Estudiar literatura italiana te hace ver personajes del país de la bota por doquier. Más, si uno se vuelve admirador del periodista Pereira, del estudiante necio Monteiro Rossi, de “la mujer de los zapatos rotos” o, ya bien entrados en lo más aceitoso de la italianidad, de Sofía Loren, antítesis de la Ginzburg que habla de sus zapatos durante la guerra. La Italia reservada y la Italia explosiva.
Dos ideas polarizadas de lo que significa cohabitar con lo más latino del continente al otro lado del Atlántico y, aún así, no lograr entenderlos. Siempre gritones y de voz semi aguda, dos tipos de italianos:
Uno: zapatos rojos, medias traslúcidas o bronceado perfecto, falda de vuelo corta y blanca, blusa con motivos rojos y blancos, cabello sin lavar pero con peinado perfecto. Perfume y gafas oscuras. Al frente, un espresso, y un chico; al lado, perrito y bolsas Gucci.
Dos: chica en flats, shorts rotos, blusa blanca de hace dos días, cabello despeinado o mal recogido, mochila con libros y ropa del fin pasado. Forjando un cigarro delante de un chico que mira su celular.
Ambas, hermosas.
Aplica igual para los hombres.
—¿En dónde están las papas fritas?— grita uno en el supermercado frente a los lácteos.
El niño del Kinder Sorpresa: pantalón de lona azul, camisa de lino clara y modales de príncipe, no existe más. El italiano de los noventa pareciera que ve, en la desfachatez, el futuro de la sofisticación por la que tanto se desfallecieron los mecenas renacentistas. Un hippie trasnochado en sus veintes que busca papas y cerveza en el súper. Los profesores, igual que seguramente lo habría hecho Pereira, miran el jarrón romperse y dan, sin remedio, otra bocanada al cigarro.
—El curso pasado me aventé a 150 estudiantes repitiéndome en voz alta argumentos sobre Amuleto y Los detectives salvajes— dice una profesora en español ibérico cuando se entera que puede practicar con la interlocutora de cabello negro su lengua extranjera predilecta.
“Quizás los chicos están así gracias a las novelas que les dan a leer”, me pasa por la cabeza mientras acepto que me encantó Amuleto y detecto que comienzo a alucinar el temperamento de la región.
En la reunión: dos Pereiras, una semi Sofía y dos aspirantes a Pereira y Natalia Ginzburg platican o parlotean o gritan en un respetable itañol sobre literatura latinoamericana.
Enredos de bromas, tomadas de pelo, argumentos verídicos, todo ensalzado con lo que uno imagina es racionalidad juguetona deja de ser “drama interesante” para la visita que sueña con llegar a casa y contactar a alguien del otro lado del Continente que comprenda su propio temperamento.