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Constanza Mazzotti

ASTOR

Sé que la noche previa te fuiste a dormir tranquilo y emocionado.

Tu prima mayor, que, según yo, a mí 27 años, me considerabas ya una señora hecha y derecha, te invitó y contrató a ser el DJ a una fiesta a la que fueron todos mis amigos.

Una fiesta que prometía para ti, ser el centro de atención.

¿Quién va a una fiesta sin música?

Ensayamos las canciones, te di una playlist, algunas canciones no te gustaban, pero yo insistía, defendías que eras el “DJ” y que tener dicho cargo te otorgaba el derecho de poner lo que sea que tú quisieras poner. Entonces pues, te dejé hacer lo que quisiste, porque-tierna aclaración-creías que ser DJ era poner las canciones y modular el volumen cada que alguien lo pedía. Esa noche acabó tarde y tú tenías tan sólo como ocho años.

Jugaste a ser locutor, Spreaker fue una de las primeras plataformas que conocí gracias a ti, para yo ahora hacer uno de mis trabajos actuales, la voz en off.

Tenías muchísimos seguidores en ese programa de radio en el que sintonizabas tus “en vivos” ¿Cómo se llamaba tu programa?

Invitabas a gente a participar, estuvo mi mamá, tu tía Tere (seguramente) y recuerdo que consultabas muchas dudas con mi papá, a quien le insistías en que no conocía el «concepto de pelo». Después criticaste mi podcast de poesía porque era “demasiada música aburrida y, además, perdía mucho tiempo hablando”.

Pero, aun así, la brecha generacional no impidió que te hicieras amigo de mis amigos: mi primer novio y tú, jugaban a las escondidas, sé, que también a los almohadazos en la sala y, además, sé que escondieron un pequeño accidente del que nunca le comentaron a tu mamá. Hay una foto de cómo fueron cómplices de sus juegos y perseguidas dentro de la casa.

Años después vino Fátima, mi amiga parisina con quien te reías porque a ella le encantaban los chistes que te inventabas, sobre todo aquella vez que Fátima y yo, volvimos de la playa un 31 de diciembre a pasar en tu casa el Año Nuevo. Fátima, me sigue preguntando por ti y sigue riendo con tus bromas, ella hasta hoy, no sabe nada.

Tú tenías como ocho o nueve años cuando también conociste a mi amigo Bigotes a quien le aclaraste de “pe a pá” y con tecnicismos incluidos, la forma en la que hacías tus programas de radio.

Recuerdo que, en esa ocasión, íbamos en mi auto muchos amigos, apretados como sardinas, incluido tú, que contaba chistes y hacías bromas, de ahí salió el famoso “Sonidero A-A-A…Astor” del que todavía Fátima, Bigotes y yo, seguimos citando y riendo.

Después me fui de Xalapa. Fuimos a buscar universidades en la Ciudad de México, sé que impresionaste a los directivos del ITAM con tu perfecto 10.

Elegiste letras en la UAM, pero querías ser médico, pero después abogado, descubriste que ser paramédico era tu profesión. Pero para ese entonces el Astor niño, el Astor que vi cambiando en su adolescencia dejó de bromear. Algo en tu crianza hizo que comenzaras a defenderte de tu entorno. Ése que tu madre, de quien yo también me protegí, conoce bien.

Sé que te fuiste a dormir tranquilo, Astor.