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Constanza

Un vestido rimbombante

Al puro estilo @abychuely fui a buscar un vestido.

Me pesa buscar ropa, así que la idea de buscar un vestido “de noche” me recorre la cabeza como un zumbido de mosco.

Al mal tiempo, buena cara. Y fui a buscar el vestido de la Bella Durmiente.

La flexibilidad que tenía ese día alcanzaba justo para dos cosas: color y precio.

Pero, hasta para las inexpertas, los ligamentos dan de sí, y pasé a los azules, a los lilas y a las faldas largas con top de lentejuelas…lentejuelas rojas.

No me llevé zapatos altos porque Cenicienta nunca los buscó: se los asignaron.

La señorita sugirió color plata.

Si pasaste las tardes de tu infancia y adolescencia frente a los espejos, sabes que engañan. Me veía con las telas largas y me sumaba un par de kilos por aquello de la cena, el calor y los líquidos que imaginaría se pueden sumar debido al caprichoso trayecto.

La novia se casa a cientos de kilómetros. “De largo”, mandó a decir.

Poco a poco te das cuenta de que comprar un vestido no es sólo comprar un vestido. Hay que comprar los zapatos, el chal, el brasiér invisible o los masking tapes invisibles, la mini bolsa para la mitad de la servilleta; pensar cómo sentarte, caminar y entrar en las telas largas con el calor del norte del país en pleno mes de mayo.

Además de eso, algunos vestidos involucran de manera tácita al acompañante; el cierre no se sube solo y la idea de bajar a recepción a pedir ayuda con el cierre, no aplica.  Además, hay que pensar en cómo será el atuendo de ese que te invitó; el color también lo incluye:

—¿Le gustará?

Así que, cuando se va a buscar un vestido, se echa a andar la maquinaria, que incluye dieta, pilates, y líquidos, de ser posible, jamaica. 

Quienes se casan de manera rimbombante deberían de darnos un premio.