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Constanza Constanza Mazzotti

Charlotte

Todo llega con el tiempo y para Charlotte también llegó el momento de mudar el pelaje que la representaba, contenía y vestía. 

Con una figurita de corazón justo al lado de su boca miraba a su alrededor diciendo “soy más bella que tú”. 

Un andar divertido rayando entre lo elegante y jovial me hizo aceptar el sugerido nombre de Charlotte y asignarlo a la gatita por el doble juego que hay en su origen: uno entre la Carlota imperial en español y otro por la charlotería del chat chat chat que marcó su propia vida. Charlotte no paraba de maullar y, por ende, platicar.

Chat, chat por supuesto que también del francés forma parte -lo sé- del orgullo con el que portó su nombre: una gata imperialmente ridícula y elegante a la vez.

Las historias no se hicieron esperar. Que si era una gatita que había bailado el can can, que si había sido alimentada con echalottes en sus años de infancia, que si venía de París y que si su mamá le había enseñado a pintarse ese corazón al lado de su boca y viajaron juntas de Europa a América con el sueño de riqueza por encontrar más ratones.

Lo cierto es que nos encontramos yo saliendo de un evento circense y ella, acurrucada en el fondo de una maceta alta, se dejó ver a través de sus maullidos. Cortos y seguidos, como quien platica su vida entera y espera a que los demás pasen y se interesen por sus aventuras.

A mí me interesaron sus cuentos, me quedé a escucharla, subí a avisar que había un gato parlanchín en la maceta de la entrada y subí con ella. Después viajamos varias veces juntas en auto y autobús, nos cambiamos cuatro veces de casa, recibimos a perros, yo a roomates y ella a gatos a quienes les alquilaba también espacios para dormir y plantas por estilizar que yo, de vez en vez cambiaba.

Aprendió a querer a mis amigas y ellas aceptaron su gatinidad voluptuosa, el desdén gatuno que la caracterizaba. Co, me llamaba para diferenciarme de las demás y para reprenderme en las decisiones que tomaba. Sé también que sabía que su humana era una humana culta y que llegó a respetarme a mí y a mis allegadas. Al fin y al cabo, una gata llamada Charlotte no podía relacionarse con “cualquiera”.

Los papeles se invertían constantemente, mientras ella me cuidaba y yo me desentendía yo estaba ya encargándome de ella. Los “kilitos de amor” que cargaba entre arena ycroquetas me los devolvía ronroneando sobre mi pecho cuando yo enfermaba y así hasta que se ponía contenta cuando los males se habían ido.

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Constanza Mazzotti

Espejos

Perseo logró decapitar a Medusa gracias a que la miró a través del reflejo que hacía con su espada. 

De una Góngora Perseo obtuvo como regalo sus sandalias aladas, pero de bronce.

Pegaso nació y escapó de uno de los cabellos muertos de Medusa y creó un mundo de Ninfas.

Después de decapitar a Medusa, Perseo cargó su cabeza en una bolsa para petrificar a sus más difíciles enemigos. Perseo sabe que después de una batalla debe de lavar sus manos ¿en dónde colocar la cabeza de Medusa?

Perseo coloca siempre la cabeza de Medusa sobre la tierracubriéndola con pequeñas ramas y algunas hojas.

Ayer descubrí a una mujer de edad y muy arreglada viéndose en el espejo. La vi verse de reojo mientras servía en su plato algo del bufete al que fuimos invitados. Un espejo tan alto como las paredes de la habitación; unas paredes cubiertas del piso al techo de un satín color rojo rubí.

Algo así como la habitación roja donde Boccacio coloca a unos invitados a sobrevivir por días encerrados o como en la casa donde dos hermanos sostienen la historia de Gritos y Susurros.

Son más grandes que las paredes de la casa-pensé antes de captar a la mujer que hizo de la sorpresa su momento íntimo- quien sabe qué batalla habrá liberado.

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Constanza Mazzotti

Soñadores

Estoy casi segura de que fuimos como en “Soñadores” la película de 2003 de Bernardo Bertolucci que recrea una historia de descubrimiento sexual entre dos hermanos parisinos y un estudiante de intercambio norteamericano en la Francia del 68.

Apuesto que el mayo del 68 en París fue el único espacio temporal en el que coincidimos. Yo usaba boina verde y botas de piel negras, él pantalones de pana azul marino y una camisa también de pana, pero de color rosa pálido.

