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Alba

Huele de noche

Tengo el presentimiento que antes del amanecer se cambia de lugar o que juega a las escondidas. Que no quiere ser visto y menos arrancado.

Cuando lo encuentro quiero ponerle una seña, recordar el lugar, pero prefiero la sorpresa, la emoción que de pronto me envuelvo en un olor que me traslada a viajes, a personas y creo que, en unos años, me llevará aquí, a esta pandemia, a las caminatas nocturnas, que terminan con un té y la luz de la pantalla del celular.

Camino unos cuantos metros y el olor se desvanece, volteo y ya no está, regreso y no es lo mismo, la emoción se evaporó.

Sigo caminando, tratando de recordar dónde me paré y sonreí por tener otro lugar, otro secreto.

A la noche siguiente me dispongo a buscarlo otra vez, pero creo que lo mejor es toparnos por unos segundos, parar el paso, dejar de pensar, solo oler y sonreír.

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Paulina

Para llegar hay que prepararse muy bien.

Poner la mente en blanco y llenarla de música, de recuerdos y detenerse en el momento justo para comenzar. 

El mío es un día en la playa. Pongo el cuerpo en neutro, acomodo mis pies y elijo el color de mi traje de baño. La vista de la habitación está frente al mar, hace calor, pero por momentos el clima cambia hasta el punto donde el cuerpo puede enfriarse un poco y recomenzar. 

Ese día llegué en un Jeep negro con un playlist diseñada al momento. A partir de aquí se debe de comenzar a hablar en presente.

En la cajuela llevo todo para estar cómoda el tiempo perfecto para desaparecer y volver a la ciudad tan libre como nunca lo he sido antes.  

Tengo mi propia selección de películas para ver cada noche antes de dormir. Aquí, nadie me molestará.

Llego y la brisa de la mañana me recibe desde el camastro que elijo bajo una sombra frente al mar.

De pronto, un ruido interrumpe mi desayuno.

-eso va a doler un poco, eh.

Me sirvo un poco más de margarita en mi vaso escarchado.

Unas gaviotas volando en V me reconocen desde lo alto y brindamos.

Abro los ojos y el dentista ha terminado.

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Constanza

Dentista

Para llegar hay que prepararse muy bien.

Poner la mente en blanco y llenarla de música, de recuerdos y detenerse en el momento justo para comenzar. 

El mío es un día en la playa. Pongo el cuerpo en neutro, acomodo mis pies y elijo el color de mi traje de baño. La vista de la habitación está frente al mar, hace calor, pero por momentos el clima cambia hasta el punto donde el cuerpo puede enfriarse un poco y recomenzar. 

Ese día llegué en un Jeep negro con un playlist diseñada al momento. A partir de aquí se debe de comenzar a hablar en presente.

En la cajuela llevo todo para estar cómoda el tiempo perfecto para desaparecer y volver a la ciudad tan libre como nunca lo he sido antes.  

Tengo mi propia selección de películas para ver cada noche antes de dormir. Aquí, nadie me molestará.

Llego y la brisa de la mañana me recibe desde el camastro que elijo bajo una sombra frente al mar.

De pronto, un ruido interrumpe mi desayuno.

-eso va a doler un poco, eh.

Me sirvo un poco más de margarita en mi vaso escarchado.

Unas gaviotas volando en V me reconocen desde lo alto y brindamos.

Abro los ojos y el dentista ha terminado.

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Alba

Ritual de amor propio

  • Una vela, de preferencia que huela rico
  • Alguna planta o flor
  • Amuleto que últimamente confías
  • Cuarzo
  • Luna, la que te sienta mejor
  • Agua, mejor si es tu termo, para que se llene de energía

Si hay luz de luna es mejor, sino la luz que te acompañe, aquella en la que lees la novela que está costando comenzar o los tuits que guardaste para leer antes de dormir.

Prende la vela, cierra los ojos y piensa en ti, mírate, no importa si estás feliz o triste, lo que importa es que te veas tal cual eres. Trata de recordar aquello que te hace sonreír y por lo que has llorado.

Junta el cuarzo, la planta y tu amuleto, muy juntitos, que la energía entre ellos se mezcle.

A la mañana siguiente toma agua, pon la planta en tu jarrón favorito, el amuleto cerca de tu cama y el cuarzo mantenlo cerca tuyo.

Leemos que el amor propio es hacer ejercicio, comer rico, cuidarse la cara, sentirse y verse bonita; pero a veces no podemos y no queremos y necesitamos un empujón, que venga de una misma.

