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Sarahí Bañuelos

Querer de nuevo. I LOVE Nueva York.

He escuchado decir que el tiempo lo cura todo, que un corazón dolido poco a poquito va retomando su latido habitual con el paso del tiempo (alerta de spoiler) encontré una mejor opción: viajar.

Una de las cosas que he aprendido más tarde que nunca, es que las personas nos vamos construyendo con nuestras decisiones diarias y eso fue precisamente lo que pasó. Tiempo atrás ya había estado el pensamiento fugaz de regresar una vez más a la jungla de concreto, la ciudad que nunca duerme: Nueva York.

Llevaba ya unos meses diciéndome a mí misma que no tenía el corazón roto, que somos las consecuencias de nuestras decisiones y aprendiendo que la honestidad es una virtud de doble filo que no siempre trae finales felices.

La realidad era que estaba pasando por un duelo amoroso, viviendo frustración laboral y añorando tener las respuestas a la pregunta ¿Qué quiero hacer de mi vida? Recordé una vez más la frase: “Un clavo saca a otro clavo”, si se trataba de querer de nuevo, decidí que quería a Nueva York; sola, con el intento de encontrarme a mi misma en medio del caos y la adrenalina. Y así fue.

Una semana increíble, que desde la llegada al aeropuerto la ciudad me recibía con un I      NY, y así lo sentí. Mi primera vez en un hostal, mis viajes en el metro, todo se sentía natural y libre. Tomé mi tiempo para hacer un itinerario de los lugares que quería recorrer, compré el pase por las atracciones de Nueva York y empecé la aventura.

Sentí las luces de día y noche en las pantallas de Times Square, recorrí las calles con las innumerables marquesinas de sus teatros. Quedé hechizada con la obra de Broadway Harry Potter and the Cursed Child.

Comí en los jardines de Bryan Park, me vi reflejada en una exposición sobre el viaje de la Mariposa Monarca en la hermosa biblioteca pública.

Hice nuevos amigos durante el tour por Harlem, nos tomamos fotos en el estadio de los Yankees y en la Uniesfera de la famosa escena de la película Hombres de Negro en Queens; cruzamos los 3 puentes que conectan a la ciudad, comimos pizza en Williamsburg mientras admirábamos los brillantes murales de sus paredes.

Aprendimos sobre la comunidad judía ortodoxa de Satmar en Brooklyn y la historia de la gran mujer Emily Warren Roebling quién termino la construcción del puente de Brooklyn.

Admiré el atardecer y la caída de la noche desde el Top of the Rock, uno de los miradores 360º de la ciudad.

Tomamos unos tragos en Rudy’s en Hell’s Kitchen. Pedaleamos por Central Park, donde añore tener una boda como Blair y Chuck de Gossip Girl frente a la fuente, recordé la fuerza de la palabra Imaginar en el memorial de John Lennon de los Beatles; me cruce con una ardilla justo como en la película Encantada, escalé la escultura de Alicia en el País de las Maravillas (Para ello fue hecha, para interactuar) y desayuné en unos de los tantos jardines que encierra el parque.

Visité el MOMA, donde pude nutrirme de fantasía con obras de Remedios Varo, Picasso, Matisse, Monet. Compré un delicioso sándwich en el Chelsea Market y lo disfruté con la increíble vista desde Little Island. Caminé de principio a fin The High Line en Hudson Yards para llegar a The Vessel y después subir a The Edge, otro de los miradores que te deja sin aliento con su plataforma de cristal, donde se puede ver desde las alturas, como pasa la ciudad bajo tus pies.

Me divertí tomando selfies con Miley Cyrus, Bad Bunny y Audrey Hepburn en el museo de cera. No pude más con el cansancio y terminé por dormir durante el recorrido en bote por las luces de la ciudad, ya que la lluvia y la niebla no permitieron admirarla adecuadamente; aunque rescato que ver la estatua de la libertad de manera fantasmagórica tuvo su toque único.

A pesar de la lluvia, pedaleé por el puente de Brooklyn y fue mágico. Subí al Empire State, una vez más, quedé anonadada por las vistas de una ciudad tan diversa, abierta e inquieta.