Contrario a la película, no compartimos amoríos con más personas ni baños con burbujas en tina porque nosotros estábamos en las calles, besándonos y luchando.

Éramos ese bullicio exterior con el que Isabelle y su hermano Théo, de la película, enmarcan su amorío con el norteamericano Matthew.

En ese mayo francés del 68 protestamos juntos, fuimos a mítines, pronuncié discursos frente a demás estudiantes y, además, varios grupos sindicales se unieron a nuestra lucha por derrocar a la sociedad del consumo, el capitalismo, el imperialismo y el autoritarismo. Ahora que lo pienso, sí habría estado bien, ser como Isabelle, Théo y Matthew.

Nosotros fuimos parte de esos estudiantes que dieron pie a la mayor revuelta y huelga general de la historia de Francia al igual que fue nuestra enorme camaradería y ¿por qué no? amor.

Hasta aquí el sueño va perfecto salvo por el hecho de que en el 68 él, en la vida real ya tenía como nueve años y yo no estaba ni en los más remotos planes de mis padres pues ellos también no superaban su primera década de vida.

Sueños atemporales, les dicen.

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Constanza Mazzotti

Que los objetos sobre una mesa de pronto ya no estén

[…] que las cosas de la cocina un día alguien las quite sin avisar, que de pronto tu ropa no amanezca en el armario porque todo desapareció, punto, no tienes ni zapatos ni lap top. Todo se lo comió el aire.

Es imposible imaginar la muerte de un ser querido hasta que sucede y lo vives en carne propia. 

No logro imaginar cómo se sienten las muertes que a diario ocurren con las que yo he sentido a nivel familiar por causas naturales.

¿Cómo es una muerte natural?

Los seguros de vida tienen su propia definición, algo que para los médicos sería impensable. 

Para los bancos, para las tarjetas de puntos de departamentales e incluso las tarjetas que uno tiene de las farmacias, el concepto de muerte natural es importante y varía mucho.

Para una mamá, para un hijo o un primo, las muertes son todo menos eso, naturales porque con las muertes la palabra natural se confunde con normal.

¿Qué es lo normal en las muertes? Desaparecer. Ya no estar. 

Imposible trasladar esa sensación de muerte al cuerpo físico. 

El desaparecer, el que abre golpes y caminos internos difíciles.

En mi caso la muerte no vino sola porque primero se anunció en eventos que sólo se pudieron ver hasta pasarla.

La sospecha de la muerte es como la sospecha de la ruptura, de la enfermedad, de que algo no va bien de que si no le pones atención se va a ir o a perder.

Nadie sospecha que un día las cosas de la cocina van a desaparecer. Sólo sospecharíamos si viéramos que un hoyo comienza a abrirse en el piso, que si no lo arreglamos, secamos, limpiamos, cambiamos las piezas de las tuberías, cables y cementos, la cocina se va.

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Constanza Mazzotti

ASTOR

Sé que la noche previa te fuiste a dormir tranquilo y emocionado.

Tu prima mayor, que, según yo, a mí 27 años, me considerabas ya una señora hecha y derecha, te invitó y contrató a ser el DJ a una fiesta a la que fueron todos mis amigos.

Una fiesta que prometía para ti, ser el centro de atención.

¿Quién va a una fiesta sin música?

Ensayamos las canciones, te di una playlist, algunas canciones no te gustaban, pero yo insistía, defendías que eras el “DJ” y que tener dicho cargo te otorgaba el derecho de poner lo que sea que tú quisieras poner. Entonces pues, te dejé hacer lo que quisiste, porque-tierna aclaración-creías que ser DJ era poner las canciones y modular el volumen cada que alguien lo pedía. Esa noche acabó tarde y tú tenías tan sólo como ocho años.

Jugaste a ser locutor, Spreaker fue una de las primeras plataformas que conocí gracias a ti, para yo ahora hacer uno de mis trabajos actuales, la voz en off.

Tenías muchísimos seguidores en ese programa de radio en el que sintonizabas tus “en vivos” ¿Cómo se llamaba tu programa?

Invitabas a gente a participar, estuvo mi mamá, tu tía Tere (seguramente) y recuerdo que consultabas muchas dudas con mi papá, a quien le insistías en que no conocía el «concepto de pelo». Después criticaste mi podcast de poesía porque era “demasiada música aburrida y, además, perdía mucho tiempo hablando”.