Este ritual fue un invento de una noche de luna llena de casi primavera, los ingredientes cambian de acuerdo a cada mujer y a cada situación, pero la intención del amor propio es lo que cuenta.

Con cariño para mi tía Tere.

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Constanza

Niño con cámara

Su rostro recuerda a las crías de agosto que comienzan a experimentar. El casi afro, la tez tersa, todo el cliché del que en edad amenaza a quitar el puesto a sus veteranos.

Pide café y fuma prematuramente, conoce a algunos de la reunión porque en los noventa compartió salón de kínder con algunos primos del anfitrión, dice su edad y se hace un silencio entre los invitados, pero la plática sigue sin reparar demás.

Así de joven es la criatura, pero el tema de su vida es la preocupación que carcome a los hombres adultos.

El niño vive enamorado del cuerpo de los hombres y de las mujeres y busca retratarlos todos. Lleva su cámara a la fiesta donde busca cada ángulo que tome por sorpresa a los invitados. El zarpazo lo da con lentitud, probando el temple de quien se deja retratar sorpresivamente. En sus fotos se escuchan risas, el líquido que se sirve en cada vaso, se percibe el olor a humo que acompaña las conversaciones en los sofás. 

Otro día algunos entramos al pasillo de revelado, una fiesta impresa pende del tendedero que todavía suelta agua. Nos reconocemos todos ahí y revivimos el momento. “Ahí es cuando…” “Acá es… ¿te acuerdas?”

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Alba

Tomar el sol

En tiempos de pandemia y en invierno, tomar el sol cobra todo un nuevo significado.

Es lo más cercano que tenemos a sentirnos en la alberca, en la playa, de fin de semana sin pendientes por terminar. 

Es un abrazo, al principio un poco incómodo, porque quema, pero después el cuerpo se acostumbra y nos entregamos a esa luz, ese apapacho que desconocíamos la falta que nos hacía.

Que te dé el sol, aunque sea en tus pies sin calcetines pachoncitos, que te dé el sol en el escote debajo de la camisa de leñador, que te dé el sol por la espalda mientras te tomas un café y recibes un cariño bonito.

Reemplazamos abrazos, besos por otras caricias, las de la espuma de un buen café, una video larga con una amiga, risas cómplices con quienes vivimos, vestir algo que nos hace sentir el cuerpo dentro del que vivimos, llamadas antes de dormir con un beso y un te quiero al final; pero nada como el sabor, el olor…el calor del otro.

Cinco, tres o un par de minutos, hay que hacerlo, sentir ese sol, esa quemazón que ya no tarda en llegar.

PD: no se olviden de su bloqueador.

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Constanza

Enseñanzas de Natalia Ginzburg

Natalia escribió sobre los pequeños detalles poniendo su atención en unos aburridos platillos ingleses, en casas vacías y sin rentar, en las servilletas que zurcía Dickinson mientras esperaba en el aire una respuesta que nunca llegaba; temas pequeños ocurriendo durante grandes circunstancias. 

¿Quién diría que una escritora que pone el ojo en lo sucio de los zapatos durante la Resistencia nos enseñaría cómo mirar a nuestro alrededor tan sólo unas décadas después?

Hay mucho tiempo detenido en los objetos que habíamos destinado a usar en un año en el que hoy, todos fantaseamos, estaba destinado para hacernos renacer, el 2020. 

Natalia nos hizo el favor de indicarnos que el tiempo también es duro con los objetos que nunca volteamos a ver:

la piel necesita cuidados si la lavas mucho, la mirada se pone cansada frente a la luz de la computadora, la comida construye relaciones también desde un celular y el mejor lugar para estar es dentro de las ropas más descoloridas porque son las más cómodas.

Lo cotidiano también tiene su lado complejo: el cuerpo en el que vivimos, este en donde se lleva a cabo el acto consiente, es más frágil de lo que lo considerábamos y se extingue con mayor velocidad de lo que uno romantiza. 

Leo a Natalia y no me cabe duda de que su enseñanza radica en observar que en lo pequeño el tiempo es igual de duro.

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Alba

El estrés de lo cotidiano

Despertar y pensar cómo prepararé mi café (cafetera italiana, la normal o la última divina que me regaló mi papá). Qué taza es la de hoy (la roja de siempre, la de NY o mi última adquisición porque estaba en oferta). Rutina del cuidado de la cara (gel limpiador, tónico, vitamina c, bloqueador). Pensar en si me maquillo o no (que es ponerme rímel y delineador, y a veces me ilumino la cara, los tiempos de chapas quedaron en el pasado). Ver mi clóset (bra o no bra, como hace frío con una camisa interior está bien, y el suéter holgado ayuda). Abrir el refrigerador, recordar si toca desayunar huevitos (un día sí, otro no). Leer las noticias mientras desayuno (desde el celular o desde la laptop, todo depende de la hora en que lo haga). Trabajar (correos, teams, llamadas, repetir ad infinutm). 

