Es Ramadán y mi familia ayuna y yo ayuno también por solidaridad más que por convicción. No me voy a quejar de las tareas asignadas por género y los platos sin fondo en la cocina, aunque es un tema real. Este mes, mi reto es que tengo que vivir los disturbios emocionales que traen mis periodos y las reuniones familiares. No puedo recordar una menstruación que no me doliera como el infierno.
Una vez vomité en la calle.
Una vez me salté la clase, tomé el autobús sin validar el ticket debido al dolor pues caminar quince minutos hasta casa me resultaba imposible.
Una vez al llegar al trabajo apenas entré salí por la misma puerta por no aguantar el malestar.
Sumándose al dolor, el mundo, las noticias y la gente todo se vuelve insoportable. Tengo tolerancia cero y evito las interacciones tanto como puedo.
Pero es Ramadán y me mudé de regreso a casa de mi madre, así que realmente no tengo ese lujo de auto aislamiento o confinamiento disponible.
Me siento al límite cuando se discuten ciertos temas. Cada Iftar, la comida nocturna con la que se rompe el ayuno, me trae recuerdos nada positivos de mi casa.
Así que los períodos realmente no ayudan y en este contexto agregan más que nada, sesación de fuego. Me siento como un adolescente rebelde que está a punto de gritar si le presiona el botón equivocado.
Para mí, el hambre no es problema cuando el síndrome pre menstrual me hace sentir todo cien veces más fuerte. Mi mente se pone muy ocupada. Es como revivir mis sufrimientos pasados con gafas VR.
Tener ciertas conversaciones difíciles cuando soy emocional no es lo mejor. Pero a veces esas conversaciones deben comenzar de alguna manera y, por mucho que odio mis períodos, su audacia me ayuda a sacar algunas cosas de mi pecho. Y un buen llanto hace más bien que mal.
Ramadan Kareem a mis hermanas y hermanos que viven algo similar.