Tengo un cachete que me molesta. La misma palabra lo hace al momento de pronunciarla. Cachete. Aunque he optado por la palabra mejilla, sigue pareciendo incómodo referirse a esa parte del rostro con un sinónimo que notoriamente suena forzado. Cachete o mejilla, una burda y la otra, se pasa de sutil. Y mis cachetemejillas no lo son.
Y es que desde que perdí una de mis muelas, todo mi rostro comenzó a acoplarse a la ausencia.
Obviamente mi apariencia no se ha modificado de manera radical pero noto la diferencia cuando me veo en fotos. Si de por sí siempre he sido cachetona, ahora lo noto más y vivo con el fantasma del cachete hinchado que me incomoda cada que aparezco en una imagen o pantalla y peor aún, si es de celular.
El punto es que perdí una muela y eso debería de ser lo grave. Pues vaya que lo es cada que voy al dentista a que revise cómo va mi proceso de implante. Un proceso doloroso porque, además, mi cuerpo, que grita ¡chimuela! no aceptó esa segunda vez al implante pues le faltó hueso para afianzarse en la mandíbula.
Entiendo, por la detallada explicación que me dio mi dentista, que la producción de hueso es normal en cuerpo jóvenes y raro o nulo cuando hay una enfermedad importante en el organismo o de plano el cuerpo es de alguien de mucha edad.
Yo soy joven, dentro de lo que cabe, no tengo enfermedades importantes y mucho menos soy de la tercera edad, pero mi cuerpo necesita ayuda para poder tener esa muela que perdí. Entonces sacaron el implante y pusieron hueso y mi cachetemejilla se volvió a inflamar y peor aún, con dolor.
Nunca he padecido de la espalda o de las rodillas, pero vaya que padezco de un menisco fuera de lugar en la mandíbula que me ha llevado a tener en alguna ocasión,la quijada fuera de lugar, un dolor semejante, imagino, al de una buena golpiza.
Esa clase de dolor que yo llamo “de muela” aunque es de menisco, me recuerda a que se debe por una ausencia. En mi caso, es un pequeño molar lo que me recuerda a las ausencias más importantes de mi vida, por la época en la que se rompió, por las razones de la ruptura y lo más importante, por las personas implicadas.
Las ausencias duelen más de lo que uno puede imaginar, aunque en apariencia no suceda nada, hay miles de implicaciones tanto físicas como emocionales cuando algo se truena, se rompe o se extrae y que te pueden dejar en cama, como la ausencia de una pequeña muela.
Viajar con alguien es la disposición entera de ser leído como un libro. Me gusta la intimidad que se genera a cada paso en lugares desconocidos. Todas las aventuras son como portales en nuestra experiencia con el otro: subir a un taxi sin conocer siquiera la dirección de nuestro destino y reír a carcajadas, los secretos que necesitan un cómplice salen a la luz bajo el sopor de noches calurosas y vino: las historias que queremos que nunca sean contadas, se convierten en confesiones que nadan entre risas y llanto.
Estamos hechos de claroscuros. Al descubrir un nuevo café, de pronto, como en un estallido, nuestros demonios, esos que están siempre contenidos en casa, le explotan en la cara al otro y la complicidad crece. ¿Quién si no nosotras para desayunar a orillas del río Sena? mejor bienvenida a París no pudimos tener entre tartines y café para reponernos del viaje en tren.
Nuestro mutuo entendimiento se abraza mientras nos mecemos en las hamacas en tardes calurosas, en donde nuestra mayor responsabilidad es vivir el presente.
Nos reconocemos cuando nuestros cuerpos expiden los mismos olores, ¿acaso es nuestro humor lo que nos hace iguales?
Pactos silenciosos mientras constatamos la fuerza o la locura de ese Otro: sólo tú caminaste durante horas con un pie roto por las calles de la Habana y la Gran Manzana; después en el silencio de la noche aliviaste todo el dolor con hielos en la tina del hotel.
Es en la mirada de nuestros acompañantes en donde suceden los milagros del alma y no en esas tierras que no nos pertenecen aunque las hayamos pisado antes. Aunque a veces esos milagros se materializan y las cortinas se abren para poder ver el mar. Son esos instantes en donde nos descubrimos y nuestro amor crece. Me emociona por fin haber llegado a esos páramos idealizados. Y en cambio, todos estos vastos universos que son ellas, y que soy yo misma, significan mucho más que el Coliseo en soledad.
Hacía tiempo que no me tomaba unas vacaciones… a solas. Sépase usted que, desde hace mucho, mucho tiempo no estaba soltera. Tengo 33 años y he tenido novio desde los 17. Como las olimpiadas cada cuatro años y sin descanso, celebraba una nueva relación. A largo plazo eso me trajo serios problemas de salud emocional y a principios del 2022 me diagnosticaron depresión en tercer grado, casi a punto de ser medicada. Me sentía triste y no lograba identificar la razón. Durante el mes de enero me despertaba en la madrugada sólo para llorar. La amargura de mi llanto me causaba desconsuelo.
