Categorías
Germán

JRZ Frontera Paraíso

Estas son las calles que camino, donde mi corazón y mis pies han echado raíces… si bien no nací aquí, este es el lugar que me ha visto crecer desde que era un niño, de alguna forma soy parte de la migración que ha caracterizado a esta peculiar frontera –tan lejos de dios y tan cerca de E.U.-  así es como este lugar se convirtió en parte de mi historia de vida.

Hace unos años cuando me encontraba en la Ciudad de México, durante una conversación, alguien me preguntó “qué tan al norte estaba mi casa” y viendo un mapa señale “ahí, como a ochocientos metros del Río Bravo, literal”- contesté.

Pensar en ello, me hace rememorar mucho sobre este lugar, me hace reflexionar mucho sobre mí… porque tal como escribí hace un tiempo, “mi mayor inspiración al salir y tomar fotos  reside en la cotidianidad de mi entorno cercano, en mi infancia chilanga/fronteriza como referente principal”; caminar y observar la ciudad ha sido para mi la mejor forma de conocer sus entrañas, su historia, -y no la que aparece en los libros de texto- sino la cotidiana, la que se escribe día con día…

Muchas ciudades de México son como “Jekyll y Hyde” y esta frontera no es la excepción, un lugar que ha vivido momentos de abundancia y por contraparte visto crecer la decadencia, no podría ser otra cosa que una dicotomía… una corteza áspera y gris, pero con un corazón palpitante y vivo.

Categorías
Victoria

El encanto barroco de Puebla

Era verano, el calor de la tarde sofocaba el ambiente, recorría con mi madre las empedradas calles de Puebla. Visitamos iglesias, cafés y museos. Nos asombramos en la Biblioteca Palafoxiana, percibimos el aroma del cedro, la mirada de la Virgen, el susurro de los libros, sus objetos, reminiscencias de un saber apresado en las líneas del tiempo. Nos regocijamos con las distintas variedades de mole, sus sabores extasiaban mis sentidos, sus alegres colores se perdían en la concavidad de mi paladar, rojo, rosa, verde, amarillo, cada matiz sabía distinto. En los recovecos del convento de Cholula me encontré con la filosofía medieval, me recitó unos versos de la Divina Comedia, la dama renacentista llevaba un vestido de flores, sus ojos resplandecían y me recitó unos versos de Petrarca, me susurraron al oído el secreto de los libros antiguos, paseamos por los jardines, nos sentamos en la fuente y conversamos. Me hablaron del universo barroco, de ángeles y catedrales, sus columnas y cúpulas. Me llevaron a la antigua Universidad de Puebla y recorrimos sus floridos jardines, sus patios y biblioteca. 

Me dejé encantar por la belleza de la talavera, me cubrí de Barroco, conchas y perlas. En la Casa del Deán tropecé con la carreta de Petrarca, vi sus Triunfos, un conejo escribano y un jaguar charlando, un coyote tocaba una flauta, mientras el león bebía su pulque.

Entre cantera, objetos y talavera, disfruté la nostalgia del tiempo custodiado en la Casa de Alfeñique. Me maravillé entre historias, y leyendas, viví la Historia, bebí café, y probé las delicias de La casa de los Muñecos. Me dejé cautivar por las voces de los Ángeles, sus cantos se perdían entre la noche estrellada, sus alas níveas y suaves surcaban los callejones barrocos a la luz de la luna nueva.

Categorías
Germán

Regreso al desierto

Cuando era un niño -desde los 8 años- tuve la fortuna de pasar muchas horas del verano jugando “al aire libre” a pesar de vivir siempe en medio de la cotidianidad citadina; algunos de los recuerdos más vívidos de mi infancia, resaltan aquellos días junto con mi hermano cuando solíamos pasar varias horas recorriendo las grandes acequias que rodeaban los campos algodoneros cerca de casa, en la parte posterior de la zona de Pradera Dorada, casi siempre acompañados de nuestra perrita husky -La Luba- y de una boxer que nos encargaron llamada -La Chata… De aquellas divertidas caminatas, lo mejor era pasar a través de muchas charcas de lodo, diferentes sembradios, un extenso lugar lleno de montañas de piedra pómez y la llamada “Laguna”, un lugar escondido -como lunar- en medio de un campo de cultivo, lleno del agua de riego, rodeado de árboles y donde había una incontable cantidad de sapos e insectos donde jugabamos con palos a las espadas y lanzabamos piedras a los charcos…el inminente “regreso” nunca era menos de aventurado que la “ida”, disfrutabamos ver a las perritas intentar alcanzar liebres que vivian en los campos aun sin cultivar mientras que a paso veloz continuabamos por el camino, nerviosos por el latente regaño de mamá, la mayoría de las veces por regresar tarde, llenos de lodo, con la ropa mojada y con las perras irreconocibles de sucias -una era toda blanca- … de aquella última vez habrán pasado al menos unos 30 años…

