Una cosa son los pelos después de cepillarme el cabello al salir de la ducha, que jalo del cepillo de madera, hago un nudo como lo hacía la Antonia, pero otros son los que se enredan en la escoba.
Los odio.
Están ahí muertos, sin nada más qué hacer que esperar el momento que llegue la escoba y los “recoja”, porque no los limpia, se enredan, se pegan, se van entre las cerdas.
No me dan asco, simplemente detesto que no tengan otra función más que estar ahí.
Al menos el polvo tiene la función de ensuciar y de hacerme estornudar, pero los pelos, míos, tuyos y de todos nosotros, solo se quedan ahí quietos.
Sin embargo, son los perfectos delatores que estuviste aquí.