Sábado, fuimos a comprar todo lo que necesitábamos para el brunch del domingo. El mismo día nuestra madre se fue a Marruecos y un aire de libertad sopló en la casa. Este Brunch lo hicimos en el salón, une territorio sagrado para ella. Cocinamos toda la mañana del domingo como si fuera un restaurante para celebrar el cumpleaños de la amiga de mi hermana.
Cocinamos y adornamos el salón con mucho cuidado para no ensuciar este templo que mi madre protege como si su vida dependiera de la limpieza de este cuarto. Contamos chistes sobre lo que hubiera dicho al vernos aquí, en su hermoso salón.
Desde pequeña mi madre nunca le gustó que entráramos en esta sala que atesora como su vida.
Tiene tan desarrollada su memoria que cualquier mínimo cambio en el salón lo nota. Cada mañana hace una inspección dentro de la sala y pregunta “¿Quién hizo esto?” o “¿Quién comió aquí?”
Mis hermanos y yo hacemos chistes para saber por qué tanta pasión para este salón. Quizás esperaba la visita del rey de Marruecos o quizás, la visita inesperada de alguien y así mi madre, con su salón perfecto haría hacer notar la limpieza y el orden de este su salón.
Pasamos el día entero de brunch con los reflejos de los objetos que lo adornan viéndonos festejar. En este mismo salón nuestra madre ha sido generosa con su hospitalidad con sus amigos, familiares, hijos y a extranjeros intachables. Y esto también lo heredamos de ella.