Me maravillé con el MET, es mucho más grande de lo que imaginaba, cada una de sus salas, te transporta: arte egipcio, medieval, bizantino; una exquisita y variada selección de pinturas europeas, arte moderno y la tan esperada exposición: In America: A Lexicon of Fashion, un paseo por la moda en las palabras que definen lo mucho que aprendí en este viaje: gratitud, apreciación, conciencia, maravilla, encanto, autodeterminación.

Después de mucho tiempo por primera vez, hice oración, abrazada de la paz que transmite la catedral de San Patricio.

Tal vez es como dice mi canción favorita de Elsa y Elmar: “Voy a estar bien, a la deriva, pero de alguna manera ya me lo esperaba… Voy a estar bien…vas a estar bien… vuelve a ti mi amor”

Y adivinen qué… en ninguno momento sentí el corazón roto, me sentí viva, con la magia de viajar, disfrutar el aquí y ahora con mi historia siendo parte ya del corazón de Nueva York.

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Sac-Nicté

Opción de título 1: Una mujer tomada de la mano de un adivino

Opción 2: Hipótesis y sueños

Supongo que la culpa es de Arráncame la vida. Gracias más a la película que al libro, mi necesidad de que me lean las cartas del tarot en cada lugar que visito se disparó en Puebla, a los 18, 19 años. Ahí, acompañada de mi mamá, elegí un local de vibra sospechosa en el centro en el que una señora con el cabello corto y pintado de rubio hizo exactamente lo que yo esperaba: «adivinó» mi futuro. Luego descubrí que el tarot es otra cosa, y a un lado de la Tabacalera en Madrid una señora que se parecía a mi abuela hizo exactamente lo que yo no esperaba: explicarme que nos enamoramos también de las ciudades y grabarme en la cabeza y el corazón un poquito de fe tejida con mis destrezas.

Ahora estoy en Santiago, Chile, y la ciudad está repleta de volantes que anuncian lecturas de tarot y prometen amarres excepcionales. Desde la primera vez que salgo del metro pienso que no quiero caer en una lectura que será como la de Puebla, falsa y predecible, pero me pregunto si de verdad me iré del país abandonando mi tradición.

Es mi penúltimo sábado en la ciudad, ha sido un día horrible, hace tanto frío que me duelen las costillas cuando respiro y sólo quiero encontrar un par de aretes bonitos en Lastarria y volver al departamento. Camino entre el gentío cuando me jala una mirada como me atrapan las pinturas en los museos. En el piso, sobre un par de libros, en un cartel viejo, alcanzo a leer la palabra «tarot». Le pregunto el precio a este hombre que a todas luces es más joven que yo, me pregunta si quiero cartas o quiromancia y ni siquiera lo dudo: elijo esa antigua clase de adivinación con la que sólo me he encontrado en mis libros de Harry Potter y en las «gitanas» que rondaban la primaria en la que estudié, buscando, decían las malas lenguas, niños para secuestrar.

Acordamos el precio y me pide que caminemos al fondo de una plaza que yo no había notado. Siento la punzada de la prudencia en el estómago y pienso que tal vez debería pedirle que no nos alejemos tanto de las personas, pero la posibilidad de la aventura me llama más.

Me sentaré frente a él, con su libreta en mano y sin carga en el celular, esperando que sea de nuevo una farsa, que me diga algo ridículo sobre alguien inexistente que está enamorado de mí, pero hace exactamente lo que no espero: en mis manos leerá mi vida como si se la estuviera contando, medirá mis palmas y mis dedos y calculará con la precisión de un cirujano el momento adolescente en que empecé a ser yo y la edad que tenía cuando llegó lo que él llamará una y otra vez «la crisis», la misma que yo he llamado durante casi siete años «mi mayor breakdown».

Sé que no volveré a verlo y me despediré de él, atravesaré la calle y escucharé a un par de jóvenes cantando Help. Desearé quedarme para escuchar todo el concierto, pero sé que tengo que correr para escribir antes de olvidar esto. Empezaré a pensar en la estructura de este texto mientras atravieso desesperada calles que ya sé de memoria y que no debería recorrer porque me han dicho una y otra vez que es peligroso.

No importa.

Bajaré corriendo las escaleras del metro, habrá un señor pidiendo dinero y mientras busque desesperadamente monedas chilenas, un billete saldrá volando y sé que será para él. Saldré de la estación Santa Lucía, caminaré dos cuadras, entraré saludando al edificio, pediré el elevador, llegaré al departamento, encontraré la llave al fondo de mi mochila, lo aventaré todo con descuido y finalmente comenzaré a escribir.

