Para subirnos a un autobús basta levantar una pierna, la derecha o la izquierda, y subir el pequeño peldaño que nos coloca dentro del transporte. Con un poco de prisa depositamos una moneda en la mano del conductor, esperamos el cambio, escaneamos rápidamente el interior, detectamos un asiento y nos dirigimos hacia él. Para pasar tranquilos el trayecto nos colocamos los audífonos, volteamos por la ventana y nos arrullamos con pensamientos, hasta bajar en nuestra parada.
Lo difícil es alcanzar al autobús, correr bajo la lluvia, evadir los charcos que nos llegan hasta los tobillos, soportar que los autos nos salpiquen el agua de las calles y evitar que las bicis nos atropellen. Lo trabajoso es que el metro llegue a tiempo para hacer la escala, y que en el trabajo las horas sean lo suficientemente largas como para que no nos importe el haber olvidado el paraguas, y por fin estar fuera de la oficina, aunque sea, así, mojados, cansados y con hambre. La recompensa será un asiento libre en el autobús.
Estar sentados dentro de un autobús mientras afuera llueve y adentro está calientito, el saber que eventualmente llegaremos a cenar, a ponernos la piyama, a meternos bajo las cobijas y a dormir, es lo mejor que existe.
Lo peor es saber que por la lluvia el autobús se va a llenar a reventar, que tendremos que soportar las bolsas de las personas que van de pie en nuestra cara, que muchos confundirán nuestras manos sobre el tubo del asiento de enfrente, con el mismo tubo del asiento de enfrente, que tendremos que tocar esas manos que antes tocaron un no sé qué que nos llena de asco y que, al racionalizar este pensamiento, nos damos cuenta de que, para el otro, también nuestra mano da asco, y mejor la quitamos con cierto grado de arrepentimiento por sentir asco de haber tocado su mano por accidente.
Entonces nos levantamos con cuidado pero a la vez abruptamente porque nuestra parada se acerca, esquivamos los cuerpos de los demás, sentimos sus ropas mojadas, nos despedimos del calor sucio que nos arrulló todos esos minutos de trayecto para que nos reciba de nuevo, el viento y la lluvia fría en el rostro.
A veces así se llega a casa.