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Alba

El aire de otoño

Lorelai Gilmore me enseñó tanto de la cultura pop y particularmente a estar muy atenta a cuando llega, al menos en nuestras coordenadas: el otoño. 

Hay un capítulo que despierta a su pareja, para salir en medio de la noche a esperar esos minutos previos de cuando llega la primera nevada, porque –según ella– huele los copos de nieve que están por caer. 

Tengo ya un par de años que estoy atenta al viento, al aire, a ese frío que es distinto al fresco, porque es cierto, hay un instante que llega y me estremezco. A la señal de cambiar los rompevientos y los abrigos ligeros, por los gruesos y sacar los suéteres de poco a poco. 

También es el momento de abastecerse de té, de sacar las colchitas para leer entre la cama y los sillones, de despedirse del pan de muerto y esperar con ansias la Rosca de Reyes (de preferencia sin frutitas). Pero más que nada es el aviso que ya pronto será Navidad y en unas semanas estaremos corriendo, así que disfrutemos del primer surazo, como dicen en mi paraíso tropical.

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Constanza

Manada

Abro mis ojos un viernes por la mañana y te miro sobre mi pecho, no pesas casi nada así que pasas desapercibida la mayor parte de las horas. Despierto una, dos o hasta tres veces en la madrugada, pareces bebé porque además comes y te espero a que acabes con la luz encendida mientras yo dormito de pie. Los ruidos ya los conozco, cuando tienes demasiada hambre llegas incluso a tener gastritis y el peligro es que vuelvas el estómago, me levanto consciente de tu malestar y te sirvo de comer antes de que los síntomas empeoren, es raro que llegues a eso, pero sé que sucede. Son las seis de la mañana y el día para ti empezó desde dos horas antes. Me muevo por el cuarto buscando a tientas mis zapatos apresurada, pero en vez de los zapatos me espantan las patitas negras que toco sin ver. Ramona a esas horas es de color obscuridad que se mimetiza con la manada y se siente poco a poco más cercana a nosotros, un torbellino invisible que surca mis pies me guía hacia las afueras de la habitación hasta hacerme abrir el refri y servirles de comer a veces pienso que incluso los que ya no están me apresuran para su desayuno. Estos gatos son mi manada.

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Alba

Mérida, octubre, 2021

No deberíamos darnos cuenta que necesitamos vacaciones cuando estamos enfrascadas en una charla sin fin a las 12 del día mientras disfruto una pitahaya o cuando decidimos meternos a la alberca un miércoles a las 11 de la mañana.

Crecí en el trópico, por lo que el calor me trae recuerdos de casa, de agua de limón a la hora de la comida, cambiarse el uniforme y vestir algo más fresco y a mi gusto, leer el periódico mientras mis papás hacían siesta y mis hermanas, creo que también.

Adriana me dijo que fuéramos al club a comer y qué encanto estar con alguien como ella, realizada, sin rencores y feliz, con una infinidad de temas para platicar, tantos, que una tiene que volver al tema del desayuno porque de estar en mi paraíso tropical en Bolivia, regresamos a México, haciendo una breve parada de historias en Nueva York, y de las lecturas que ocupaban mis momentos más que libres: un libro de crónicas y otro sobre las maternidades (¡soy tía!).

Mérida es una ciudad para irse sin señal en el celular, olvidarse de los lugares turísticos, dejarse llevar por la lluvia o la sombra del día, es un lugar para ir tomar el fresco y darse cuenta que tenemos que parar, sentir como esas gotitas incómodas de sudor bajan… y respirar.