Pero ahora, en esta plaza escondida en Lastarria, en la que el frío repentinamente ha bajado y ya no me lastima, Mirko me mira a los ojos y me dice, mientras descanso mis manos en las suyas: «Sac-Nicté, tengamos una experiencia maravillosa».

Todo lo demás, diría Louise Glück, son hipótesis y sueños.

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Alba Miranda

Salir de la cama

En las mañanas, a veces, antes de que suene el despertador, y si aún sigue oscuro, al menos en mi recámara, recorro con mis pies sin calcetines, porque así lo dicta el clima, el ancho de mi cama y disfruto ese frío de la sábana aún sin tocar.

Trato de recuperar algún retazo de sueño o incluso de regresar y volver a estar ahí. Si no tengo puesto el antifaz, lo busco con la mano izquierda en el buró y es como si me vistiera de nuevo, pero no con la pijama, sino con el sueño en standby.

Si es un buen sueño, me sigo, al contrario que, si es producto de mi ansiedad o de un asunto sin resolver y solo ocasiona un despertar rápido y sin estiramiento, y olvídate de las tres gracias de la mañana.

Sigo buscando las partes frías, sigo soñando, pero una parte desea con muchas ganas que haya alguien en la cocina, poniendo agua para hervir, sacando el filtro, el café, el azúcar, preparando el ritual, el plato cuadrado de cerámica con orillas de ladrillo, la cucharilla que está a punto de perderse (solo me quedan dos), y, si estoy de suerte, un pan con dulce de leche.

No está.

Estoy yo, salgo y veo a mi sol entrar por el balcón, lo saludo cuando abro la ventana, respiro de esa luz, me doy media vuelta y me preparo mi café.

Bonito día.

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Broken Heart

g.

They call it heartache because missing someone is

an actual physical pain, in your blood and bones.

Lucia Berlin

Recuerdo mi primer corazón roto: fue a los 16 años y mi mamá, que en ese entonces tenía dos años más de los que yo tengo ahora, me miraba con ternura diciendo que a esa edad todo se siente más fuerte. Por eso nunca me imaginé que podría pasar algo similar, o peor, a mis casi 38 años.

            Desde hace algunos años, soy practicante del amor líquido y voy por la vida con mi bandera de desconstruída. Sin embargo, en una ocasión crucé el mar buscando el amor, entonces supongo que soy un ser lleno de contradicciones.

            En diciembre conocí a g., quien estaba en una relación abierta y a distancia. De un día para otro me encontré pasando con él mi tiempo libre y sorprendentemente enamorada. Durante 4 ½ meses la vida se me fue esperando verlo, escapando de mi casa para vivir con él un par de días, haciéndole postres y disfrutando de ir al cine en primera fila. A diferencia del amor adolescente, g. me encontró en un momento en el que al fin me siento yo. Con él caminar era una aventura, comer era delicioso y mi sonrisa era la más bonita que me he conocido. Cada día compartíamos imágenes de obras de arte y uno que otro poema. Los días se volvieron más lindos y me enseñé a amar más fuerte.

            Pero la nube de su relación siempre estuvo ahí y la información fue llegando a cuentagotas; un poco por culpa de ambos porque ninguno quería romper el hechizo. Primero me enteré que ella vivía en un país muy lejano, después que g. tenía planes de irse a vivir allá un tiempo y más tarde que se casarían.

            Un día de la nada me enteré de la fecha de su partida: 1° de mayo. A pesar de la tristeza, yo le propuse a g. disfrutar de las 6 semanas que nos quedaban juntos. En esas semanas hicimos hogares efímeros, paseamos, nos abrazamos, bailamos, me tomó fotos, comimos y nos perdimos en un camino con tierra de colores, árboles con tizne y conejos. Yo comencé a llorar con él, pero más sola. Él prometía un futuro no tan desolador y se imaginaba uno de estos acuerdos posmodernos en los que quizás algún día podríamos compartir un hogar. El día que se fue hablamos hasta que le pidieron poner su teléfono en modo avión.

