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Paulina Ovando Collado

Historia de una transformación

Asesinaron a la abuela Lupe. Apareció atravesada con una azadó en una zanja una mañana. Todo el pueblo sabía que era bruja. Vivía sola desde hacía más de 30 años. Era de las malas, pero a nosotras nos quería, aunque dicen que las brujas no quieren a nadie, porque ya le vendieron su alma al diablo. Pero nosotras somos sus nietas y siempre la visitamos en verano, cuando mi mamá aprovechaba para llevarnos de la ciudad al campo. La familia tenía unos caballos y nosotras éramos libres cabalgando. Todas teníamos el cabello larguísimo hasta la cintura. Eso nos hacía parecidas. Siempre nos recibía en su patio. Ahí sacaba unas sillas y una mesa y nos daba café con galletas duras. La libertad del campo, las estrellas y el verde del paisaje no era lo único que recordamos de ir a visitar a la abuela. Un día nos escabullimos dentro de su casa, era una casa de un solo piso y estaba oscura, las cortinas eran pesadísimas, tenía colgadas ramas de hierbas secas por todos lados y olía a bruja.

Todavía en el pueblo se acuerdan de mi abuela Lupe, dicen que tenía varios muertos en su haber.

Aquella mañana alrededor de las 10 llegó la policía a arrestar al hijo del señor Pedro, los dos eran campesinos que estaban surcando un huerto antes de que comenzara la época de lluvía. En el campo la gente comienza a eso de las cuatro de la madrugada la jornada. Uno se levanta, toma café negro y pan y sale al campo a arar, a cosechar y a aprovechar que el sol aún no hace hervir la cabeza; es más, la mitad del tiempo se está a oscuras. Luego, uno regresa a almorzar como lo manda dios.

 El muchacho atónito, bañado en lágrimas le intentó explicar a la policía que él no había matado a la viejecita, sino que le había dado con todas sus fuerzas a una serpiente que estaba ahí cuando ellos estaban trabajando en el surco.Y así fue como el pobre hijo del señor Pedro con un azadón partió en dos a la bruja Lupe. El comandante del pueblo escuchó atentamente, y a pesar de que al igual que todos, sabía que mi abuela era bruja y de las malas y que cargaba varios muertos, tuvo que llevárselo preso, porque la ley de los hombres no ha contemplado aún las transformaciones o las vestiduras de los que poseen esas habilidades.  

Yo creo que mi abuela salía a pasear de noche convertida en serpiente y malora cuando se le hizo tarde y no regresó antes del amanecer que el hijo de pobre Pedro la partió en dos.

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Fatima Jaoui

Amistad tóxica

Mi amigo N. es mi compañero mas fiel y siempre listo para nuevas aventuras. Tiene mucho humor y me hace reír cuando menos lo espero o cuando le pido. A veces no tiene miedo de decirme lo que me niego a escuchar. Sabe exactamente como contarme historias de ficción o de no ficción. Está conmigo todo el tiempo vía mi computador, mi cel or mi tv. Necesito arreglar mi vida para o mejor disfrutar de su presencia y pagarle una mensualidad por su ayuda pues N. no me juzga por mi preferencias o mis placeres ocultos.

A veces me aburre y me pierdo en los meandros del aburrimiento. De repente, recuerdo que yo también tengo una vida que llevar. Me despierto de esta relación tóxica y de esta apariencia de amistad : ¡Ay Fati, no es tu amigo, sólo es una plataforma de video online! ¡Tienes que tomar tu vida en tus propias manos y parar! ¡Pierdes demasiado tiempo en otras personas vidas e historias! ¡Cámbiale al canal Fati y ponte a trabajar! 

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Victoria Montemayor Galicia

Slow burn

And we dance in the dark, 

like a slow burn

turning us round and round and round…

David Bowie

Recuerdo una casa en Coyoacán, un crepúsculo de junio, una luna nueva, una noche estrellada de fiesta. Recuerdo un jardín, un kiosco, una fuente de prosecco, pan y prosciutto, un parmigiano de rueda. Recuerdo la música, las voces, un hombre, -con cara de sátiro- dijo un amigo alguna vez. ¿Lo amé? Quizá sí, quizá no. Quizá sólo era el fuego que ardía alrededor.

