Hace un par de días leí un poema sobre mudanzas.
El poeta recorre, conoce y cuenta sobre las casas que va rentando y habitando a través de las huellas de los inquilinos anteriores.
Entre los clavos dejados en las paredes ve los gustos de las personas y sus gustos por la decoración.
Descubre arañones por donde se jalaron algunos muebles e imagina los pasos que pudieron haber dado esas otras personas.
Después de leer el poema para un programa de radio, imaginé al poeta sentado en su escritorio recién colocado en su nuevo piso, quizás fumando, quizás tomando el café de la mañana rehaciendo los pasos de esas personas que ya se fueron.
Luego pienso en mí y en mi capacidad de mudarme. Yo me mudo mucho dentro de mi casa. He recorrido todos los cuartos del departamento e incluso, bromeo con mis amistades, -hasta he vivido en la covacha- un sitio de cobijo para esas personas que van de paso y que necesitan un espacio para pernoctar.
Ayer me volví a mudar, me mudo como dos o tres veces al año. Los mismos muebles que compro o me revenden los mismos inquilinos que han habitado mi casa. Esos desconocidos que poco a poco se vuelven mis amigos con los que ya he construido una vida en esta ciudad.