Estoy casi segura de que fuimos como en “Soñadores” la película de 2003 de Bernardo Bertolucci que recrea una historia de descubrimiento sexual entre dos hermanos parisinos y un estudiante de intercambio norteamericano en la Francia del 68.
Apuesto que el mayo del 68 en París fue el único espacio temporal en el que coincidimos. Yo usaba boina verde y botas de piel negras, él pantalones de pana azul marino y una camisa también de pana, pero de color rosa pálido.
Contrario a la película, no compartimos amoríos con más personas ni baños con burbujas en tina porque nosotros estábamos en las calles, besándonos y luchando.
Éramos ese bullicio exterior con el que Isabelle y su hermano Théo, de la película, enmarcan su amorío con el norteamericano Matthew.
En ese mayo francés del 68 protestamos juntos, fuimos a mítines, pronuncié discursos frente a demás estudiantes y, además, varios grupos sindicales se unieron a nuestra lucha por derrocar a la sociedad del consumo, el capitalismo, el imperialismo y el autoritarismo. Ahora que lo pienso, sí habría estado bien, ser como Isabelle, Théo y Matthew.
Nosotros fuimos parte de esos estudiantes que dieron pie a la mayor revuelta y huelga general de la historia de Francia al igual que fue nuestra enorme camaradería y ¿por qué no? amor.
Hasta aquí el sueño va perfecto salvo por el hecho de que en el 68 él, en la vida real ya tenía como nueve años y yo no estaba ni en los más remotos planes de mis padres pues ellos también no superaban su primera década de vida.
Sueños atemporales, les dicen.