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Alba Miranda

Salir de la cama

En las mañanas, a veces, antes de que suene el despertador, y si aún sigue oscuro, al menos en mi recámara, recorro con mis pies sin calcetines, porque así lo dicta el clima, el ancho de mi cama y disfruto ese frío de la sábana aún sin tocar.

Trato de recuperar algún retazo de sueño o incluso de regresar y volver a estar ahí. Si no tengo puesto el antifaz, lo busco con la mano izquierda en el buró y es como si me vistiera de nuevo, pero no con la pijama, sino con el sueño en standby.

Si es un buen sueño, me sigo, al contrario que, si es producto de mi ansiedad o de un asunto sin resolver y solo ocasiona un despertar rápido y sin estiramiento, y olvídate de las tres gracias de la mañana.

Sigo buscando las partes frías, sigo soñando, pero una parte desea con muchas ganas que haya alguien en la cocina, poniendo agua para hervir, sacando el filtro, el café, el azúcar, preparando el ritual, el plato cuadrado de cerámica con orillas de ladrillo, la cucharilla que está a punto de perderse (solo me quedan dos), y, si estoy de suerte, un pan con dulce de leche.

No está.

Estoy yo, salgo y veo a mi sol entrar por el balcón, lo saludo cuando abro la ventana, respiro de esa luz, me doy media vuelta y me preparo mi café.

Bonito día.

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Broken Heart

g.

They call it heartache because missing someone is

an actual physical pain, in your blood and bones.

Lucia Berlin

Recuerdo mi primer corazón roto: fue a los 16 años y mi mamá, que en ese entonces tenía dos años más de los que yo tengo ahora, me miraba con ternura diciendo que a esa edad todo se siente más fuerte. Por eso nunca me imaginé que podría pasar algo similar, o peor, a mis casi 38 años.

            Desde hace algunos años, soy practicante del amor líquido y voy por la vida con mi bandera de desconstruída. Sin embargo, en una ocasión crucé el mar buscando el amor, entonces supongo que soy un ser lleno de contradicciones.

            En diciembre conocí a g., quien estaba en una relación abierta y a distancia. De un día para otro me encontré pasando con él mi tiempo libre y sorprendentemente enamorada. Durante 4 ½ meses la vida se me fue esperando verlo, escapando de mi casa para vivir con él un par de días, haciéndole postres y disfrutando de ir al cine en primera fila. A diferencia del amor adolescente, g. me encontró en un momento en el que al fin me siento yo. Con él caminar era una aventura, comer era delicioso y mi sonrisa era la más bonita que me he conocido. Cada día compartíamos imágenes de obras de arte y uno que otro poema. Los días se volvieron más lindos y me enseñé a amar más fuerte.

            Pero la nube de su relación siempre estuvo ahí y la información fue llegando a cuentagotas; un poco por culpa de ambos porque ninguno quería romper el hechizo. Primero me enteré que ella vivía en un país muy lejano, después que g. tenía planes de irse a vivir allá un tiempo y más tarde que se casarían.

            Un día de la nada me enteré de la fecha de su partida: 1° de mayo. A pesar de la tristeza, yo le propuse a g. disfrutar de las 6 semanas que nos quedaban juntos. En esas semanas hicimos hogares efímeros, paseamos, nos abrazamos, bailamos, me tomó fotos, comimos y nos perdimos en un camino con tierra de colores, árboles con tizne y conejos. Yo comencé a llorar con él, pero más sola. Él prometía un futuro no tan desolador y se imaginaba uno de estos acuerdos posmodernos en los que quizás algún día podríamos compartir un hogar. El día que se fue hablamos hasta que le pidieron poner su teléfono en modo avión.

            En febrero, cuando yo supe por primera vez detalles de su pareja, comencé a escribirle un diario. El amor a veces es solitario y fue la única manera de lidiar con todo lo que sentía. El día que se fue se lo conté y prometí hacérselo llegar. Durante esa semana lo diseñé, busqué las imágenes que me recordaban a él y algunos poemas que me había compartido. Le dediqué un par de párrafos a nuestras manos entrelazadas y las rayas de su panza y se lo envié. Hacerle llegar ese diario para mí fue una manera de lidiar con mi corazón roto y cerrar un círculo; para él, realmente no lo sé.

            Durante esos días se volvió difícil vivir. Levantarme de la cama, caminar, comer y convivir se volvieron tareas titánicas. Seguía llorando a la menor provocación y sólo podía recordar una frase cursi que leí por ahí que me parece que es de una canción de Adele que decía algo como: sólo espero el día en que vuelva a ser yo. Recordaba una foto que me tomé un día que decidí que era muy feliz y soñaba con el día que me sintiera así de nuevo.

            A menos de dos semanas de su partida me encontré que él también estaba escribiendo un diario: el de su llegada a ese país lejano. Abrí el enlace y lo primero que narra es que había cambiado de religión y que su nombre ya no era g., sino a. Describía a esa persona que él amaba y con la que se había encontrado el día 2 de mayo; ahora compartían un departamento, habitan en una ciudad en la que disfrutan alimentar gatos callejeros y se abrazan todas las noches. En otro momento y en otra circunstancia, supongo que me habría roto, pero cuando leí eso, el círculo se cerró: yo había amado a g., para mí a. es un completo desconocido y no encuentro ya razones para llorar.

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Alba Miranda

Mercury

De los correos que se perdieron, a las llamadas que no llegan, tenemos las puertas con llaves ausentes, vuelos que se adelantan y, por lo tanto, se pierden.

