Sueño, aletargamiento, dolor de cabeza; paracetamol, agua y un desayuno. Perdí el tiempo de descanso en revisar los mensajes del celular, pasaré el resto de las dos horas que quedan hasta el siguiente descanso con la mirada hacia el monitor. Recibo indicaciones que apunto, memorizo y dejo pasar apostando a que en el futuro podré consultar a mis colegas al respecto sin que nadie note que esas instrucciones las dejé pasar.
Hago un trabajo que desconozco y el entrenamiento, por más datos que apunto, parece que consiste más en habilidades multitask a las que apenas logro reponerme cuando resuelvo lo que ya me quedó atrás.
Abro un micrófono y pido instrucciones de clientes que nunca conoceré, pero de quienes poco a poco distingo por el tipo de preferencias técnicas que han dejado con indicaciones por mail. Escucho a veces algún mensaje de voz en otro idioma con acentos a los que me monto y galopo y me coloco súbitamente en sus oficinas, salas o estudios y los acompaño a decidir objetivos, frases o colores. Tecnicismos que aportan ensoñaciones. Ella es de Texas, este otro nos habló de Brooklyn, el de la vez pasada era de Connecticut. La de Texas apretaba la boca rechinando palabras apresuradas dejando indicaciones que apuntamos en frases reducidas. El dolor de cabeza lo hago a un lado imaginando que las palabras texanas rebotan en una casa de madera en medio del desierto mientras que la clienta trasnochada va en chanclas y shorts de mezclilla con una blusa a cuadros y prepara un Lipton con hielos hasta el tope.