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Constanza

Tormenta

Yo no sé si en ese mar hay tiburones, pero lo que vi y no pronuncié parecía serlo.

Se que por la mirada del lanchero y el silencio de mi padre que todos nos hicimos los locos.

Abrimos una cerveza.

Nunca volveré a pisar una lancha como aquella, con un pequeño toldo, una gran hielera y apenas dos tablas para tomar asiento. También sé que a los veintitrés se ve todo, incluso el peligro, tan lejano como se veía el buque de petróleo desde la orilla del mar, lejano e incluso, inalcanzable. Pero ese buque de frente y tan lejano como pequeño entre mis dedos se volvió un gigante de acero que pronto desapareció a mis espaldas y develó otro par aún más lejanos a nuestra vista. Nos adentramos a mar abierto. Ahí, con mis diminutas chanclas bajamos a la boya del primer indicio de arrecife coralino que irrumpe kilómetros después en una bella isla llamada la isla Lobos. Es pequeño punto de arrecife contenía peces de colores tan brillantes como diminutos y lo acompañaba una boya de cemento donde los lancheros, como nosotros, se paraban a resistir las tormentas. Y justo ahí, venía una.

Por suerte el lanchero la reconoció

-le daremos la vuelta e iremos a tras de ella.

Sin llorar, pero con muchas ganas de hacerlo miré sonriente a mi padre.

Recordé las aventuras del viejo y el mar y me vi a mí misma como portada de libro o encabezado del día siguiente. Decidí confiar en lo que tenía delante de mí: el lanchero.

Entonces arrancó el motor, ese tan pequeño que nos salvaría del edificio gris que se movía hacia nosotros.

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Alba

Los pelos de la escoba

Una cosa son los pelos después de cepillarme el cabello al salir de la ducha, que jalo del cepillo de madera, hago un nudo como lo hacía la Antonia, pero otros son los que se enredan en la escoba.

Los odio.

Están ahí muertos, sin nada más qué hacer que esperar el momento que llegue la escoba y los “recoja”, porque no los limpia, se enredan, se pegan, se van entre las cerdas.

No me dan asco, simplemente detesto que no tengan otra función más que estar ahí.

Al menos el polvo tiene la función de ensuciar y de hacerme estornudar, pero los pelos, míos, tuyos y de todos nosotros, solo se quedan ahí quietos.

Sin embargo, son los perfectos delatores que estuviste aquí.

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Alba

Abrazo en pandemia

“Alba, necesito un abrazo”

¿Cuántos mensajes así no hemos recibido? ¿Cuántos besos no hemos enviado?

He visto que se abrazan con un plástico de por medio, yo he vuelto a enviar besos voladores como me enseñó mi tía Ceci, pero abrazos ¿voladores? aún no, tampoco me animo a abrazarme y ver mis brazos cruzados en una pantalla.

Es cierto que no soy de abrir mis brazos y véngase para acá, pero, como siempre, la idea de la ausencia los hace querer más.

Ayer di un abrazo de esos que te cortan la garganta, de esos que te ponen los ojos llorosos, pero de esos que si no los das y recibes, se muere un koala.