No deberíamos darnos cuenta que necesitamos vacaciones cuando estamos enfrascadas en una charla sin fin a las 12 del día mientras disfruto una pitahaya o cuando decidimos meternos a la alberca un miércoles a las 11 de la mañana.
Crecí en el trópico, por lo que el calor me trae recuerdos de casa, de agua de limón a la hora de la comida, cambiarse el uniforme y vestir algo más fresco y a mi gusto, leer el periódico mientras mis papás hacían siesta y mis hermanas, creo que también.
Adriana me dijo que fuéramos al club a comer y qué encanto estar con alguien como ella, realizada, sin rencores y feliz, con una infinidad de temas para platicar, tantos, que una tiene que volver al tema del desayuno porque de estar en mi paraíso tropical en Bolivia, regresamos a México, haciendo una breve parada de historias en Nueva York, y de las lecturas que ocupaban mis momentos más que libres: un libro de crónicas y otro sobre las maternidades (¡soy tía!).
Mérida es una ciudad para irse sin señal en el celular, olvidarse de los lugares turísticos, dejarse llevar por la lluvia o la sombra del día, es un lugar para ir tomar el fresco y darse cuenta que tenemos que parar, sentir como esas gotitas incómodas de sudor bajan… y respirar.