en un “que todo fluya”. Enfrentarán la búsqueda al tiempo en que se presente la necesidad de cada documento no sin antes maldecir la ligereza con la que le dijeron “adiós” a esa “pila de “basura”.
Los papeles del SAT lo resolverán los contadores, a la falta de otros documentos se les agregará un ligero “pues creo que ahí tenía una copia” y las fotografías se recuperarán cuando “ya que nos volvamos a ver”.
Pero la vergüenza de haber tirado una caja con los papeles más importantes a la basura porque se les creía una “pila de papeles sin importancia” permanece en ambas formas de buscar.