Evidentemente aquello me llevó a ser constante con la terapia. Y es que no tenía “mal de amores” como mis amigos señoros machos berreaban entre bromas. A lo largo de quince años me había auto-saboteado, me falté el respeto y pisotee mi dignidad con el único objetivo: ser la mejor novia que mi pareja en turno pudiera tener. Esa exigencia que se traduce en una falta de amor propio, me llevó a soportar infidelidades, chantajes, insultos, manipulaciones y abusos económicos. La única persona que no entra en esta lista es el Beto, mi segunda expareja a quien recuerdo con mucho cariño y quien entendió que la relación tenía que llegar a su fin.
Luego de esta declaración. Ahora sí, viene el frenesí.
Cuando atraviesas por esa transición entre la ruptura y el tener que reconocer que la tristeza no solo responde a un golpe al ego, sino al miedo de lidiar con la soledad, entrelazado con el miedo a que “nadie se vuelva a fijar en ti” y ese pinche miedo a ser señalada como vieja y solterona. Lo primero que tienes que hacer es ver la película “Comer, Rezar, Amar”, protagonizada por la actriz americana Julia Roberts, una adaptación del libro de Elizabeth Gilbert (el cual también leí). La película se basa en las memorias de la escritora Liz Gilbert, quien un día se descubre abrumada por la rutina, pone fin a su matrimonio y emprende un viaje de autodescubrimiento que la llevó a visitar Italia, la India e Indonesia.
Pese a que este filme resulta una herramienta de empoderamiento para algunas mujeres, muchas no corremos con la suerte de tomarnos unas vacaciones por Europa o Asia para reencontrarnos con nosotras mismas. Habría que hacer una lectura interseccional en donde se destaque la clase, el género, el lugar de origen, la condición social (si hay hijos de por medio) y sobre todo, el contexto de violencia emocional, física o sexual con el que se esté lidiando. No todas tenemos la fortuna de asistir a terapia y reconocer que necesitamos ayuda. No todas logran generar redes con otras mujeres que también han sido violentadas. No todas cuentan con solvencia económica que les brinde seguridad. Además, es muy difícil que las amistades y familia comprendan que no es drama, sino violencia. Por ello, aquí mi antítesis titulada: Ayunar, maldecir, odiar.
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Vivo en la ciudad de México y soy becada. Por motivos económicos, escolares y pandémicos, no puedo salir del país para tomarme unas vacaciones que me lleven a lidiar con mi depresión. Pero como toda una Julia Roberts -versión oaxaqueña-, todos los días me doy a la tarea de hacer mi propia película. El problema es que ni comía, ni rezaba y mucho menos, amaba.
La depresión me llevó a hacer una dieta involuntaria que constaba de una comida al día. Conforme mi estado de ánimo mejoró, comencé a comer y beber sin culpa. Ahora casi todos los fines de semana deleito mi paladar con tacos al pastor, suadero o alambre de pollo. También me gustan los chicharrines con cerveza. La comida me ha llevado a entablar nuevas amistades y retomar aquellas a quienes había abandonado. Y así como en la escena donde Julia Roberts declara tener una relación amorosa con su pizza en la ciudad de Nápoles, yo he logrado tener una relación amorosa con las micheladas que venden por el metro Impulsora en Ecatepec, las cuales me presentó mi amiga la Vero. Creo que aún no he subido de peso.
Paradójicamente he cambiado de religión. Esto es algo que siempre quise hacer porque el señor Jesus de ojos azules y toda su parentela blanca nunca me habían dado confianza. Siempre he creído que rezarle a toda representación judeocristiana es como si me dirigiera a un militante del Partido Acción Nacional (PAN). Por eso mis súplicas no llegaban al cielo. Ahora me siento en paz con mis nuevas creencias. Gracias Grego por presentarme tu religión.
He odiado. Durante las primeras terapias odié y maldije repetidamente a esos tres hombres que me hicieron daño. Pero, sobre todo, me odié a mí misma por permitir que me pisotearan, por no poner límites. Ahora ya no los odio porque gracias a esos episodios aprendí que siempre debo de ponerme en primer lugar. Me bastaron quince años para darme cuenta que no necesito de una pareja para salir adelante, para ir al cine, para tomar un café, para ver una película en casa, para ir de viaje. Yo tengo la capacidad de hacer eso y más.
Hasta el momento no he tenido intención alguna de conocer a nadie. Necesitaba unas vacaciones conmigo, a solas, sin hombres que no solo quieren una novia, sino una mamá, un títere, una persona de limpieza, una escort o una niñera que no los haga sentir solos. Hombres que lo quieren todo y lo obtienen todo, a cambio de nada.
Estar sola me ha permitido identificar qué es lo que me gusta, lo que quiero y lo que no quiero. Y parece fácil, pero es todo un proceso. Se que algún día volveré a tener otra pareja, (porque estoy bien bonita jajaja). Pero para ese entonces, mi novio del futuro se topará con una Bicky que sabe poner límites, segura de sí misma y sobre todo, que no se quedará callada. Entonces habré aprendido a quererme y a valorarme. Para lograrlo debo seguir vacacionando, haciendo todos los días, mi propia película siendo una “Julia Roberta”.
Y ustedes amistades ¿Ya se tomaron unas vacaciones?
(Este texto está dedicado a todas mis amigas: a quienes lograron sanar, quienes están de vacaciones, quienes toman vacaciones a medias, quienes no se animan a tomarse sus vacaciones y a quienes están a punto de hacerlo. Para ellas mi sororidad, comprensión y cariño)