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Yair Guerrero

Una carta para Tres de Leila

A lo largo de mis años como lector de las cartas del Tarot, concluyo que dos son mis cartas favoritas: los árcanos mayores La Emperatriz y El Mundo. Independientemente de lo que representa cada carta, son a mi gusto, de las más bellas del mazo. Ambos árcanos están gobernados por el número 3, en La Emperatriz es su número titular y en El Mundo es el resultado de la suma del número que ocupa en la baraja, el 21. Cuando me enteré del arranque de Tres de Leila, inmediatamente recordé ambas cartas, tal vez haciendo encajar elementos para convencerme de alguna mágica coincidencia. Resulta que los dos árcanos cuentan con una fuerte presencia femenina, tal y como sucede con Tres de Leila. Es más, tanto la Emperatriz como El Mundo contienen dentro de sus símbolos, aquellos que se refieren al poder creativo (una cualidad femenina, dicho sea de paso) lo que se ha ido confirmando semana a semana.

Ahora que redacto estas líneas, pienso en la palabra “Leila” ¿Será acaso una flor? ¿Se referirá a Leila Guerriero, destacada periodista que seguramente tiene la admiración de quieres fundaron este proyecto? Leila, según la RAE (consultada vía Google, obviamente) es una fiesta o baile nocturno, esta definición me remite ahora al arcano menor 3 de Copas, carta que significa fiesta y reuniones alegres. Es en el Tarot Rider-Waite donde mejor se ilustra el sentido del 3 de Copas, tres mujeres danzando y brindando. Quizás me estoy esmerando demasiado para encontrarle un sentido místico a Tres de Leila, cosa que no se me pidió pero se me hizo un ejercicio interesante aunque acepto que tiene el riesgo de verse forzado.

Lo que si se me pidió fue que hiciera una consulta para conocer a través de los arcanos que le espera a Tres de Leila. No ejecuto una lectura extensa, sólo un arcano mayor habló.

La Justicia

Es muy probable que este nuevo año se apliquen estrategias que le den solidez al proyecto, es decir, aunque el sentido de Tres de Leila es dar rienda suelta a la creatividad, esta tiene que tener una misión específica. Quizás se confirme su labor como espacio para dar a conocer nuevos talentos y con ellos se afiance la colaboración con instituciones que apoyen ese propósito. La Justicia es la carta más alejada de la creatividad pero si es la que le da sentido a aquello que pareciera no tenerlo. También discrimina entre lo que es viable realizar en el mundo material de la mera fantasía. Por cierto, la Justicia está representada por una mujer, así que la presencia femenina estará más que presente en Tres de Leila.

Ahora, que si quieres tú, lector una lectura completa para ti, contáctame en mi whatsapp:

+52 1 228 243 0996 ó en mi face:

https://www.facebook.com/profile.php?id=100063553781404

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Bicky Ramírez

Caótica historia de una “no escritora” que ríe mucho

Me gusta escribir. Aunque vengo de una clase no privilegiada en donde escribir no es augurio de que conseguirás trabajo.

Mi mamá me enseñó a escribir y a leer a los cinco años . En la primaria leer rápido y sin deletreos el refrán:  “Pepe pecas pica papas…” era mi pasión.  Fui una alumna ejemplar a lo largo de seis años. También me decían que mi caligrafía era muy bonita. Mis compañeritos de clase me pedían prestados mis lápices porque pensaban que eso de tener bonita letra estaba determinado por el lápiz, más no por mi mano derecha. ¡Racismo, pues!

***

Mi papá fue quien le dio las primeras recomendaciones literarias a mi hermana y le prestó sus viejos libros del bachillerato. Me causó curiosidad la atención que Rebe le ponía a los textos, así que decidí que tenía que hacer lo mismo. Cursaba la secundaria cuando le agarré el gusto a leer. Me di cuenta de que uno se entera de cosas, una de ellas es que, de acuerdo con Dante Alighieri en La divina comedia, me voy a ir al infierno.

