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Constanza

Pescar la noche

Los restauranteros compran mojarras a los productores acuícolas solamente si el producto cumple con un peso de 800 gramos. 

—¿Cómo saber ese dato al momento de seleccionar al pez? ¿Se pesa? ¿Afuera o dentro del agua? —pregunto.

Al parecer el acuicultor atrapa en una especie de abrazo escurridizo al animal que se convierte por momentos en bestia. Una vez dentro del agua, se sube al todavía pez en una báscula de metal para calcular su peso hasta que la aguja señala una aproximada cifra.

Ya en otro contexto y por las formas en las que se llevan a cabo algunos particulares movimientos surge de nuevo, para los adentros de la interlocutora, una segunda duda.

¿Cómo se baila música electrónica dentro de un garaje sin luz con personas completamente de negro, con máscaras antigás y cuernos de chivo, no el arma, sino el animal?

Al parecer y, a juzgar por el ritmo de los movimientos de los brazos y de todo el cuerpo, los acuicultores, los minotauros y los curiosos en los antros comparten, en la pesca y en el baile y sobre todo a ojos de quien no está del todo en contexto, la babosa necesidad de asirse a algo que no tiene mucha forma.

Intentar abrazar música y agua disonante en ambientes de olores duros, entre escamas y sudores ajenos imposibilita pensar con alguna claridad.

Pero uno está ahí con pocas ganas y mucha curiosidad porque a la invitación de la comida, esa que incluía al acuicultor parlanchín explicando las formas de pescar con los brazos le siguió la invitación al chapuzón de música y quimeras. 

El baile de abrazar, al pez o al electro incluía en el elenco de esa noche, la inesperada visita de una mujer en uniforme citadino irrumpiendo, con ropas claras, entre un apretujado gentío de ajuar de pasarela propia de la hermana seria de la Bruja Devil.   Como primer acto de iniciación, a la citadina le quitaron en la entrada sus gotas para los ojos porque parecía otra clase de “gotero” y, antes de ascender los peldaños de terciopelo rojo, se dejó sellar a regañadientes su muñeca derecha. La mujer, la citadina o más bien, la muñeca, revisó la zona en ambos lados entreviendo que, el único remedio que le quedaría para sobrellevar esa noche, sería el aplicar sabiamente los conocimientos en la pesca de mojarras vivas.*