            En febrero, cuando yo supe por primera vez detalles de su pareja, comencé a escribirle un diario. El amor a veces es solitario y fue la única manera de lidiar con todo lo que sentía. El día que se fue se lo conté y prometí hacérselo llegar. Durante esa semana lo diseñé, busqué las imágenes que me recordaban a él y algunos poemas que me había compartido. Le dediqué un par de párrafos a nuestras manos entrelazadas y las rayas de su panza y se lo envié. Hacerle llegar ese diario para mí fue una manera de lidiar con mi corazón roto y cerrar un círculo; para él, realmente no lo sé.

            Durante esos días se volvió difícil vivir. Levantarme de la cama, caminar, comer y convivir se volvieron tareas titánicas. Seguía llorando a la menor provocación y sólo podía recordar una frase cursi que leí por ahí que me parece que es de una canción de Adele que decía algo como: sólo espero el día en que vuelva a ser yo. Recordaba una foto que me tomé un día que decidí que era muy feliz y soñaba con el día que me sintiera así de nuevo.

            A menos de dos semanas de su partida me encontré que él también estaba escribiendo un diario: el de su llegada a ese país lejano. Abrí el enlace y lo primero que narra es que había cambiado de religión y que su nombre ya no era g., sino a. Describía a esa persona que él amaba y con la que se había encontrado el día 2 de mayo; ahora compartían un departamento, habitan en una ciudad en la que disfrutan alimentar gatos callejeros y se abrazan todas las noches. En otro momento y en otra circunstancia, supongo que me habría roto, pero cuando leí eso, el círculo se cerró: yo había amado a g., para mí a. es un completo desconocido y no encuentro ya razones para llorar.

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Alba Miranda

Mercury

De los correos que se perdieron, a las llamadas que no llegan, tenemos las puertas con llaves ausentes, vuelos que se adelantan y, por lo tanto, se pierden.

Por experiencia propia de muchos años, sé que cuando aquel planeta está a punto de entrar en modo retro, a mí me afecta más el antes y el después. Así que cada vez que mis astrólogas y astrólogos de cabecera avisan que ahí viene y que tenemos que caminar con cuidado, yo lo dejo pasar a mi departamento y lo imagino sentado en mi sala, ocupando el sillón más amplio y cómodo.

Hay días que le sirvo un expresso en mis tazas más bonitas, y otros cuando lo veo con mi mirada de ¿neta? pasando por un elegante seriously? hasta llegar a niveles extremos de no pi*** ma***.

Una vez que pasó el trago amargo, procedo a pensar que no estuvo tan mal la ausencia de la llave porque dormí más cómoda o la pérdida del vuelo me permitió comer tranquila, pero, aun así, ¡qué ganas caray!

Si es real o no, no lo sé y no planeo averiguarlo, solo sé que se da la casualidad que en días así pasan cosas que es más fácil atribuirlo a ese Voldemort que nos acecha, pero también es una etapa que se desbloquean correos que esperabas desde hace varias fases en retrogradación o sorpresas como boletos para un concierto y un vestido ladylike de esos que hace muchos años quería.

Sea lo que sea, revisar todo, dos o tres veces, no está por demás.

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Fatima Jaoui

Gorda Forever

Recuerdo a un médico al que fuimos a ver para mi hermana menor en París. Vine como asistente de viaje y también como traductora de mi madre por si había algo que ella no podía entender. Ese día no era yo quien iba al médico, así que se suponía que no debía hablarse de mí de ninguna manera.

Tengo esta imagen de mí misma yendo varias veces al baño del hospital para dejar fluir mis lágrimas calientes de la después de una humillación pública en la sala de espera.

No recuerdo exactamente las palabras que me dijo el doctor. Pero me habló de tal manera que me sentí la peor persona del mundo por mi apariencia.

El doctor no me conocía, no sabia nada de mi dieta ni nada sobre mí, pero su bata blanca le dio el poder de socavar la frágil confianza que tenía en mí misma.

Hasta el día de hoy, recuerdo lo emotivo que fue. Probablemente porque pasé de un estado de niña feliz a un estado de vergüenza en una fracción de segundo. Este maldito doctor apagó la luz que quemaba en mi corazón.

En mis recuerdos, mi madre estaba del lado del médico o al menos nunca dijo nada.