Pero, aun así, la brecha generacional no impidió que te hicieras amigo de mis amigos: mi primer novio y tú, jugaban a las escondidas, sé, que también a los almohadazos en la sala y, además, sé que escondieron un pequeño accidente del que nunca le comentaron a tu mamá. Hay una foto de cómo fueron cómplices de sus juegos y perseguidas dentro de la casa.

Años después vino Fátima, mi amiga parisina con quien te reías porque a ella le encantaban los chistes que te inventabas, sobre todo aquella vez que Fátima y yo, volvimos de la playa un 31 de diciembre a pasar en tu casa el Año Nuevo. Fátima, me sigue preguntando por ti y sigue riendo con tus bromas, ella hasta hoy, no sabe nada.

Tú tenías como ocho o nueve años cuando también conociste a mi amigo Bigotes a quien le aclaraste de “pe a pá” y con tecnicismos incluidos, la forma en la que hacías tus programas de radio.

Recuerdo que, en esa ocasión, íbamos en mi auto muchos amigos, apretados como sardinas, incluido tú, que contaba chistes y hacías bromas, de ahí salió el famoso “Sonidero A-A-A…Astor” del que todavía Fátima, Bigotes y yo, seguimos citando y riendo.

Después me fui de Xalapa. Fuimos a buscar universidades en la Ciudad de México, sé que impresionaste a los directivos del ITAM con tu perfecto 10.

Elegiste letras en la UAM, pero querías ser médico, pero después abogado, descubriste que ser paramédico era tu profesión. Pero para ese entonces el Astor niño, el Astor que vi cambiando en su adolescencia dejó de bromear. Algo en tu crianza hizo que comenzaras a defenderte de tu entorno. Ése que tu madre, de quien yo también me protegí, conoce bien.

Sé que te fuiste a dormir tranquilo, Astor.

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Constanza Mazzotti

Mudanzas

Hace un par de días leí un poema sobre mudanzas.

El poeta recorre, conoce y cuenta sobre las casas que va rentando y habitando a través de las huellas de los inquilinos anteriores.

Entre los clavos dejados en las paredes ve los gustos de las personas y sus gustos por la decoración.

Descubre arañones por donde se jalaron algunos muebles e imagina los pasos que pudieron haber dado esas otras personas.

Después de leer el poema para un programa de radio, imaginé al poeta sentado en su escritorio recién colocado en su nuevo piso, quizás fumando, quizás tomando el café de la mañana rehaciendo los pasos de esas personas que ya se fueron.

Luego pienso en mí y en mi capacidad de mudarme. Yo me mudo mucho dentro de mi casa. He recorrido todos los cuartos del departamento e incluso, bromeo con mis amistades, -hasta he vivido en la covacha- un sitio de cobijo para esas personas que van de paso y que necesitan un espacio para pernoctar.

Ayer me volví a mudar, me mudo como dos o tres veces al año. Los mismos muebles que compro o me revenden los mismos inquilinos que han habitado mi casa. Esos desconocidos que poco a poco se vuelven mis amigos con los que ya he construido una vida en esta ciudad.

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Alba Miranda Constanza Mazzotti

Nuevos Inicios

Alba Mercedes

Un julio, al igual que hace cinco años, Constanza estaba a horas de subirse a un avión y me entregaba su vida para el doctorado. Y entre papeles oficiales, en un pequeño café francés, decidimos publicar nuestras andanzas y creamos Tres de Leila.

A pesar de la tecnología, nuestro inicio fue en una típica lluviosa Ciudad de México y en una ciudad vieja italiana con mucho calor, y con muchas historias que contar, pero que fueran cortas, porque la vida corría en diferentes horarios y con una maestría que terminar y un doctorado por definir.

Pasaron muchos veranos, lluvias y una pandemia, que nos trajo colaboradores y una renovación de clóset, mas no de estilo.

Y es así, como TDL (para quienes nos conocen en llamas), vuelve a comenzar y para no variar igual de viaje y desde distintas ciudades, con horarios diferentes, idiomas y lo más importante: historias por compartir e incluso sanar.

Constanza Mazzotti

Fue difícil encontrarle un nombre con el que nos sintiéramos cómodas. Lo tuvimos que pensar rápido, aunque creo que esa decisión ya se venía cocinando desde hacía meses. Yo estaba muy incómoda de la garganta, tenía la peor de las gripas y, además, estaba sorda.

