Preparar la maleta en invierno para una carry on es un reto y más sin saber que las próximas semanas (indefinidas) serán pasados en lugares distintos. Afortunadamente tengo sangre nómada y hacer la maleta no es un suplicio, es pasar un buen rato, a veces horas, probando combinaciones hasta de los aretes, pensando qué sacar e incluso qué llevar en el bolso de mano y por qué no, en la bolsa de tela. ¿Qué llevo? Ropa, mucha ropa, algunos zapatos, accesorios, neceser con cosas del baño, algo de maquillaje, el iPad, a veces la laptop, muchos cables, medicinas, libros, la agenda, mi cuaderno y el diario.
Después de esas casi cuatro semanas lejos de mi balcón, aprendí que tengo dos momentos claves que definen mi día y mi noche: antes de prender el celular y cuando la alarma de “no molestar” aparece y sonrío maléficamente. Para que eso suceda de forma armónica necesito una lámpara de preferencia con luz cálida, que sea una buena compañera, que no me lastime los ojos cuando la recámara sigue guardando oscuridad y que la iluminación se pueda acomodar de acuerdo a mi postura y al tamaño del libro e incluso si es de pasta dura o blanda.
En cuanto me enteré que iba a pasar fuera de mi casa más de lo que pensaba, busqué una lámpara portátil, pero ahora con luz cálida, ya tenía una de luz blanca y jamás logré que me acompañara en la lectura, todo lo contrario: me incomodó.
Después de una búsqueda sencilla, encontré una lámpara que llegó en una pequeña cajita y que tiene tres tipos de luces diferentes. Y así las semanas fueron más llevaderas y no hubo que renegar por salir de la cama y apagar la luz cuando el sueño me vencía.
Si me vuelven a preguntar que tanto llevo cuando salgo de viaje lo primero que diré: mi lámpara de noche.