***

El bachillerato fue caótico, intenso y acelerado. El acercamiento que tuve con las letras se llamaba álgebra. Aún no concibo cómo la suma de dos letras te puede dar como resultado un número. Presenté tres extraordinarios sin éxito. En un acto de desesperación, hablé con el profesor de álgebra y le expuse mi caso:

-Profe, ayúdeme. No quiero repetir el año. Es que se lo juro que no le entiendo al algebra.

-¡Ay Bicky! A ver, dime ¿Qué vas a estudiar?

-Comunicación.

Mi honestidad, y no mi gusto por las matemáticas,  me hizo obtener un precioso seis y seguir con mi vida libertina.

***

Tres años más tarde me encontraba en la licenciatura estudiando comunicación, destacando entre mis compañeros por mi mala ortografía y mi amplia capacidad para hacer reír a la gente. Fue hasta el último semestre de la carrera cuando llegó la revelación: el profesor de literatura universal nos dijo que cualquiera podía escribir. Fue en su clase donde leí a los clásicos y mi gusto por la poesía, pero sobre todo descubrí que podía escribir. El escritor que marcó mi estilo:  José Agustín.

***

Lo malo de escribir es que no pagan bien.  A veces no pagan o, peor aún, pocos quieren publicar lo que escribes  (a menos que “seas el hijo de”).  Como buena proletaria me tardé mucho en conseguir un trabajo que involucrara la escritura, hasta que logré laborar en varios medios de comunicación como reportera. Ese trabajo me llevó a estudiar la maestría en comunicación. Fue en la maestría donde me dijeron que escribía bien, que tenía un estilo, que debería de dedicarme a esto.

***

Decidí estudiar el doctorado en antropología porque quería jugarle a la intelectualilla que escribe etnografía. Bien pude hacerlo desde la comunicación u otra disciplina, pero si quería hacer etnografía, debía de hacerlo como se debe: con sus bases teóricas, con sus categorías rebuscadas…¿qué podía salir mal?

Durante el primer semestre del posgrado, el profesor puso un examen. Juro que estudié mucho: memoricé conceptos, los repetía y los practicaba con la ayuda de amigos, pero fue inútil. Lo peor no había sido la calificación, sino el discurso de desaliento del profesor.  El académico me dijo que mi examen era pésimo, que no se le entendía a mi letra. Me dijo que escribía muy mal y que no sabía. Me sugirió que renunciara al doctorado, y recalcó que eso era lo malo de venir de otras disciplinas, como la comunicación.

Al final del semestre mi calificación fue un siete. Me quitaron la beca. Lloré mucho y conocí lo que era un ataque de pánico. Tuve que tomar terapia porque me daba miedo escribir y porque sentía que no podía comprender lo que leía. Me sentía torpe frente a la computadora, tenía miedo de escribir. Para recuperar mi beca tuve que leer el doble, cursar materias como oyente, buscar seminarios en otras universidades y, sobre todo, no dejar de escribir.

Pasó un año y recuperé el apoyo. Creí que siempre odiaría a ese hombre, pues más que rigor académico, sentí que aquello fue un acto de discriminación. Lo sigo creyendo. Pero he mejorado, ¡vaya que he mejorado! Los peores agravios que he recibido hacen referencia a mi capacidad para escribir y adquirir conocimiento. Pero me he sabido reapropiar del insulto para salir adelante.

Hasta el momento sé que quiero escribir: para mi familia, para mis amistades. Para aquellos que odiamos las palabras rebuscadas de textos que pocos comprendemos. Quiero escribir sobre escenarios y situaciones que muchos consideran irrelevantes o peligrosos, pero que merecen ser narrados. Quiero escribir para los que no saben escribir. Pero, sobre todo, quiero escribir para reír.

No sé a dónde me lleve este capricho. Probablemente me enfrente al desempleo, aunque no sería la primera vez que paso hambre. Aún no sé cómo lo voy a lograr, sólo sé que, pase lo que pase, no voy a huir, no voy a desistir. No voy a dejar de escribir.

Pd. Tengo bonita letra, pero bebo.

