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Rojeidades de la mano

Me gusta más escribir con las uñas pintadas, de preferencia con un rojo llamado Pucker up; así seduzco al teclado, y el resultado puede ser tan beneficioso como una one night stand (crónicas para este blog) o una relación más larga (mi tesis de vestidos).

Pero tengo un problema, mis uñas de las manos son espantosas, parecen espátulas y crecen sin ton ni son. Y el dato curioso: no puedo con la lima, me molesta su ruido; pero, si voy al manicure, lo soporto, respiro profundo y pienso en lo divina que me veré en la fiesta.

En cambio, las uñas de mis pies son perfectas, en comparación con las que salen más a público, pueden pasar semanas y se ven muy indecentes antes de entrar a la ducha, de puntillas porque el piso está frío.

Mientras escribo esto, mis uñas están desnudas, porque no sé si mis actividades lo merezcan, y siempre pienso en lo que haré al tercer día de estar pintadas, que es cuando la desnudez decide resucitar; el color se descarapela y el look desarreglado casual de Kate Moss o Courtney Love, es un reto, entre el cabello sin preocupación y los pantalones de cuero que aún no puedo encontrar.

Podré estar flaca como la Moss y cantar Malibu en el auto en un viernes de clásicos de Reactor, pero mis uñas siempre serán la falla de origen, que si volviera a nacer pediría una mejora.