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Sarahí Bañuelos

Querer de nuevo. I LOVE Nueva York.

He escuchado decir que el tiempo lo cura todo, que un corazón dolido poco a poquito va retomando su latido habitual con el paso del tiempo (alerta de spoiler) encontré una mejor opción: viajar.

Una de las cosas que he aprendido más tarde que nunca, es que las personas nos vamos construyendo con nuestras decisiones diarias y eso fue precisamente lo que pasó. Tiempo atrás ya había estado el pensamiento fugaz de regresar una vez más a la jungla de concreto, la ciudad que nunca duerme: Nueva York.

Llevaba ya unos meses diciéndome a mí misma que no tenía el corazón roto, que somos las consecuencias de nuestras decisiones y aprendiendo que la honestidad es una virtud de doble filo que no siempre trae finales felices.

La realidad era que estaba pasando por un duelo amoroso, viviendo frustración laboral y añorando tener las respuestas a la pregunta ¿Qué quiero hacer de mi vida? Recordé una vez más la frase: “Un clavo saca a otro clavo”, si se trataba de querer de nuevo, decidí que quería a Nueva York; sola, con el intento de encontrarme a mi misma en medio del caos y la adrenalina. Y así fue.

Una semana increíble, que desde la llegada al aeropuerto la ciudad me recibía con un I      NY, y así lo sentí. Mi primera vez en un hostal, mis viajes en el metro, todo se sentía natural y libre. Tomé mi tiempo para hacer un itinerario de los lugares que quería recorrer, compré el pase por las atracciones de Nueva York y empecé la aventura.

Sentí las luces de día y noche en las pantallas de Times Square, recorrí las calles con las innumerables marquesinas de sus teatros. Quedé hechizada con la obra de Broadway Harry Potter and the Cursed Child.

Comí en los jardines de Bryan Park, me vi reflejada en una exposición sobre el viaje de la Mariposa Monarca en la hermosa biblioteca pública.

Hice nuevos amigos durante el tour por Harlem, nos tomamos fotos en el estadio de los Yankees y en la Uniesfera de la famosa escena de la película Hombres de Negro en Queens; cruzamos los 3 puentes que conectan a la ciudad, comimos pizza en Williamsburg mientras admirábamos los brillantes murales de sus paredes.

Aprendimos sobre la comunidad judía ortodoxa de Satmar en Brooklyn y la historia de la gran mujer Emily Warren Roebling quién termino la construcción del puente de Brooklyn.

Admiré el atardecer y la caída de la noche desde el Top of the Rock, uno de los miradores 360º de la ciudad.

Tomamos unos tragos en Rudy’s en Hell’s Kitchen. Pedaleamos por Central Park, donde añore tener una boda como Blair y Chuck de Gossip Girl frente a la fuente, recordé la fuerza de la palabra Imaginar en el memorial de John Lennon de los Beatles; me cruce con una ardilla justo como en la película Encantada, escalé la escultura de Alicia en el País de las Maravillas (Para ello fue hecha, para interactuar) y desayuné en unos de los tantos jardines que encierra el parque.

Visité el MOMA, donde pude nutrirme de fantasía con obras de Remedios Varo, Picasso, Matisse, Monet. Compré un delicioso sándwich en el Chelsea Market y lo disfruté con la increíble vista desde Little Island. Caminé de principio a fin The High Line en Hudson Yards para llegar a The Vessel y después subir a The Edge, otro de los miradores que te deja sin aliento con su plataforma de cristal, donde se puede ver desde las alturas, como pasa la ciudad bajo tus pies.

Me divertí tomando selfies con Miley Cyrus, Bad Bunny y Audrey Hepburn en el museo de cera. No pude más con el cansancio y terminé por dormir durante el recorrido en bote por las luces de la ciudad, ya que la lluvia y la niebla no permitieron admirarla adecuadamente; aunque rescato que ver la estatua de la libertad de manera fantasmagórica tuvo su toque único.

A pesar de la lluvia, pedaleé por el puente de Brooklyn y fue mágico. Subí al Empire State, una vez más, quedé anonadada por las vistas de una ciudad tan diversa, abierta e inquieta.

Me maravillé con el MET, es mucho más grande de lo que imaginaba, cada una de sus salas, te transporta: arte egipcio, medieval, bizantino; una exquisita y variada selección de pinturas europeas, arte moderno y la tan esperada exposición: In America: A Lexicon of Fashion, un paseo por la moda en las palabras que definen lo mucho que aprendí en este viaje: gratitud, apreciación, conciencia, maravilla, encanto, autodeterminación.

Después de mucho tiempo por primera vez, hice oración, abrazada de la paz que transmite la catedral de San Patricio.

Tal vez es como dice mi canción favorita de Elsa y Elmar: “Voy a estar bien, a la deriva, pero de alguna manera ya me lo esperaba… Voy a estar bien…vas a estar bien… vuelve a ti mi amor”

Y adivinen qué… en ninguno momento sentí el corazón roto, me sentí viva, con la magia de viajar, disfrutar el aquí y ahora con mi historia siendo parte ya del corazón de Nueva York.