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Alba

La delicia de buscar, escoger y luego, comprar

—Dígame, ¿en qué la puedo ayudar?

—Busco un regalo.

—¿Qué le parece? — dijo, apuntado a uno entre el montón.

—Mmmm, no. Mejor aquél.

—¿Quiere probárselo usted?

—No, no, no. Yo soy muy blanca, y ella está bronceada.

Una persona muy querida se titula mañana y no puede andar por la vida sin un artefacto especial, de esos que el simple hecho de abrirlos implica un ritual, su propio espacio, y adaptarse al objeto, no al revés.

—Mire, éste se ve divino y sienta bien.

La señora del local, sin pensarlo dos veces, hizo que probara el objeto en cuestión. Fueron tres segundos de una concentración total y un sentir de piel chinita que sólo provoca el pastel de chocolate que prepara mi hermana.

—Para regalo, por favor.

—Claro, señorita.

Papel crepé, un listón blanco y una cajita.

—Muchas gracias.

—A usted.

De la tienda a mi auto sentí que volaba.