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Alba Miranda

La edad de la hoodie

La escena de The Devils wears Prada cuando Andy le cuenta a su novio sobre su primer día de trabajo, ella se esta vistiendo para estar en casa o dormir. La escena finaliza con ella poniéndose una hoodie con el nombre de la universidad en la que estudió y diciéndole a su novio que no dejará que su jefa le afecte y que hará lo que vino hacer a Nueva York. 

Easy there, tiger. 

Pasar tiempo en casa implicó aumentar ciertas prendas a mi clóset y la de esta temporada invernal fueron dos hoodies (no me gusta su traducción al español), porque combinan con jeans, leggins e incluso son perfectas para acurrucarse y llegar al sueño. 

Llegar a casa temprano y cambiarme la ropa de la oficina a algo más cómodo pero no tan cercano a la pijama, porque hay que salir al parque o sacar la basura, requiere de su estilo y mis hoodies grises lo cumplen a la perfección. 

Pero más allá de una cuestión de comodidad y de estilo, siento que es entrar a una nueva etapa de mi vida, (escribo esto a días de cumplir años), es llegar a casa y sentir la comodidad en la tela por dentro que abrace y que te diga:

ya llegaste, relájate.

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Alba Miranda

Magenta affair*

En mi colección de pintalabios, que no es tan amplia como la de mi hermana Ale o mi prima Tere, tengo tres que son rosados, uno que dura las horas y las horas, otro que es brilloso y otro que el color es más bonito en la barra que en mis labios.

Siempre he admirado a las mujeres que tienen la seguridad de cualquier supermodelo de los noventa para salir a la calle con los labios pintados y verse divinas. Yo en cambio, la pienso ocho veces y termino quitándome el color y salgo con el ligero brillo de un chapstick.

Llegó la pandemia y con ella una próxima mudanza, y en mi afán por tener menos cosas y realmente usar lo que tengo, me propuse pintarme los labios, aunque sea para estar dentro del depa y luego acostarme a ver tele.

Comencé a usarlos los fines de semana cuando veía a mi familia y luego a mis amigas, de pronto me di cuenta de que cuando veía a alguien no lo usaba, me ganaba la vergüenza o que no le fuera a gustar (red flag).

De cierto modo me ayudó el cubrebocas, acostumbrarme de poco a poco y hacerme de la idea que debajo de la tela o de tres capas, estaba una Alba con un color y no tan blanca como soy.

Alguien nuevo se estaba gestando.

Ahora trato de no salir de la casa sin al menos tres pintalabios, o bueno 1, porque los otros dos son chapsticks, uno sin color y el otro con el color similar al que decidí usar.

Y claro, siempre fui y seré la Power Ranger Rosa.

*Así se llama el pintalabios con el que se escribieron estas palabras.

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Nofret

Brisa de pandemia

La brisa de las gotas de aquella fuente rociaba dulcemente su rostro y le recordaba a ella; le recordaba a ella mientras regaba los árboles de su amado jardín y se sentía uno de los colibríes que se acercaban a tomar un baño matutino.
Se quita el cubrebocas y toma un sorbo de su machiatto y vuelve a resonar en su memoria como un trueno aquella frase: “te estás convirtiendo en un personaje”.
-¿En quién te habías convertido? ¿Cómo pasaste de ser modesta y tímida a comportarte como un macho cabrón?- Eso se preguntaba ella mientras esperaba a una amiga a la que debía pedirle perdón por no saber domar su ira. ¿Era ella culpable de no saber cómo domarla?
Pide una Perrier y cierra los ojos para permitir que la brisa la acaricie. Puede verla claramente, ahí está ella orientándola y le recuerda que hasta hace poco no nos habían enseñado a encausar la ira. ¡Vaya, ni siquiera nos habían mostrado de qué manera debemos expresar nuestras emociones! Hasta hace bien poco todo ha sido represión. “No te enojes que no está bien que una ‘señorita’ grite”. “¿Cómo es posible que siendo tan inteligente no puedas controlar tu enojo?” ¡Cuántas
veces escuchó esas frases durante su larga adolescencia!
-Sí, te perdono, lo entiendo. Espero me perdones. También debemos
perdonarlos a ellos. Pero por favor te pido que me digas, ¿cómo me quito esta máscara?- Abre entonces los ojos y la silueta de su amiga se asoma en la esquina. ¿Acaso habrá olvidado a causa de la pandemia las reglas sociales? No hay respuesta, pero su corazón sabe que esta pandemia le arrebató la cordura.
No, no fue el virus quien se la llevó, se la llevó la pandemia… y no es lo mismo.