Creo que la razón por la que rompí a llorar fue cuando mi madre dijo algo como

-deberías escuchar al médico si no quieres explotar o convertirte en una patata-

Mi madre no domina el francés, pero claramente domina un lenguaje hiriente y vergonzoso.

Recuerdo el sentimiento de culpa y la sensación de que la estaba avergonzando por tener el aspecto que yo tenía. Nadie trató de animarme después de que este médico me avergonzara violentamente en frente de todas la personas en la sala de espera.

No merecía ser tratada de esta manera por un hombre adulto que creía que mí grasa era blanco para menospreciarme.

Hasta el día de hoy, he estado luchando con mi peso. Nunca me sentí 100 por ciento segura de mi cuerpo.

Estoy realmente enojada con los trabajadores de la salud por su gordofobia y sus comentarios hirientes y no solicitados hacia mí mientras crecí.

Prefirieron que pusiera en riesgo mi salud antes que quedarme como una persona gorda y saludable. Las cirugías que te ofrecen para adelgazar son peligrosas y no siempre exitosas.

Mi última terapeuta me dijo que quererme como soy ahora es como aceptar que no voy a perder el peso extra. Por supuesto, ella no niega que tengo valor solo por respirar, pero todavía me dijo que fallaré si no pierdo peso. Como si estar delgada fuera un éxito en sí mismo. Pero ella es humana y su gordofobia se apoderó de ella cuando yo estaba cuestionando esta búsqueda de toda la vida de tratar de perder peso en lugar de simplemente amarme y seguir adelante.

El otro dia fue el día contra la obesidad, al menos en Francia y, escuché a un periodista decir, que la obesidad mata a tantas personas al año.

Lo que no está diciendo es que no es la obesidad lo que mata a la gente. No te mueres por estar gordo ¿no?

De lo contrario, todos los gordos estarían muertos.

Se olvidó de mencionar cómo los profesionales de la salud tratan a los pacientes gordos y cómo su equipo no está adaptado a nuestro cuerpo.

Mucha gente gorda se aísla tanto por cómo la sociedad los trata hasya el punto en que nunca van a ver a un médico a menos que se estén muriendo.

 ¿Por qué ?

Pues porque los médicos los señalan y ellos se avergüenzan y les piden que bajen de peso incluso si la consulta fue por dolor de garganta.

Esos comportamientos tienden a dejar que los pacientes obesos no sean diagnosticados por enfermedades temprano. El diagnóstico llega demasiado tarde y pues las enfermedades han avanzando.

No nos toman en serio y la única solución a nuestros problemas es “perder peso”. Quiero decir que es de conocimiento común que los pacientes con un IMC (Indice de Masa Corporal) normal nunca se enferman.

Hoy, quiero abandonar la dolorosa conquista del cuerpo aceptado en publico. Hoy quiero vivir mi vida sin miedo. No va a ser facil y sigo desaprendiendo cada dia. Estoy cansada de esconderme y hacer todo para que gente intolerante acepte mi existencia.

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Gerardo Sánchez Trejo

Mi experiencia en el AIFA

No puedo decir que viaje mucho en avión y tampoco que viaje poco, pero es una realidad que pertenezco al reducido porcentaje de mexicanas y mexicanos (30%, según una encuesta de Parametría del año 2017) que han tenido la oportunidad de subirse a un avión al menos una vez en su vida.

En particular, hace unas semanas volé a la Ciudad de México desde Mérida, Yucatán. Para ser más precisos, tres días después de su inauguración oficial, aterricé en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, el cual ha comenzado a denominarse en el vox populi por su acrónimo de AIFA. Llama la atención lo rápido que ha abandonado su denominación coloquial como Aeropuerto de Santa Lucía, posiblemente, como una estrategia para desvincularse de la base área militar del mismo nombre.

Poco ya se habla de aquellas fotografías fuera de contexto en las que se mostraba una supuesta terminal de pasajeros del tamaño de una nave comercial o de las propuestas de logotipos para el AIFA. Ahora que el aeródromo se encuentra en funcionamiento, las críticas se han centrado en aspectos triviales tales como el escaso número de vuelos diarios, las pocas opciones de transporte y la falta de servicios dignos de una terminal de pasajeros para vuelos nacionales e internacionales (todo lo anterior con altas posibilidades de resolverse positivamente).