Hace algunos meses mi hermano y yo coincidimos en casa después de que ambos regresáramos a la ciudad tras vivir fuera por varios años…el reencuentro mereció hacer un pequeño “roadtrip” que yo ya tenia planeado para tomar unas fotografías a un desierto cercano, durante el trayecto bromeamos y recordamos viejas conversaciones, me hizo rememorar aquellas vivencias que atesoro con tanto afecto y la felicidad de tener una vida llena de estos momentos junto a mi hermano.

Categorías
Paulina

Las gordas /o de cariño, nadar con tiburones

A veces me pregunto qué es caminar a lo desconocido. Esa mañana de invierno en el caribe lo fue. Y se presentó ante mí con varios nombres. Se llamaba excitación, miedo, ensoñación. Ese día bucearíamos con tiburones toro.  Estaba como paralizada y aún así caminaba hacia el mar. 

No iba sola, los buzos que también se tirarían iban unos pasos adelante, otros platicaban entre sí y ahí seguía yo,  en silencio, intentando concentrarme para repasar mentalmente todas las cuestiones técnicas que no se deben olvidar al sumergirse en el agua, pero estaba en blanco. Mi mente estaba en blanco. 

Caminábamos para adentrarnos al mar, ese viejo conocido que nunca es el mismo. ¿Estábamos nerviosos? Preguntaron. Tal vez. A mí el corazón me latía rapidísimo, parecía que se me saldría del pecho. Hacía un par de semanas que sabía que estaríamos entre esas bestias feroces y finalmente había llegado el día. 

Para mí adentrarse al mar es sentir que no quepo en el cuerpo que habito, que soy más etérea y que no pertenezco solo al cuerpo.

Tirarme de espaldas al mar es así, dejarse ir y confiar y volver a ser niña. 

Ya en la lancha todos sentíamos esta excitación de pronto estar ahí, a pocos metros de estos animales casi prehistóricos, salvajes; algunos platicaban sus experiencias pasadas, ¿y yo? Mi cuerpo estaba ahí, sentado, asustado como un pequeño ratoncito, hasta que minutos antes de tirarme de espaldas al agua, me trajo de regreso a la lancha una palabra: “las gordas”. Uno de los buzos se refería a ellas, como gordas, esos majestuosos y aterradores animales habían sido ya amaestrados. 

Aún resuena en mí cuando pienso en ellas, porque ahora ya no son bestias salvajes, ahora son las gordas… 

Categorías
Alba

Gatitos

Recuerdo la primera vez que tuve un gato sobre mi regazo, fue Charlotte, cuyas finas y delgadas garritas cruzaban por primera vez mis jeans. Me quedé fría, estática, y sin saber a ciencia cierta qué hacer. Y desde entonces, ella manda, yo solo rindo pleitesía y la saludo como la Majestad que es.

En una ocasión me dejaron sola con dos gatitos, entre ellos Charly, y ahora, el animal enjaulado fui yo, me sentí más observada que al salir en vestido cerca de muchos hombres. Me quedé callada, por suerte estaba en una silla alta, pero eso no limitaba que volaran y se sentaran. No pasó, pero lo pensé. Tampoco me quise parar, por no molestar la relativa tranquilidad del momento.

