—¿Estás loca?
—¿Ah?
—El cielo se cae, y tú con pantalones blancos.
Sí, esa soy yo, mientras mi hermana entra en crisis porque tuve la osadía de usar un color prohibido en temporada de lluvias. Corrección. En un verano que puede amanecer soleado, para luego convertirse en un día de invierno, y terminar con una imagen muy a lo Jumanji cuando están en el Amazonas.
Claro que sabía que se iba a caer el cielo, pero los pantalones estaban ahí, colgados, esperando a ser usados. Ya había sido demasiado negro y jeans.
Los pantalones sobrevivieron a las manchas de lodo, a la lluvia que a veces puede ser tóxica, e incluso al café que tomé casi parada. Pero no pasaron la mirada reprobatoria de mi hermana y de otras mujeres que seguro pensaron que no había visto el cielo. Miradas así también suceden cuando alguien usa gafas en un lugar cerrado. Me declaro también culpable. Mis lentes de sol tienen aumento, los uso para ver mejor, y ¿a quién engaño?, el misterio Holly Golightly sienta de maravillas de vez en cuando.
Ahora, pasadas las 12 de la noche, y sin lluvia, pienso en los pantalones blancos que terminaron en el cesto de la ropa. Debería volver a usarlos, esta vez con tacones y una blusa divina, darles su lugar, como forma de agradecimiento; pero, uno de mis issues existenciales es que no repito color, jeans y menos aretes, dos días seguidos. No, no, no.
Así que escribo esto para agradecer a algo inerte, pero con color.