Ingenua e impulsivamente, y por estar en un lugar tan controvertido en la esfera pública, el día de mi primera visita al AIFA compartí en mi Instagram personal (@gerosanchez) una serie de historias con fotografías del aeropuerto, que después derivo en un muy breve texto sobre mi experiencia, el cual publiqué en mi perfil de Facebook. Como se podrán imaginar, esa publicación generó una alta polarización de opiniones que desvirtuó la experiencia y opinión de un pasajero, y la llevó hacia la arena de las ideologías políticas (algunas muy fundamentalistas y riesgosas para el sano intercambio de ideas); pero que, por otro lado, generó una invitación para compartirla en esta columna de opinión.

Dejo a un lado posturas políticas e ideológicas para compartir esa experiencia. Busco darle nuevamente la oportunidad para que permita intercambiar puntos de vista en un terreno donde el diálogo permita discutir tanto los beneficios de una obra de esta magnitud como también criticar sus áreas de oportunidad. Sin más…

Ayer aterrizamos en el AIFA como usuarios

A raíz de las fotos que he compartido en mis historias, muchos me han preguntado sobre qué me pareció el AIFA. Si pudiera sintetizar en un solo párrafo, comentaría lo siguiente: el AIFA es un aeropuerto inclusivo. Se percibe que los espacios interiores y exteriores fueron diseñados y hechos pensando en todos: i) para los que viajan mucho; ii) para los que viajan; y iii) para los que nunca en su vida han viajado en avión (como el 70% de los mexicanos). Hice las fotografías de la manera más honesta posible y en un tiempo razonable para no madrugar allí; también, tendré que conocerlo de día.

No busqué indagar ni enfocarme en trivialidades tales como encontrarme con el Santo en la puerta del baño o los souvenirs del presidente. Así es, el AIFA tiene un Starbucks; y sí, también se puede llegar en Mexibús y próximamente en Tren Suburbano. Y si todo sale bien, Uber y DiDi podrán ingresar al aeropuerto después de tramitar sus permisos. Como precedente, en el aeropuerto de Mérida no pueden ingresar a recoger pasajeros.

En lo personal, el AIFA me gustó mucho.En gustos se rompen géneros; habrá a quienes les parezca de mal gusto ver a Blue Demon en la entrada del baño, y habrá a quienes no les importe esto mientras el aeropuerto les permita viajar de manera funcional, accesible y cómoda.

(P.D. La cafetería con el logotipo de la sirena no me pagó por la mención ni la 4T por la reseña)

———

P.D. 2. Feliz día de la infancia.

La infancia es la vía real por la que mejor se conoce un país.

En el fondo, no hay otro país que el de la infancia.

–Roland Barthes

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Fatima Jaoui

La visita mensual durante el mes sagrado

Es Ramadán y mi familia ayuna y yo ayuno también por solidaridad más que por convicción. No me voy a quejar de las tareas asignadas por género y los platos sin fondo en la cocina, aunque es un tema real. Este mes, mi reto es que tengo que vivir los disturbios emocionales que traen mis periodos y las reuniones familiares. No puedo recordar una menstruación que no me doliera como el infierno.

Una vez vomité en la calle.

Una vez me salté la clase, tomé el autobús sin validar el ticket debido al dolor pues caminar quince minutos hasta casa me resultaba imposible.

Una vez al llegar al trabajo apenas entré salí por la misma puerta por no aguantar el malestar.

Sumándose al dolor, el mundo, las noticias y la gente todo se vuelve insoportable. Tengo tolerancia cero y evito las interacciones tanto como puedo.

Pero es Ramadán y me mudé de regreso a casa de mi madre, así que realmente no tengo ese lujo de auto aislamiento o confinamiento disponible.

Me siento al límite cuando se discuten ciertos temas. Cada Iftar, la comida nocturna con la que se rompe el ayuno, me trae recuerdos nada positivos de mi casa.

Así que los períodos realmente no ayudan y en este contexto agregan más que nada, sesación de fuego. Me siento como un adolescente rebelde que está a punto de gritar si le presiona el botón equivocado.

Para mí, el hambre no es problema cuando el síndrome pre menstrual me hace sentir todo cien veces más fuerte. Mi mente se pone muy ocupada. Es como revivir mis sufrimientos pasados ​​con gafas VR.