Cada vez que llego al reinado de Su Majestad, la saludo primero a ella, la busco, para que sepa que estoy a sus órdenes. Más que miedo es respeto. Ella realiza su entrada triunfal, claramente no me ve, no soy de su interés, pero me hace saber que ella está ahí. Pasea cerca de mí y de pronto toma posesión de su reina madre, señal que ella es la que importa. Jamás pelearía su amor por ella. El nuestro es diferente, es de hermanas de vidas pasadas.

Sentada sobre el regazo de la reina madre, me mira con desaprobación porque le quito tiempo con ella, pero con los años me acepta, mas no me quiere como el más pequeño: Bebeto, quien ha comenzado por olerme hasta los dedos de los pies y seguro pensó: ella me gusta. Es más, ya le dijeron que soy su madrina, y él aceptó, al mismo tiempo que yo me tomaba otra loratadina.

Categorías
Constanza

Lo que la pandemia ha hecho de ti

Leo un texto sobre “Aquello que la pandemia ha hecho de nosotros” y refleja todo lo político que uno pudiera llegar a ser. Para muchos, leo en otras revistas, la pandemia son caminatas nocturnas, enterarse que serán padres, deshacerse de sus viajes en avión.

¿Qué ha hecho de mí?

Me pregunto a mí misma con la intensidad con la que algunos se lo hacen desde la política.

¿Qué he hecho de mí? Querré decir. Respondo a la pregunta que alguien entre silencios me hace en un chat.

Ayer fui una bicicleta con la que redescubrí que me gusta el viento a mucha velocidad y con música. Ritmos que no incluyen personas sólo a mí misma bailando con ruedas sobre calles repetidas bajo mis pies. Ya en la noche estoy postrada dialogando con mi cuerpo. ¿Qué he hecho de mí? Me pregunto sosteniendo un inhalador.

¿Conocen inquilinos que siempre cierran las ventanas ante la inminente ventisca y que ponen cruces de masking tape en los ventanales cuando se avecina el huracán?

Mis pulmones son los únicos que se niegan a responder a ese chat que me hace reaccionar subiéndome a la bici y que de regreso a casa se vuelve sesión de psicoanálisis entre amigas y a todas les pregunto lo mismo ¿qué hemos hecho cada una de nosotras en pandemia? 

Categorías
Constanza

Las estrellas de Bolonia

Para Giovanni Marchetti 

Miro una foto y me imagino de nuevo ahí.

Cada mañana el olor a café recién hecho acentúa el recuerdo de los paseos matutinos por debajo de los arcos que tanto la caracteriza.

Calles adoquinadas de medioevo son transitadas a altas horas de la noche por automóviles deportivos como llevándose entre sus ruedas lo antiguo que se sienten los paseos.

Caminar en círculos la ciudad amurallada y vacía en los meses más calurosos hace preguntarse cómo se puede seguir conociendo las callecitas que una vez te leían en cuentos.

La respuesta de pronto está ahí. Un pequeño negocio un poco antes de Ferragosto frente al departamento de letras de la universidad ha dejado abierto el servicio para algún viajero despistado y, aunque el tiempo de servicio es reducido, se agradece que además el encargado se tome la molestia de esperar a un último cliente sediento.

Miro mi rostro desfigurado en el aparador de los bocadillos. El efecto de la vitrina reformula mi silueta ya incluso transformada por el calor. 

Informo a mis allegados cada que preguntan por mí:

-Tomo tres duchas al día y en las madrugadas abro el refri para refrescarme del calor.

Pero eso no impide que salga a caminar.

Acabo mi bebida y miro hacia arriba, el típico arco que sostiene el techo de cada paseo es naturalmente de madera antigua, aunque algunas vigas se ayuden de postes más modernos.

Los arcos sirven para cubrirse de las calamidades del clima, pero también para perderse entre las miradas que te siguen. 

Cada verano es usual tener el cine al aire libre y me dispongo a llegar a la película de las seis de la tarde. Miro hacia arriba y veo que los techos de Bolonia son también los mismos que sostienen al cielo.

Categorías
Constanza

Fronteras

Todos hemos estado alguna vez en la frontera o al menos nos hemos sentido ahí.  Una línea divisoria con rostros dibujándose de manera abrumadora cuando no encuentras un sello plasmado en un determinado papel divide siempre a las personas en dos bandos, en el que te mira de manera bondadosa pero consiente de las barreras o bien aquel rostro que sin filtros te indica que no hay y ni habrá remedio alguno.