Hay un momento que se tiene que parar todo esto: lavar los platos, no puedo estar con el celular y tengo que pensar qué descongelaré para una preparación rápida de comida, la cual tardaré unos minutos más en prepararla que en comerla.

Cerrar laptop (hacer el intento de: suspender, hibernar…apagar). Caminar (abrigo, tenis, cubrebocas, dinero, celular, gel). No puedo solo caminar (llamarle al celular de mi mamá, mi hermana, mi amiga o de usted). Pasar al Oxxo (tengo jugo, tengo huevitos, tengo pan, estoy bien, sigue caminando). Llegar al depa (ceno primero, me baño después, o al revés). Libro o serie (los cuentos de la argentina que no sé cómo se pronuncia su apellido o la novela que tanto presumen en Instagram; serie islandesa, la mexicana o mejor vuelvo a ver Mad Men).

Dormir, pero antes un té.

(Jengibre, manzana con canela, manzanilla o negro)

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Constanza

Las paredes que hablan

Espero que la mía hable bien de mí porque he visto paredes descuidadas, atiborradas o resquebrajadas.

A la mía la diseñé justo para que en un pequeño fragmento se muestre un poco quién soy. La psicología también se asoma por las paredes que enmarcan las reuniones que tenemos a diario. Mi pared habla por mí: fondo blanco, color rosa intenso en telar de lana, un alebrije, porque todos somos de muchas formas, un retrato mío porque yo soy yo, una foto entre mares y una brújula para seguir mente y corazón; todo enmarcado entre luces programadas para entrar a alguna sesión, o como digo ya por costumbre, entrar “al aire zoom”.

Entrar a una sesión de zoom implica en parte vivir una teatralidad. Uno se viste, se maquilla, se pone polvo, edita su rostro y coloca la cámara en picada para lucir de alguna manera que consideramos más favorable.

Pero lo que en realidad se queda en el recuerdo no son nuestros peinados o la mirada fija en la cámara para “ver a los ojos” sino es ese pequeño extracto de pared que hemos elegido casi como encuadre que refleja en buena parte algo que nosotros somos.

Hasta ahora hemos visto de todo. Hay paredes de papel negro que gritan desconfianza, hay las que se visten sólo con un destello de luz blanca que a la larga enceguece o deforma el fondo.

Luego, por ejemplo, está quien ha resuelto la privacidad con libros y plantas.

También hay quien encuadra la pared con luces brillantes como cabina de algún viaje espacial. También hay paredes canceladas a las que mejor se les asigna un paisaje desde la computadora, como un lobby de un hotel sin gente. También hay paredes que en realidad son techos.

En esta época las paredes hablan no sólo por los susurros sino también por su fondo.

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Alba

Nublado

Que esta ciudad amanezca siempre fresca, a muy fría, no es porque sea un valle, es porque cuando decido usar una falda, un vestido o una tela que se atreva a mostrar un poco más arriba de mis tobillos, sé que estaré a la defensiva, cubierta con mi suéter negro, escondida detrás de mis gafas y aislada con mis audífonos. Por lo tanto, los aires de esta ciudad me obligan o me sugieren que me cubra, me esconda y, para evitar sentirme mal, me aísle.

Escoger lo que me voy a poner, y más ahora que regresé a la vida laboral, donde el código de vestimenta es formal y, sí, eso implica usar un ligero tacón, es todo un arte. Pensar en lo que me voy a poner es mi parte favorita de cualquier momento del día: mientras me baño, esperando el semáforo, en un concierto cuando no me sé una canción o en esos cinco minutos antes de dormir o de salir de la cama.

Siempre reviso el clima. En tiempos sin internet en el celular, lo revisaba en el periódico o esperaba las pautas de CNN con el estado del clima de distintas ciudades: Buenos Aires, Bogotá, Lima, La Paz, México, Managua, Santiago, Santa Cruz de la Sierra…

Ya tengo un outfit, los aretes, la bolsa, los zapatos (incluso con los que voy a manejar); el peinado es lo de menos, lo que importa es con qué me voy a cubrir, a esconder. Siempre me llevo algo, “por el frío”, dirían todas las madres; pero, no, lo hago para que no molesten.

A veces creo que esta ciudad nos dice: “Cúbrete mija, no vaya a ser que…”, y por eso amanece frío.