Por experiencia propia de muchos años, sé que cuando aquel planeta está a punto de entrar en modo retro, a mí me afecta más el antes y el después. Así que cada vez que mis astrólogas y astrólogos de cabecera avisan que ahí viene y que tenemos que caminar con cuidado, yo lo dejo pasar a mi departamento y lo imagino sentado en mi sala, ocupando el sillón más amplio y cómodo.

Hay días que le sirvo un expresso en mis tazas más bonitas, y otros cuando lo veo con mi mirada de ¿neta? pasando por un elegante seriously? hasta llegar a niveles extremos de no pi*** ma***.

Una vez que pasó el trago amargo, procedo a pensar que no estuvo tan mal la ausencia de la llave porque dormí más cómoda o la pérdida del vuelo me permitió comer tranquila, pero, aun así, ¡qué ganas caray!

Si es real o no, no lo sé y no planeo averiguarlo, solo sé que se da la casualidad que en días así pasan cosas que es más fácil atribuirlo a ese Voldemort que nos acecha, pero también es una etapa que se desbloquean correos que esperabas desde hace varias fases en retrogradación o sorpresas como boletos para un concierto y un vestido ladylike de esos que hace muchos años quería.

Sea lo que sea, revisar todo, dos o tres veces, no está por demás.

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Fatima Jaoui

Gorda Forever

Recuerdo a un médico al que fuimos a ver para mi hermana menor en París. Vine como asistente de viaje y también como traductora de mi madre por si había algo que ella no podía entender. Ese día no era yo quien iba al médico, así que se suponía que no debía hablarse de mí de ninguna manera.

Tengo esta imagen de mí misma yendo varias veces al baño del hospital para dejar fluir mis lágrimas calientes de la después de una humillación pública en la sala de espera.

No recuerdo exactamente las palabras que me dijo el doctor. Pero me habló de tal manera que me sentí la peor persona del mundo por mi apariencia.

El doctor no me conocía, no sabia nada de mi dieta ni nada sobre mí, pero su bata blanca le dio el poder de socavar la frágil confianza que tenía en mí misma.

Hasta el día de hoy, recuerdo lo emotivo que fue. Probablemente porque pasé de un estado de niña feliz a un estado de vergüenza en una fracción de segundo. Este maldito doctor apagó la luz que quemaba en mi corazón.

En mis recuerdos, mi madre estaba del lado del médico o al menos nunca dijo nada.

Creo que la razón por la que rompí a llorar fue cuando mi madre dijo algo como

-deberías escuchar al médico si no quieres explotar o convertirte en una patata-

Mi madre no domina el francés, pero claramente domina un lenguaje hiriente y vergonzoso.

Recuerdo el sentimiento de culpa y la sensación de que la estaba avergonzando por tener el aspecto que yo tenía. Nadie trató de animarme después de que este médico me avergonzara violentamente en frente de todas la personas en la sala de espera.

No merecía ser tratada de esta manera por un hombre adulto que creía que mí grasa era blanco para menospreciarme.

Hasta el día de hoy, he estado luchando con mi peso. Nunca me sentí 100 por ciento segura de mi cuerpo.

Estoy realmente enojada con los trabajadores de la salud por su gordofobia y sus comentarios hirientes y no solicitados hacia mí mientras crecí.

Prefirieron que pusiera en riesgo mi salud antes que quedarme como una persona gorda y saludable. Las cirugías que te ofrecen para adelgazar son peligrosas y no siempre exitosas.

Mi última terapeuta me dijo que quererme como soy ahora es como aceptar que no voy a perder el peso extra. Por supuesto, ella no niega que tengo valor solo por respirar, pero todavía me dijo que fallaré si no pierdo peso. Como si estar delgada fuera un éxito en sí mismo. Pero ella es humana y su gordofobia se apoderó de ella cuando yo estaba cuestionando esta búsqueda de toda la vida de tratar de perder peso en lugar de simplemente amarme y seguir adelante.

El otro dia fue el día contra la obesidad, al menos en Francia y, escuché a un periodista decir, que la obesidad mata a tantas personas al año.

Lo que no está diciendo es que no es la obesidad lo que mata a la gente. No te mueres por estar gordo ¿no?

De lo contrario, todos los gordos estarían muertos.

Se olvidó de mencionar cómo los profesionales de la salud tratan a los pacientes gordos y cómo su equipo no está adaptado a nuestro cuerpo.

Mucha gente gorda se aísla tanto por cómo la sociedad los trata hasya el punto en que nunca van a ver a un médico a menos que se estén muriendo.

 ¿Por qué ?

Pues porque los médicos los señalan y ellos se avergüenzan y les piden que bajen de peso incluso si la consulta fue por dolor de garganta.

Esos comportamientos tienden a dejar que los pacientes obesos no sean diagnosticados por enfermedades temprano. El diagnóstico llega demasiado tarde y pues las enfermedades han avanzando.

No nos toman en serio y la única solución a nuestros problemas es “perder peso”. Quiero decir que es de conocimiento común que los pacientes con un IMC (Indice de Masa Corporal) normal nunca se enferman.

Hoy, quiero abandonar la dolorosa conquista del cuerpo aceptado en publico. Hoy quiero vivir mi vida sin miedo. No va a ser facil y sigo desaprendiendo cada dia. Estoy cansada de esconderme y hacer todo para que gente intolerante acepte mi existencia.