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Germán

Vientos con olor a leña

El mes de septiembre enmarca la llegada del otoño, el preludio de días más frescos. Sin embargo, hace algunos años que aquí ya no se siente así. Algunas semanas atrás anunciaba un noticiero la entrada del primer frente frío del otoño – no en esta frontera del norte- «aquí sigue haciendo un chingo de calor» -le dije a mi hijo Poncio- el cual me miró, se sonrió como diciendo “ok papá” y siguió comiéndose un boli…

Desde que era un niño siempre hay algo con la llegada del frío que me provoca una sensación de nostalgia anónima dentro de mis pensamientos y que hasta el día de hoy, sólo sé que reside en lo más profundo de mi corteza cerebral.

Para mí el otoño es la mejor época del año, al menos en esta ciudad donde el clima es tan extremoso y principalmente porque enmarca el preludio a temperaturas más afables y da un breve respiro al sofocante calor del verano al menos por un muy corto tiempo, justo antes del frio intenso.

También es un tiempo donde se puede “medio caminar la ciudad” -salvo esos días donde hace mucho aire-, también la luz dorada es la mejor para tomar fotos porque se filtra perpendicular entre árboles y crea formas interesantes. Los espacios se llenan de hojas de colores ocres, las cuales es divertido pisar y escuchar el crujido… -patear montículos acumulados siempre debe ser parte del juego-pero lo que más me gusta el otoño, es encontrar en ese olor característico a leña, la llegada del frío y los pensamientos abstractos que me conectan con mis memorias y mis reflexiones.

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Sac-Nicté

Los sueños y el silencio

Un día me pregunté si todo lo que escribiría sobre B sería a partir de los sueños.

B murió hace seis años y medio. Una cantidad irreal de tiempo en la que ahora soy irremediablemente mayor que él y que ha transformado al duelo de a poco.

Cada vez que lo soñaba, aparecíamos mi mamá y yo tratando de rescatarlo: yo rompiendo en llanto al segundo, despertando sin lograr verlo, sin lograr salvarlo.

Ahí, recordaba siempre a Joan Didion y el resultado irónico de ser escritora frente a la muerte: poder imaginar lo que diría cualquiera, pero no poder conjurar a aquel con quien deseas hablar.

El año pasado ocurrió el quiebre.

Hundida en el estrés postraumático otra vez, en el duelo por dos muertes de mi familia, una noche siento que ya nada mejorará, que ya no puedo salir yo sola del vacío, como siempre lo hago, que necesito que alguien me abrace, que, como dice Abril Castillo en Tarantela, «me reconfigure el cuerpo porque ya sólo siento dolor». Pero no puedo ver a mis amigas por la cuarentena y mi familia está tan quebrada como yo.

Ahí aparece B. Ahora el sueño no es el de un rescate en el que yo fracaso, ahora él llega a mí para abrazarme. Cuando despierto, en completa calma por primera vez en meses, puedo sentir todavía el calor de su cuerpo rodeando al mío.

Esos sueños se repitieron muchas veces durante el 2021, como si fueran ese piano en el video de Cardigan al que Taylor Swift se aferra para no ahogarse.

Tres días antes de su cumpleaños, lo sueño de nuevo: en ese lugar intangible sé que a ambos nos destrozaron el torso en un accidente -una metáfora irónica-, pero me abrazo a él con fuerza y escucho  su corazón latir mientras él acaricia mi cabello.

Sé que todo está bien.

Lo sé también al despertar.

Falta poco para que acabe el año y encuentro en Instagram una cita de Elvira Sastre: «a veces suena su risa cuando está todo en silencio, como si me recordara que la vida nunca muere».

Ahora puedo ver que el silencio que en los primeros años del duelo pensé que era todo lo que nos iba a rodear por siempre, nunca existió.

Sé ahora que el destino de Didion no fue el mío. Que no puedo conjurar a B a placer (tampoco podemos hacerlo con los vivos), pero puedo contar con su presencia en destellos de luz, en recuerdos que funcionan como tótems, en sueños que me siguen iluminando aún después de despertar.

