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Alba y Constanza se miran a sí mismas y construyen breves panoramas sobre las enigmáticas maneras en que sus intimidades se relacionan con lo de afuera: con la ciudad, con el deseo, con la angustia, con el miedo, con la terneza, con el acoso, con la distancia, con los recuerdos. 

Constanza se indigna ante vestidos nocturnos cuyo diseño involucra de manera tácita un acompañante mientras Alba estudia giros e intenciones en las miradas (por qué van ahí y no allá).

Alba y su fantasía de oler a Frida Kahlo: Shalimar de Guerlain con otros componentes: hospital y tabaco. Constanza y su nostálgica obsesión por el misterio de la duplicidad en Italia. 

Constanza protagoniza historias que involucran calcetines con estrellas, locos de Ahuacatlán que trazan disparos al aire y un niño con cámara enamorado del cuerpo de las mujeres; Alba escribe a mano con las uñas pintadas de rojo Pucker up y enfatiza las mayúsculas como si fueran la clave de Sol en un pentagrama. 

Alba dice: “el cabello creció y, así, juntos, nos enredamos”; dice Constanza: “nosotros es una palabra comprometedora”. 

Constanza y Alba: una enuncia y la otra propone una variación en torno a esa enunciación. Y así avanza su libro: como un íntimo diálogo entre voces distintas hermanadas por una sensualidad exhaustiva al servicio de pensamientos privados. 

Hugo Roca Joglar