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Alba Miranda

Cuando el rosado se apodera

El vino rosé o rosado siempre viene con su hada madrina, en mi caso fue Romy en un viaje de esos relámpago, de quién cae a Acapulco y los puntos de avión hacen su magia; y desde entonces esa botella jamás falta en mi refrigerador, porque una nunca sabe cuándo será una noche de un gallito, como dice Reyna.

En el supermercado hay una sección de estos vinos, y en la temporada primavera/verano, se amplía y para nuestra sorpresa, es seguro que su tienda de la esquina más próxima ya tenga uno que hasta Barbie envidiaría.

Las noches de rosado, vienen con una amiga, y con ese momento que supera el te tengo que contar chismoso porque eso ya vino en un mensaje de voz de 10 minutos o en una guerra de stickers de cómo nos sentimos.

Son noches que no llueve, la brisa se siente cual marina y la charla fluye. La música pareciera como si supiera el sentimiento y las canciones son adhoc a la historia con risas, pero también con lágrimas.

Desde hace ya algunos años, mis amigas me dicen “te caigo con un rosado” y sé que la noche será de esas de amigas, de hermanas de otras vidas, que nos recuerdan que no estamos solas en lo que sea que estemos pasando.

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Alba Miranda

La vida desde adentro

Es curioso como a partir de la pandemia varias marcas crearon el concepto de ropa para estar en casa e incluso llegué a revisar el tipo de tela, qué tan suavecita o fresca podría ser, ya que comenzamos a vivir más desde nuestros cuartos, salas, comedores, cocinas, clósets y baños, la vida desde adentro.

Reunirnos con amigas en nuestras casas se hizo una actividad más íntima, donde no había horarios, días y menos la ropa “para salir”, simplemente íbamos a casa de una amiga a echar el chal a gusto, sin mayores pretensiones que a lo mucho una foto de elevador.

Y fue en sus lugares de diario donde encontré pequeños metros cuadrados para hablar, reír, comer con las manos, llorar, acariciar perros, decirles hola a los gatos y lo más importante: sentirme segura.

Estos espacios se reducen a una barra de una cocina, con el mejor café de Xalapa y unas galletas rosas esponjosas; a una mesa tan suave y perfecta que todo lo que se sirve para comer es un manjar; un sillón de dos perras territoriales que me comparten su más preciado espacio y la silla de jardín de mi balcón que invita a escuchar.

Sentirse segura, incluso dentro de nuestras casas, es una fortuna y si a eso le aumentamos que podemos contar con los dedos de una mano otros lugares, es un privilegio del cual todas deberíamos de gozar, tanto dentro como por fuera y más ahora que las jacarandas nos recuerdan que tenemos que salir y seguir la lucha. 

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Alba

Flores

Son casi las seis de la tarde y llego al depa después de ir al trabajo, vengo cargando la bolsa, el abrigo, el paraguas que no se usó y como todas las mujeres, hago malabares para encontrar las llaves, porque no quiero soltar las flores.

Abro la puerta y lo primero que veo son las flores de hace una semana, y sonrío porque traigo otras más. Dejo mis cosas y comienzo un ritual no tan reciente, pero que disfruto, de quitarle las hojas y ponerlas en un florero y escoger algunas para la ventana de la cocina y alegrarles la vista a las vecinas.

Mi abuela decía que las amarillas dan suerte, porque así lo escribió Gabriel García Márquez; mi mamá es lo primero que ve que falta en un lugar, y yo puedo contar con los dedos de una mano las veces que un chico me ha regalado flores, sin embargo, me faltan manos, para enumerar las veces que mis amigas, mi mamá y mis hermanas, me han regalado flores.

Y ya con el florero en mano, viendo cómo se pone la tarde, me paro en seco por un segundo y me llena de orgullo saber que yo me compro mis propias flores.