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Nofret

Brisa de pandemia

La brisa de las gotas de aquella fuente rociaba dulcemente su rostro y le recordaba a ella; le recordaba a ella mientras regaba los árboles de su amado jardín y se sentía uno de los colibríes que se acercaban a tomar un baño matutino.
Se quita el cubrebocas y toma un sorbo de su machiatto y vuelve a resonar en su memoria como un trueno aquella frase: “te estás convirtiendo en un personaje”.
-¿En quién te habías convertido? ¿Cómo pasaste de ser modesta y tímida a comportarte como un macho cabrón?- Eso se preguntaba ella mientras esperaba a una amiga a la que debía pedirle perdón por no saber domar su ira. ¿Era ella culpable de no saber cómo domarla?
Pide una Perrier y cierra los ojos para permitir que la brisa la acaricie. Puede verla claramente, ahí está ella orientándola y le recuerda que hasta hace poco no nos habían enseñado a encausar la ira. ¡Vaya, ni siquiera nos habían mostrado de qué manera debemos expresar nuestras emociones! Hasta hace bien poco todo ha sido represión. “No te enojes que no está bien que una ‘señorita’ grite”. “¿Cómo es posible que siendo tan inteligente no puedas controlar tu enojo?” ¡Cuántas
veces escuchó esas frases durante su larga adolescencia!
-Sí, te perdono, lo entiendo. Espero me perdones. También debemos
perdonarlos a ellos. Pero por favor te pido que me digas, ¿cómo me quito esta máscara?- Abre entonces los ojos y la silueta de su amiga se asoma en la esquina. ¿Acaso habrá olvidado a causa de la pandemia las reglas sociales? No hay respuesta, pero su corazón sabe que esta pandemia le arrebató la cordura.
No, no fue el virus quien se la llevó, se la llevó la pandemia… y no es lo mismo.

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Constanza

Invierno

Se acerca el invierno y con ello se desacomodan mis cabellos, voy caminando por las calles y por debajo de mis pies se oye el crujir de las hojas caídas.

El sol quema y en la sombra hace demasiado frío.

Las casas se hacen más húmedas incluso a las que les pega el sol directo.

Se encienden los calentadores, se abren las bolsas de los abrigos, se cocinan más sopas calientes.

En los puestos de revistas aparecieron los calendarios del siguiente año desde hace un par de meses, pero yo los acabo de ver. Mi cumpleaños es lo primero que se celebra después del año nuevo. Por años, el invierno, lo que para la naturaleza es resguardarse, para mí es florecer. He pasado cumpleaños con la neblina hasta abajo, pero con los ánimos hasta arriba. Este invierno será algo solitario, pero enteramente feliz.

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Alba

El ritual de los domingos

Los domingos por las noches, antes de prender la serie de moda de HBO, me arremango las mangas y comienzo una charla con los seres vivos que se han animado a ser parte de mis días.

En el pasado, recuerdo haber tenido unas violetas y un bambú. Ahora, la nueva violeta se fue a recuperación a casa de mi mamá y el bambú vive en una historia de cuando me vine a México, una tía se lo quedó.

No la pienso mucho, porque si no me entretengo con nimiedades del celular, así que mejor comienzo por las más recientes, la de Alan que vaya que es una diva, la de John que es una coqueta, sigo por la de Constanza, altanera como… a veces puede ser su lado italiano.

Paso por mí guerrera, la única que tiene nombre: Kylie Kardashian. Mi hermana la bautizó, yo solo le digo que gracias a Kylie, mi mamá y mi papá (ambos ingenieros agrónomos) volvieron a tener fe en mi cuidado de plantas, después de varios intentos de resurrección de un bonsái y quién sabe qué otros seres que se dieron por vencidos.

Luego siguen las reinas del hogar: las orquídeas, las cuales llegaron en momentos de cambios: de mi cuerpo y de mi casa, una es morada y la otra es amarilla y son las mejores modelos cuando quiero descansar la vista y admirar mi paisaje personal a lo Georgia O’Keeffe.

Ya casi terminando paso por las que no se fueron a Canadá: un niño con la cabeza verde y unos libros con mucho aire en medio, y dejo al final las grandotas que me regaló mi tía Ana que le canta o regaña a sus plantas. Yo aún no llego a esos niveles de relación, por el momento, me limito a decirles que gracias por vivir conmigo, por darme ese verde que tanta falta nos hace y que ojalá les siga gustando mi compañía.