Todo llega con el tiempo y para Charlotte también llegó el momento de mudar el pelaje que la representaba, contenía y vestía.
Con una figurita de corazón justo al lado de su boca miraba a su alrededor diciendo “soy más bella que tú”.
Un andar divertido rayando entre lo elegante y jovial me hizo aceptar el sugerido nombre de Charlotte y asignarlo a la gatita por el doble juego que hay en su origen: uno entre la Carlota imperial en español y otro por la charlotería del chat chat chat que marcó su propia vida. Charlotte no paraba de maullar y, por ende, platicar.
Chat, chat por supuesto que también del francés forma parte -lo sé- del orgullo con el que portó su nombre: una gata imperialmente ridícula y elegante a la vez.
Las historias no se hicieron esperar. Que si era una gatita que había bailado el can can, que si había sido alimentada con echalottes en sus años de infancia, que si venía de París y que si su mamá le había enseñado a pintarse ese corazón al lado de su boca y viajaron juntas de Europa a América con el sueño de riqueza por encontrar más ratones.
Lo cierto es que nos encontramos yo saliendo de un evento circense y ella, acurrucada en el fondo de una maceta alta, se dejó ver a través de sus maullidos. Cortos y seguidos, como quien platica su vida entera y espera a que los demás pasen y se interesen por sus aventuras.
A mí me interesaron sus cuentos, me quedé a escucharla, subí a avisar que había un gato parlanchín en la maceta de la entrada y subí con ella. Después viajamos varias veces juntas en auto y autobús, nos cambiamos cuatro veces de casa, recibimos a perros, yo a roomates y ella a gatos a quienes les alquilaba también espacios para dormir y plantas por estilizar que yo, de vez en vez cambiaba.
Aprendió a querer a mis amigas y ellas aceptaron su gatinidad voluptuosa, el desdén gatuno que la caracterizaba. Co, me llamaba para diferenciarme de las demás y para reprenderme en las decisiones que tomaba. Sé también que sabía que su humana era una humana culta y que llegó a respetarme a mí y a mis allegadas. Al fin y al cabo, una gata llamada Charlotte no podía relacionarse con “cualquiera”.
Los papeles se invertían constantemente, mientras ella me cuidaba y yo me desentendía yo estaba ya encargándome de ella. Los “kilitos de amor” que cargaba entre arena ycroquetas me los devolvía ronroneando sobre mi pecho cuando yo enfermaba y así hasta que se ponía contenta cuando los males se habían ido.