Lo curioso de la frontera es que no la sentimos hasta que estamos ahí. No es necesaria una barda, un cerco, o una línea divisoria física para que se sientan sus efectos. Basta con una firma ausente, una banca donde se te indica esperar a que pase alguien por ti o bien, solamente dar un paso hacia atrás de la fila que se llena de ojos con sospecha para saber que la frase “Venga conmigo por acá” es definitiva.

Categorías
Constanza

Una de aretes

Creo que podría usar un par de aretes por todos los días del mes y no repetir. Se podría decir que los colecciono, pero lo que jamás podría hacer, es no usarlos, porque si no, escucho la pregunta intimidante de mi mamá y mi abuela: ¿y tus aretes? ¿hace rato no te veo los que te regalé?

Bendito espejo del elevador que me permite pasar lista: lentes (check), cubrebocas (check), aretes (check); en caso de no traerlos, voy de retro, me niego a pasar esa inseguridad de no vestir mis orejas; como si cargar el cubrebocas, los lentes, y a veces los audífonos, no fueran suficiente.

Mientras me arreglo, lamento mucho la pérdida de un par de aretes de perla negra, que combinaban con casi todo, pero que no los usaba tanto, porque no me dejo usar el mismo par de aretes dos días seguidos. No, no, no. 

Buscando entre cajitas, aparecen un par de unos aretes verde claro, muy lindos, de esos que solo combinan con algunos outfits. Tenía perdido ese par desde hace varios meses, creía que lo había dejado en otro lugar, estaba casi segura que estaba en ese otro lugar, el mismo lugar donde perdí los otros, pero en esta ocasión no sé si volverá.

Categorías
Constanza

Casas

Por causas médicas debo hacer dos cosas, respirar y caminar; apenas las ha pronunciado el doctor y entreveo en ambas palabras mi gran oportunidad para escabullirme a hacer lo que más me gusta. Pasear. Pero, sobre todo, ver fachadas de casas, edificios y departamentos, a veces incluso se cuela uno que otro minijardín. 

A la menor provocación de que se asomen por las ventanas ajenas alguna esquina de un sofá, algún detalle de un cuadro, o un destello de luz comienza mi nueva vida.

Al instante cambio de trabajo, frecuento otro supermercado, considero tener o prescindir de un auto (grande o chico dependiendo del inmueble) e incluso, elijo en dónde he de vacacionar. Todo aderezado por la sorpresa y el qué dirán mis amistades por el nuevo cambio de dirección.

Lo difícil de mi nueva vida es que cambia cada veinte metros que doy por la colonia. De pronto me sorprende un gran árbol que asoma una de sus ramas por una ventana.

-Seguro vive aquí un artista. Pienso mientras se dibujan en mi cabeza miles de escenarios.

Entonces mis problemas se convierten de manera súbita en elegir qué galería me representa, en si me dedico a pintar, a hacer grabados o si mejor soy una gran novelista y por ser tan famosa ni siquiera habito ahí, sino que me encuentro viajando por un frío Londres.

Fantasear con remodelar los espacios abandonados o intactos es parte también de mi propio reto de cambiar cada metro de estilo de vida.

Al otro lado de la banqueta veo una particular ventana y decido acercarme. De ella se asoma por un gran ventanal una escalera que da la apariencia de estar suspendida en el aire.

– ¿Cómo así sin cortina? Me pregunto extrañada y decido que esta misma tarde llamo para que instalen persianas. No cualquier persiana sino unas de madera para que con el sol desprendan un poco de aroma y ese paso a desnivel sea recordado cuando se esté afuera.

Minutos más adelante, cuando las cortinas ya no hacen falta me topo con una entrada conocida. Es la casa de mi amiga que hace un par de años se mudó a la misma colonia. Decido ir primero por algo de pan y café para las dos. La sorprendo con un desayuno tardío mientras esperamos a que lleguen las demás. Mi amiga nos quiso reunir a todas para contarnos la nueva noticia: ¡se muda de departamento!

– ¡A remodelar! fantaseo y apresuro el paso por la banqueta ya entre rejas y puertas más que conocidas, la mía.