Tener ciertas conversaciones difíciles cuando soy emocional no es lo mejor. Pero a veces esas conversaciones deben comenzar de alguna manera y, por mucho que odio mis períodos, su audacia me ayuda a sacar algunas cosas de mi pecho. Y un buen llanto hace más bien que mal.

Ramadan Kareem a mis hermanas y hermanos que viven algo similar.

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Alba Miranda

Rompido

Tengo muchas pulseras, las cuales tienen vida propia, porque de pronto deciden romperse y despedirse de mi delgada muñeca derecha, casi no uso de lado izquierdo, con excepción que me vista de largo y dejo el reloj para extender la noche de baile entaconada.

Esta semana se rompió una blanca que me regaló mi tía Tere, hace unos meses la morada que me hizo mi tía María y hace un mes, mi taza favorita, estaba ella muy tranquila secándose, cuando de pronto se cayó y se rompió.

Era una taza alta, esbelta, blanca, con una llama con gafas y un mantra para comenzar las mañanas con café:

NO DRAMA

LLAMA

Y de la nada decidió que su tiempo conmigo había terminado, lo mismo que la taza morada con blanco de NYU, la roja preciosa de la IBERO y ahora la de la llama, que decidió irse a tomar el sol a otro lugar.

He llegado a romper puertas de cristal (indirectamente) y de alacenas (aún no sé cómo pasó), una cantidad de vasos y platos que no llevo la cuenta, por eso mi vajilla es la del súper más cercano.

Antes pensaba que yo era la torpe, pero no, son las cosas que de tanta energía que una deposita, dicen hasta aquí y se dejan ir, se rompen.

Y así aprendo que nada dura para siempre y que todo va y viene, como la taza de llama que en un momento de necesidad de shopping de cosas que no necesito, compraré.

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Paulina Sabugal

Los adultos también lloran

A Mario, que está por llegar

Cuando era niña pensaba que los adultos no lloraban. Que en gran parte era eso lo que significaba ser “grande”: dejar de llorar. Ahora, heme aquí que lloro en medio de una clase de yoga para embarazadas. Tú, te mueves. ¿Me escuchas llorar? ¿Escucharás lo que pienso? Y pienso en todo lo que te quisiera decir y no te digo por miedo a que sea poco o mucho o simplemente innecesario. De pronto dejo de llorar para hacer un último saludo al sol. No se puede llorar y hacer yoga al mismo tiempo. Termina la clase. Afuera se asoma el sol. Se siente el perfume de la primavera suspendido en un aire aún invernal. La gente se prepara para el verano y para quitarse el cubre bocas como una mujer ansiosa por llegar a casa para quitarse el brassiere, los zapatos, las medias. Enciendo la radio. Hablan de guerra. Tú te mueves. Yo lloro. Poquito. Así como lloran los adultos para que los niños no los vean. Para que crean que no lloran. Que son fuertes. 

Este texto es para ti. Es un texto que no dice nada o más bien, que dice sólo una cosa: los adultos también lloran. Son menos valientes que los niños e intentan llorar a escondidas porque se avergüenzan. A veces hay motivos para llora y a veces no. A veces se llora y basta. Como ahora que lloro por dos años de pandemia, por una guerra en donde niños de dos años no pueden celebrar su cumpleaños por culpa de una bomba, o porque tengo hambre y no encuentro las galletas que eché en mi bolsa. Así de absurdo es este mundo de los adultos anti lágrimas.

Tú, mientras tanto, te mueves. Navegas. Te deslizas. Me mandas mensajes en clave morse que no logro descifrar porque no sé clave morse. Te imagino en un barco. Imagino que surfeas sobre olas gigantes que se forman dentro de mí y que me provocan dolores inimaginables. Lloro. Esta vez un poquito más fuerte dado que nadie me ve. Sólo tú me escuchas. Te hablo. Te hablo de virus y de países que no se ponen de acuerdo. Te digo que esperes un poco más a llegar a este mundo complicado y difícil pero que al mismo tiempo tiene el sol, las flores rojas y los gatos. Que te voy a llevar al mar a navegar más allá de mi útero. Que eres bienvenido. Y que podemos llorar juntos, si quieres, aunque seamos grandes los dos. Aún cuando seamos adultos y la gente nos mire.