Le entregué a Alba un sobre amarillo con todas las indicaciones para que me inscribiera al doctorado durante mi ausencia.

Sinceramente no sé cómo es que logró descifrar mis indicaciones pues eran, ahora que lo repaso, complicadísimas. Hojas con pasos numerados, vericuetos con chocantes señalizaciones burocráticas en las que me atreví a colocar el número de pasos para caminar hacia las oficinas conjuntas dentro de la universidad.

Ahora entiendo que una gran amiga es quien hace ese tipo de cosas. Uno se titula de un doctorado con la ayuda de mucha gente, pero Alba fue una de las fundamentales.

Dejé a Alba con un sobre y yo tuve, a las pocas horas, un vuelo complicadísimo.

El dolor de oídos se equiparaba al que tuve en mi infancia cuando me enfermé de una infección que me inmovilizó por completo y además, el avión tenía un plus, estaba lleno de lo que ahora son exgobernantes mexicanos buscados por la justicia o prisioneros en algunas de las cárceles más temidas.

Ellos iban a saludar al Papa, yo, a terminar mi tesis de maestría

Caminaba por Roma cargando una maleta, un par de oídos tapados y un desfase horario aderezado por uno de los peores calores del verano del 2015 mientras veía en las pantallas de publicidad gubernamental los rostros de los políticos veracruzanos en el Vaticano.

Tomé un tren a mi ciudad, me subí al autobús equivocado, caminé arrastrando una maleta con rueditas, subí cuatro pisos para llegar a mi departamento y comenzó una de las experiencias escriturales más emocionante de mi vida. Tres de Leila no sólo me ha forzado a escribir de manera constante sino a perder el miedo y a hacer de la escritura por más cuidada o descuidada un proceso primordial en mi día a día.

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Constanza Mazzotti

Cachete o mejilla

Tengo un cachete que me molesta. La misma palabra lo hace al momento de pronunciarla. Cachete. Aunque he optado por la palabra mejilla, sigue pareciendo incómodo referirse a esa parte del rostro con un sinónimo que notoriamente suena forzado. Cachete o mejilla, una burda y la otra, se pasa de sutil. Y mis cachetemejillas no lo son.

Y es que desde que perdí una de mis muelas, todo mi rostro comenzó a acoplarse a la ausencia.

Obviamente mi apariencia no se ha modificado de manera radical pero noto la diferencia cuando me veo en fotos. Si de por sí siempre he sido cachetona, ahora lo noto más y vivo con el fantasma del cachete hinchado que me incomoda cada que aparezco en una imagen o pantalla y peor aún, si es de celular.

El punto es que perdí una muela y eso debería de ser lo grave. Pues vaya que lo es cada que voy al dentista a que revise cómo va mi proceso de implante. Un proceso doloroso porque, además, mi cuerpo, que grita ¡chimuela! no aceptó esa segunda vez al implante pues le faltó hueso para afianzarse en la mandíbula.

Entiendo, por la detallada explicación que me dio mi dentista, que la producción de hueso es normal en cuerpo jóvenes y raro o nulo cuando hay una enfermedad importante en el organismo o de plano el cuerpo es de alguien de mucha edad.

Yo soy joven, dentro de lo que cabe, no tengo enfermedades importantes y mucho menos soy de la tercera edad, pero mi cuerpo necesita ayuda para poder tener esa muela que perdí. Entonces sacaron el implante y pusieron hueso y mi cachetemejilla se volvió a inflamar y peor aún, con dolor.

Nunca he padecido de la espalda o de las rodillas, pero vaya que padezco de un menisco fuera de lugar en la mandíbula que me ha llevado a tener en alguna ocasión,la quijada fuera de lugar, un dolor semejante, imagino, al de una buena golpiza.

Esa clase de dolor que yo llamo “de muela” aunque es de menisco, me recuerda a que se debe por una ausencia. En mi caso, es un pequeño molar lo que me recuerda a las ausencias más importantes de mi vida, por la época en la que se rompió, por las razones de la ruptura y lo más importante, por las personas implicadas.

Las ausencias duelen más de lo que uno puede imaginar, aunque en apariencia no suceda nada, hay miles de implicaciones tanto físicas como emocionales cuando algo se truena, se rompe o se extrae y que te pueden dejar en cama, como la ausencia de una pequeña muela.