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Constanza

Manada

Abro mis ojos un viernes por la mañana y te miro sobre mi pecho, no pesas casi nada así que pasas desapercibida la mayor parte de las horas. Despierto una, dos o hasta tres veces en la madrugada, pareces bebé porque además comes y te espero a que acabes con la luz encendida mientras yo dormito de pie. Los ruidos ya los conozco, cuando tienes demasiada hambre llegas incluso a tener gastritis y el peligro es que vuelvas el estómago, me levanto consciente de tu malestar y te sirvo de comer antes de que los síntomas empeoren, es raro que llegues a eso, pero sé que sucede. Son las seis de la mañana y el día para ti empezó desde dos horas antes. Me muevo por el cuarto buscando a tientas mis zapatos apresurada, pero en vez de los zapatos me espantan las patitas negras que toco sin ver. Ramona a esas horas es de color obscuridad que se mimetiza con la manada y se siente poco a poco más cercana a nosotros, un torbellino invisible que surca mis pies me guía hacia las afueras de la habitación hasta hacerme abrir el refri y servirles de comer a veces pienso que incluso los que ya no están me apresuran para su desayuno. Estos gatos son mi manada.

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Constanza

Lo que la pandemia ha hecho de ti

Leo un texto sobre “Aquello que la pandemia ha hecho de nosotros” y refleja todo lo político que uno pudiera llegar a ser. Para muchos, leo en otras revistas, la pandemia son caminatas nocturnas, enterarse que serán padres, deshacerse de sus viajes en avión.

¿Qué ha hecho de mí?

Me pregunto a mí misma con la intensidad con la que algunos se lo hacen desde la política.

¿Qué he hecho de mí? Querré decir. Respondo a la pregunta que alguien entre silencios me hace en un chat.

Ayer fui una bicicleta con la que redescubrí que me gusta el viento a mucha velocidad y con música. Ritmos que no incluyen personas sólo a mí misma bailando con ruedas sobre calles repetidas bajo mis pies. Ya en la noche estoy postrada dialogando con mi cuerpo. ¿Qué he hecho de mí? Me pregunto sosteniendo un inhalador.

¿Conocen inquilinos que siempre cierran las ventanas ante la inminente ventisca y que ponen cruces de masking tape en los ventanales cuando se avecina el huracán?

Mis pulmones son los únicos que se niegan a responder a ese chat que me hace reaccionar subiéndome a la bici y que de regreso a casa se vuelve sesión de psicoanálisis entre amigas y a todas les pregunto lo mismo ¿qué hemos hecho cada una de nosotras en pandemia? 

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Alba

Los pelos de la escoba

Una cosa son los pelos después de cepillarme el cabello al salir de la ducha, que jalo del cepillo de madera, hago un nudo como lo hacía la Antonia, pero otros son los que se enredan en la escoba.

Los odio.

Están ahí muertos, sin nada más qué hacer que esperar el momento que llegue la escoba y los “recoja”, porque no los limpia, se enredan, se pegan, se van entre las cerdas.

No me dan asco, simplemente detesto que no tengan otra función más que estar ahí.

Al menos el polvo tiene la función de ensuciar y de hacerme estornudar, pero los pelos, míos, tuyos y de todos nosotros, solo se quedan ahí quietos.

Sin embargo, son los perfectos delatores que estuviste aquí.

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Alba

Abrazo en pandemia

“Alba, necesito un abrazo”

¿Cuántos mensajes así no hemos recibido? ¿Cuántos besos no hemos enviado?

He visto que se abrazan con un plástico de por medio, yo he vuelto a enviar besos voladores como me enseñó mi tía Ceci, pero abrazos ¿voladores? aún no, tampoco me animo a abrazarme y ver mis brazos cruzados en una pantalla.

Es cierto que no soy de abrir mis brazos y véngase para acá, pero, como siempre, la idea de la ausencia los hace querer más.

Ayer di un abrazo de esos que te cortan la garganta, de esos que te ponen los ojos llorosos, pero de esos que si no los das y recibes, se muere un koala.