El mes de septiembre enmarca la llegada del otoño, el preludio de días más frescos. Sin embargo, hace algunos años que aquí ya no se siente así. Algunas semanas atrás anunciaba un noticiero la entrada del primer frente frío del otoño – no en esta frontera del norte- «aquí sigue haciendo un chingo de calor» -le dije a mi hijo Poncio- el cual me miró, se sonrió como diciendo “ok papá” y siguió comiéndose un boli…
Desde que era un niño siempre hay algo con la llegada del frío que me provoca una sensación de nostalgia anónima dentro de mis pensamientos y que hasta el día de hoy, sólo sé que reside en lo más profundo de mi corteza cerebral.
Para mí el otoño es la mejor época del año, al menos en esta ciudad donde el clima es tan extremoso y principalmente porque enmarca el preludio a temperaturas más afables y da un breve respiro al sofocante calor del verano al menos por un muy corto tiempo, justo antes del frio intenso.
También es un tiempo donde se puede “medio caminar la ciudad” -salvo esos días donde hace mucho aire-, también la luz dorada es la mejor para tomar fotos porque se filtra perpendicular entre árboles y crea formas interesantes. Los espacios se llenan de hojas de colores ocres, las cuales es divertido pisar y escuchar el crujido… -patear montículos acumulados siempre debe ser parte del juego-pero lo que más me gusta el otoño, es encontrar en ese olor característico a leña, la llegada del frío y los pensamientos abstractos que me conectan con mis memorias y mis reflexiones.