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Nofret Hernández Vilchis

Otro 8M, el primero sin ella

Por más esfuerzos que hice, no logré recordar como pasé el 8M y el 9M 2021. Sólo recuerdo haber seguido la marcha por redes sociales. Esos días del marzo de 2020 los recuerdo muy bien, marché en domingo y me uní al paro el lunes. Fue bello marchar con mis amigas y después darme un día de descanso, verdadero descanso. Sólo existí en el aquí y el ahora a lado de mi hermana. No revisé el celular en 24 horas, no prendí la computadora más que para poner música de mi disco duro, no pensé en comprar, llamar, recibir, atender, cumplir. Me consentí y eso fue todo. A la semana nos confinaron a causa del Covid y nuestra forma de entender y relacionarnos con nuestro entorno cambió.

Y después de sobrevivir al primer año de pandemia invictas, llegó el 2021; llegó de su mano la muerte, nos visitó dos veces y a ella se la llevó en marzo. No fui a marchar porque no estábamos vacunadas; seguramente hice una especie de paro, no di clases, pero tampoco pude desconectarme como antes. No puedo recordar más que la preocupación de saber que el cáncer la estaba consumiendo; aunque no supiera ni qué cáncer era, aunque me negara a aceptar la gravedad del asunto, aunque ella se mantuviera en pie como un roble, se consumía ante mis ojos, poco a poquito cada día de ese marzo 2021.

Este 8M 2022 me encuentra más sola y adulta, no me atrevo aún a tomar el transporte público porque los lugares cerrados y el Covid me causan un poco de ansiedad. No pude hacer el paro completamente el 9M porque ahora vivimos pegados a la pantalla y con más trabajo que antes porque se trabaja desde casa. A dos años de la pandemia debemos acostumbrarnos a un “nuevo mundo híbrido” en el cual la mitad del tiempo es virtual y la otra mitad del tiempo vamos reapropiándonos de los espacios públicos que nos fueron vedados por el bicho; acostumbrándonos a las ausencias presentes de los y las que se fueron antes de la pandemia, a causa del virus y a causa de la pandemia.  

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Alba Miranda

La vida desde adentro

Es curioso como a partir de la pandemia varias marcas crearon el concepto de ropa para estar en casa e incluso llegué a revisar el tipo de tela, qué tan suavecita o fresca podría ser, ya que comenzamos a vivir más desde nuestros cuartos, salas, comedores, cocinas, clósets y baños, la vida desde adentro.

Reunirnos con amigas en nuestras casas se hizo una actividad más íntima, donde no había horarios, días y menos la ropa “para salir”, simplemente íbamos a casa de una amiga a echar el chal a gusto, sin mayores pretensiones que a lo mucho una foto de elevador.

Y fue en sus lugares de diario donde encontré pequeños metros cuadrados para hablar, reír, comer con las manos, llorar, acariciar perros, decirles hola a los gatos y lo más importante: sentirme segura.

Estos espacios se reducen a una barra de una cocina, con el mejor café de Xalapa y unas galletas rosas esponjosas; a una mesa tan suave y perfecta que todo lo que se sirve para comer es un manjar; un sillón de dos perras territoriales que me comparten su más preciado espacio y la silla de jardín de mi balcón que invita a escuchar.

Sentirse segura, incluso dentro de nuestras casas, es una fortuna y si a eso le aumentamos que podemos contar con los dedos de una mano otros lugares, es un privilegio del cual todas deberíamos de gozar, tanto dentro como por fuera y más ahora que las jacarandas nos recuerdan que tenemos que salir y seguir la lucha.